Revista Talentos

Buenas obras y malas obras

Publicado el 28 marzo 2013 por Francescbon @francescbon

BUENAS OBRAS Y MALAS OBRAS

Wittgenstein, reducido a segundo plato. Si supiera alemán, haría un anagrama con su nombre.

Un caso práctico: mi mujer se pasea por blogs muy curiosos. Blogs donde chicas cuelgan y comentan sus looks. Blogs de trend-hunters y , algunos, blogs algo narcisistas, otros blogs que parecen repletos de acné y aún conservan un olorcillo a colonia de bebé. Como Blogger ha montado esta maraña de links y relaciones algunas de sus autoras me visitan aquí o en otros de mis puntos de presencia en la red. Y como soy muy partidario de hacer todo lo posible por la reciprocidad, pues intento hacer lo propio. En una de esas situaciones me encuentro a una aspirante a escritora. Exactamente esas son las palabras que la definen, pronunciadas sin la mínima inflexión de sorna. Y la chica pide consejo sobre los dos capítulos que ha escrito. Por supuesto, los comentarios halagadores proliferan, a los que replica con amabilidad y educación. Los míos no lo han sido en absoluto. Para nada: le he recriminado infantilidad y bisoñería en los temas, precariedad en el estilo y algunas cosas más, siempre procurando no desanimarla. No es que me sienta salvando el futuro de la literatura, pero debo tener esas cosas como producto de la edad: desiertos de comprensión en oasis de mala baba.  Es como cuando le advierto a mi hija que muchas de esas canciones que devora en los capítulos de Glee son puros tarros de azúcar derramados sin control. Pues a Kate le ha sucedido que se ha topado conmigo: en el sentido absoluto, como el que gira por una esquina sin saber qué hallará al dar la vuelta. Y esa casualidad me hace tener ganas de rescatarla de las garras que acechan sobre sus escritos: las del mundo rosa y chicletesco. Me ha dicho que sus referencias son Matilde Asensi y Dan Brown. Glups y más glups. Le he dicho que lea a Roberto Bolaño, que es como decirle a alguien que oye a David Bisbal que se pase a los últimos discos de Scott Walker. Es una jugada peligrosa, oenegesca, suicida, aunque carente de toda perversión. Es de esas cosas que no sabes por qué motivo, pero te encuentras haciendo. Ahora he de revestirla de sentido y de intención socialmente aprobable.

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