El día después de llegar en autobús mi padre me había propuesto hacer una excursión a caballo de tres días, quería saber si me parecía una buena idea, y cuando le pregunté en qué caballos estaba pensando, respondió que en los de Barkland, y yo me entusiasmé y me pareció una idea estupenda. La verdad es que ahora me había adelantado con lo de los caballos, pero tampoco es que fuera una gran cabalgada lo que habíamos hecho Jon y yo en aquel prado, y no acabó muy bien, al menos no para mí, y tampoco para Jon, si tenemos en cuenta lo que había sucedido justo antes y todo lo que sucedió después, y el caso es que no había vuelto a oír una palabra sobre el asunto de la excursión desde aquel día. Así que me llevé una buena sorpresa la mañana en que abrí los ojos y oí relinchos y el piafar de caballos a través de la ventana abierta. Provenían del prado que se extendía detrás de la casa, donde yo había hecho aquella labor tan deplorable al no atreverme a segar las ortigas con la guadaña corta porque me daba miedo hacerme daño, el día que mi padre luego las arrancó con las manos y me dijo: Eres tú quien decide cuando te duele.
Me asomé por encima del borde de la ventana, apoyé las manos contra el marco de la ventana y, una vez tuve la cara ante el cristal, descubrí dos caballos que pastaban sobre el prado. Uno era marrón y el otro negro, y al instante me di cuenta de que eran los mismos que habíamos montado Jon y yo, y si alguien me hubiera preguntado aquella mañana si eso era buena señal o más bien era mala, no habría sabido responder.
Salir a robar caballos
Per Petterson (Oslo, Noruega, 18 de julio de 1952)
Libros del Asteroide, 2022El Trond adulto medita sobre un asunto al que la literatura de Petterson regresa una y otra vez: la irrupción del momento catastrófico cuyas consecuencias se quedan pegadas a quien la sufre, para darle forma a su vida. De manera que nadie sabe qué vida está construyendo porque nadie conoce su futuro.
La novela funciona sobre un doble desajuste: el joven Trond protagoniza una serie de experiencias cuyo alcance no puede comprender tan bien como sus lectores; a cambio, sus lectores afrontamos pasajes cuya carga emocional no entenderemos hasta muchas páginas después, cuando comprendamos sus consecuencias futuras. Este doble desajuste se sostiene sobre un manejo muy sutil de omisiones y alteraciones temporales, mientras que el vaivén de narradores (dos momentos temporales de la misma consciencia) provoca un sugestivo juego de profecías, recuerdos, presentimientos y reproches. Las oportunidades perdidas y las expectativas abiertas se superponen desdibujando la corriente del tiempo.
Petterson no observa el tiempo como un avance continuo que jamás regresa, sino más bien como una forma geométrica que permite ver los acontecimientos desde distintos ángulos según la posición que ocupemos. De esta superposición y de estos desajusten surgen algunas de las escenas más emocionantes e inesperadas de la literatura contemporánea.
[Cultura Abril. Gonzalo Torné]