Incluso se permitió extender los brazos y las palmas de las manos para dejarse absorber enteramente por el aliento del destino.
La calma espantó súbitamente la asfixiante corriente.
Entonces fue consciente de que el viento le había terminado de arrancar el último ánimo.
Exhausto e incrédulo hincó la rodilla al suelo sin lograr que las lágrimas mancharan su rostro interior, tiznado de silencio.
Se había convertido en un cascarón vacío cuyo único anhelo era encontrar esa brisa demoledora para volver a sentirse mortificantemente vivo sonriendo a medias al respirar su infernal hálito.