Ayer he recibido un mail de una persona muy especial para mí.
Siempre que recibo noticias suyas me alegra, es curioso cómo podemos tener empatía con gente que hemos tratado muy poco ó casi nada de manera presencial, simplemente por cómo expresa sus pensamientos de manera escrita.
El caso es que sus noticias me han hecho reflexionar acerca de algunos aspectos que sin darnos cuenta ó incluso con la mejor voluntad solemos hacer los padres.
El primero son las etiquetas. Empezamos sacándole parecido al bebé en la cuna y seguimos, en algunos casos, durante toda la vida.
“Fulanito es idéntico a su abuelo” “Perenjana es clavadita a su tía”
“Zultanito es un calco de su madre” y así convertimos a la gente en herederos de virtudes y defectos de familiares, que en algunos casos no han visto en su puñetera vida, así que no pueden comprobar si esa comparación es real ó imaginaria y encima les quitamos toda la originalidad de sus aciertos y errores.
Porque si la fastidiamos, que nos digan:
“No me extraña, igual que su tía” pues hay que reconocer que jode. Jode mucho, porque quién la hemos fastidiado somos nosotros y quitarnos la propiedad intelectual del hecho, para dejárselo a la genética no es bueno.
Y por el contrario, si hemos logrado algo que merece la pena, con el sudor de nuestra frente, que venga el gracioso de turno y te suelte lo de:
“Si es porque tiene el mismo tesón que su abuelo”. Pues no te disgusta, pero te deja ahí un regustillo y piensas:
-Ya. El tesón será del abuelo, pero el trabajo que me ha costado y las horas que le he invertido son mías.
Así que llego a la conclusión de que etiquetar a la gente lo único que hace es hacerla irresponsable. Si, irresponsable, porque si lo bueno que tengo ó hago se lo debo al tesón del abuelo y cuando la fastidio es por culpa de los defectos heredados de la tía, lo que resulta es que, en condiciones normales, quién tiene el poder sobre mi vida es mi herencia genética y como nuera de Bióloga y Genetista tengo que decir que eso no tiene ninguna validez científica.Dejemos las etiquetas para el color de los ojos y la forma de las manos.
No existe evidencia científica alguna, de que mi imposibilidad para hacer de manera correcta un puré de patatas Maggi , a pesar de mis años y de que la maldita caja tenga solo tres simples pasos a seguir, sea consecuencia de mi parecido con alguna prima lejana estúpida integral.
Es simplemente que no le pongo la atención necesaria para hacer algo que no me gusta y claro, cuando no sale salado, se me olvida la mantequilla ó me equivoco y en vez de leche le hecho agua y está asqueroso.
Pero en cualquier caso, quién tiene que corregir el tema, soy yo porque el error es mío y solo mío. Además no es el destino ni la genética, es mi falta de atención, por lo tanto puedo conseguir hacerlo bien.
El segundo es convertirnos en malos empresarios.
Lectores con caras de acelga…
Me explico:
Cuando terminas de estudiar, normalmente te encuentras con una circunstancia penosa y es la siguiente:
Para encontrar un empleo necesitas experiencia y para coger experiencia necesitas un empleo. Así que te pasas un tiempo de entrevista en entrevista intentando romper ese círculo maléfico, porque todo el mundo que te quiere contratar quiere que le digas qué experiencia tienes (¡Tú no tienes ninguna, joder acabas de terminar!) y a la vez no tienes experiencia porque nadie te quiere contratar.
Hasta que no encuentras a alguien, que sea por la razón que sea, te da una oportunidad, se arriesga, confía en ti.
Seguro que habrá momentos en que pensará “Diooos, en qué hora se me ocurrió contratar a este inútil”, pero habrá otros en que pensará “Joder, el nuevo aprende rápido”.
Tú te equivocarás mil veces, meterás la pata, en definitiva la cagarás mucho, pero es que la vida viene sin instrucciones y cada vez la fastidiarás menos. La experiencia es lo que tiene.
Así que muchas veces los padres nos convertimos, sin quererlo y con la mejor voluntad de proteger a nuestros cachorros, en malos empresarios.
No queremos arriesgarnos a que nos fastidien nuestra vida, nuestros parámetros y nuestra “normalidad”, nuestra empresa en definitiva y no les damos esa oportunidad de fastidiarla bien fastidiada para que aprendan y cojan experiencia. Porque cada vez que la fastidian, nosotros también pagamos las consecuencias, pero es así.
Si a mis Niños no les contratan por miedo a que la fastidien, no aprenderán nunca así que agradezco mucho a sus empresas que le den la oportunidad de tener experiencia. Que se arriesguen, que confíen en ellos.
Entonces, si reclamamos a las empresas eso para nuestros hijos ¿Porqué no lo ponemos un poco en práctica nosotros? Ya sé que da vértigo, pero es necesario.
Va por ti, PRECIOSA.