Revista Talentos
La inquietud recorre mi pecho con sus largos dedos, tan finos, que no es posible distinguir si acarician o arañan. Abstraído, admiro en mis manos la dolorosa belleza de la incertidumbre, uno de los placeres del hombre que disfruta autodestruyéndose. Pero sigo igual, nada cambia. Tendré que volver a matar.