Peter Turnley
Viajo sentada en la butaca amarilla
Del tren de los vagones azules,
Que va desde las sierras hasta el mar.
El chuf chuf disfraza la tos de fumador
Del hombre desvencijado sentado frente a mí.
Para distraerme de la imagen
De los poros dilatados de su nariz,
Toco el cuero resquebrajado
Del asiento del acompañante.
Creo sentir el calor que ahí hubieras dejado
Antes de bajarte en la estación a la vuelta de tu vida.
Me sacan de vos unos niños que corretean por el pasillo.
Pero tu ausencia está dispuesta a derrumbarme
Con la insistencia de un mosquito y la certeza de una espada samurái.
Sin defenderme, me entrego a esa soledad despiadada
Que se escucha igual que el grito de la madrugada:
Sorda y hueca, vacía de nada.
Yo tan valiente y muriendo víctima de tu espejismo.
Busco en la cartera un caramelo que endulce
El agua salada de mi garganta
Y deliro con que éste quede ahí atascado,
Oportuno impedimento que me permitiría morir
Cobarde y anónimamente.
Qué loco este casi amor
Que no fue ni tragedia ni caricia,
Sin piel o sábanas, ni huella sobre huella
Que no hundió el dedo sobre tu espalda
Ni besó mi ombligo o cambió la hoja de ese libro
Con un beso húmedo sobre tu dedo.
Qué tortura la de este incesante golpeteo
Que emite el tren con precisión cronométrica.
El mismo golpe de la ventana cuando hay viento
O el de los sueños cuando se repiten,
El mismo golpe de los días sobre la memoria,
La memoria que perdió el tren de los vagones azules
Al pasar de largo por la estación a la vuelta de tu vida.
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