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Bronceados
Publicado el 07 julio 2010 por TuestilistaonlineMaría Guimeráns
A pesar de las advertencias de los dermatólogos, el bronceado se lleva. Quizás en unos años volveremos a la moda de las caritas de porcelana de nuestras abuelas e imitaremos a las japonesas en el Camino de Santiago, que se tapan del sol con gorra, gafas y paraguas, pero por el momento lo de lucir moreno gusta.
De hecho, debe de ser una de las pocas tendencias que une a ricos y pobres aunque, eso sí, con estilos diferentes. Un hecho que me ha llevado a establecer una teoría social del moreno, que podría suscribir el propio Marx. Para diferenciar los dos grandes tipos de bronceado, me apropiaré de uno de los conceptos que el alemán barbudo utiliza en su obra cumbre, en “El Capital”. De acuerdo con la “lucha de clases veraniega” distinguiré entre el moreno de albañil y el moreno Zaplana.
Como os podréis imaginar, el moreno de albañil es el propio del proletariado. Y no sólo de los obreros de la construcción, sino de todos los curritos que en verano también tenemos que trabajar. El astro rey es tan puñetero que, por más crema solar que te eches, en lo que te lleva llegar a la oficina ya te ha dejado su dichosa marca en todas sus versiones: media manga, escote en pico, sisas o asimétrica. La característica fundamental de ese sexy tatuaje solar es la dificultad para armonizarlo con el color del resto del cuerpo de manera que, una vez en la playa, hay que frotarse los ojos para saber si el individuo con moreno de albañil está sucio o es que no se ha quitado la camiseta.
Para sacarse de encima el sambenito, no son pocos los que intentan tomar el sol de una tacada, como el que se bebe un tequila. El resultado es que la zona bronceada de antemano se vuelve más oscura y las partes no expuestas con anterioridad enrojecen cual alemán en Mallorca. Me duele sólo de pensarlo.
Mientras los asalariados nos afanamos en disimular nuestro degradé tonal, la clase dirigente, la burguesía, la patronal está en otros menesteres. Dejando de lado a los que, como las japonesas peregrinas o como Madonna, se empeñan en disfrutar del sol sin que el sol les ilumine, los propietarios de los medios de producción celebran su posición tostándose uniformemente y sin prisas.
Por su sonrisa de satisfacción y su tono requemado, he elegido como representante de este segundo tipo de moreno a Eduardo Zaplana, ese señor que un día reconoció que estaba en política para forrarse. Algunos sostienen que fue lo más honesto que dijo en su vida. Yo creo que, en realidad, Zaplana sigue la teoría de Marx, de Groucho Marx: la felicidad está hecha de pequeñas cosas… un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna… En fin, siguiendo con las sentencias, de igual manera que no basta con que la mujer del césar sea honesta sino que también debe parecerlo, no basta con que nuestra clase dirigente trabaje, también debería parecerlo…
Quizás por eso, en Occidente el bronceado estuvo muy mal visto entre los ricos hasta la segunda o tercera década del siglo pasado. Lo de tostarse al sol se relacionaba con los que trabajaban en el campo.
Las personas pudientes se protegían de la luz hasta que allá por los años 20, los médicos empezaron a recomendar los baños de sol como terapia contra muchas enfermedades, entre ellas, la tuberculosis. Por esa época, la visionaria Cocó Chanel comenzó a presumir de moreno y ya en la década de los 30 surgieron los primeros aceites bronceadores.
Los ungüentos protectores se desarrollan a partir de la Segunda Guerra Mundial, para evitar las quemaduras a los soldados destinados en lugares como el Pacífico.
Soldados como los de “De aquí a la eternidad”, una de las películas del Hollywood de los 50 que ayudaron a asentar la moda de tomar el sol en la playa, la moda de los bañadores y, de paso, el film que nos ha dejado el mejor beso de la historia del cine, el bronceado revolcón entre Burt Lancaster y Deborah Kerr.
Pocas escenas playeras son tan bellas. Que la disfrutéis. Feliz verano
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