El paso del tiempo me ha demostrado la profundidad y el significado de las palabras de Don Manuel, más cuanto más me adentro en las entrañas de nuestro sistema educativo. Por desgracia, los principios de la educación básica y obligatoria, cuya primera misión debe ser formar a futuros/as ciudadanos/as, íntegros/as, cultos/as, autónomos/as, críticos/as y libres, se desvirtúa fruto de lo que llaman la vorágine del día a día para centrarse casi exclusivamente (salvo muy loables excepciones cada vez más significativas) en formar "cabezas repletas". Es lo que denominamos, los que nos dedicamos a esto, un sistema educativo propedéutico. Un sistema que 'pasa' de la educación para centrarse en la enseñanza, porque no hay tiempo para más. Un sistema enfocado en conseguir, a toda costa, que el alumnado adquiera todos los conocimientos que el ser humano ha aunado durante siglos de evolución intelectual en algo más de 10 años de su vida; y lo peor, con el único objetivo de que los/as estudiantes 'pasen' y 'pasen' de curso sin tiempo para desarrollar más habilidades que escuchar, copiar, memorizar y hacer exámenes tipo, ya que el exigente contenido que hay que impartir no deja tiempo para "otras milongas". Lo perverso de todo este asunto es que la sociedad en general, y nosotros los adultos en particular, institucionalizados y moldeados por el mismo sistema, hemos interiorizado que esta degeneración de la educación es lo correcto, el camino a seguir por nuestros/as hijos/as para lograr un futuro profesional próspero. Por desgracia, nada más lejos de la realidad. Hoy en día, más que nunca, se hace patente que la cultura del esfuerzo y del estudio propedéutico no aseguran un puesto de trabajo con el que ganarse dignamente la vida. La escuela hace tiempo que dejó de ser un privilegio de unos pocos, que si llegaban a ser bachilleres tenían un trabajo casi seguro de por vida, para convertirse en un derecho de todos/as. Esto viene siendo así en España desde hace unos 40 años y fruto de ello hoy tenemos en el mercado laboral a millones de personas con su "cabeza bien repleta" sin un puesto de trabajo que recompense el esfuerzo de tantos años. Un esfuerzo que, dolorosamente, termina siendo baldío, porque se malgastó en memorizar efímeramente miles de respuestas que otros (científicos, pensadores, filósofos, humanistas, etc.) alcanzaron tras años buscando contestar unas preguntas que nunca se cuentan en la escuela, porque se dedicó a interiorizar que la solución de todo estaba en el libro de texto o en la fabulosa mente del profesor/a de turno, porque se nos vendió que el saber no ocupa lugar y que aunque en aquel momento no le encontráramos utilidad a lo que nos enseñaban lo íbamos a necesitar en el futuro, porque se creyeron muchas cosas como dogmas de fé y como verdades absolutas sin hacernos que nos cuestionásemos nada, porque, en definitiva, empleamos nuestra niñez, adolescencia y gran parte de nuestra juventud en ir sentados en la cinta transportadora de un sistema que prometía llevarnos directamente al cajón de los listos, los aplicados, los válidos, los privilegiados y los brillantes. Salve Dios a aquellos que ni siquiera se montaron, o se aperon pronto, de la cinta. No me cabe la menor duda de que la educación es el único camino para lograr el desarrollo integral de la persona y permitirle integrarse en una sociedad con plenos derechos, pero para ello, en primer lugar tiene que adquirir significado para la vida diaria, adaptarse constantemente a las nuevas exigencias de la sociedad (presentes y futuras) y eso jamás puede lograrse desde los conceptos, porque estos hoy cambian y se renuevan a la velocidad de megabites por segundo. Si no queremos seguir cometiendo el mismo fraude con nuestros/as hijos/as debemos ser capaces de enfocar la educación hacia el querer ser, convertirla en la edificación del proyecto de vida de cada persona en edad de formarse y para ello debe ser capaz de responder y atender a los talentos individuales, a aquellas potencialidades que harán de la sociedad del futuro una sociedad plural, diversa, competitiva por ser única y mosaico de muchas virtudes, enfocada hacia una economía del bien común, en la que cada cual está desarrollando su pasión, en aquello que mejor se le da y más le gusta. En definitiva, una sociedad de personas (y no sólo de cabezas) bien formadas.
El paso del tiempo me ha demostrado la profundidad y el significado de las palabras de Don Manuel, más cuanto más me adentro en las entrañas de nuestro sistema educativo. Por desgracia, los principios de la educación básica y obligatoria, cuya primera misión debe ser formar a futuros/as ciudadanos/as, íntegros/as, cultos/as, autónomos/as, críticos/as y libres, se desvirtúa fruto de lo que llaman la vorágine del día a día para centrarse casi exclusivamente (salvo muy loables excepciones cada vez más significativas) en formar "cabezas repletas". Es lo que denominamos, los que nos dedicamos a esto, un sistema educativo propedéutico. Un sistema que 'pasa' de la educación para centrarse en la enseñanza, porque no hay tiempo para más. Un sistema enfocado en conseguir, a toda costa, que el alumnado adquiera todos los conocimientos que el ser humano ha aunado durante siglos de evolución intelectual en algo más de 10 años de su vida; y lo peor, con el único objetivo de que los/as estudiantes 'pasen' y 'pasen' de curso sin tiempo para desarrollar más habilidades que escuchar, copiar, memorizar y hacer exámenes tipo, ya que el exigente contenido que hay que impartir no deja tiempo para "otras milongas". Lo perverso de todo este asunto es que la sociedad en general, y nosotros los adultos en particular, institucionalizados y moldeados por el mismo sistema, hemos interiorizado que esta degeneración de la educación es lo correcto, el camino a seguir por nuestros/as hijos/as para lograr un futuro profesional próspero. Por desgracia, nada más lejos de la realidad. Hoy en día, más que nunca, se hace patente que la cultura del esfuerzo y del estudio propedéutico no aseguran un puesto de trabajo con el que ganarse dignamente la vida. La escuela hace tiempo que dejó de ser un privilegio de unos pocos, que si llegaban a ser bachilleres tenían un trabajo casi seguro de por vida, para convertirse en un derecho de todos/as. Esto viene siendo así en España desde hace unos 40 años y fruto de ello hoy tenemos en el mercado laboral a millones de personas con su "cabeza bien repleta" sin un puesto de trabajo que recompense el esfuerzo de tantos años. Un esfuerzo que, dolorosamente, termina siendo baldío, porque se malgastó en memorizar efímeramente miles de respuestas que otros (científicos, pensadores, filósofos, humanistas, etc.) alcanzaron tras años buscando contestar unas preguntas que nunca se cuentan en la escuela, porque se dedicó a interiorizar que la solución de todo estaba en el libro de texto o en la fabulosa mente del profesor/a de turno, porque se nos vendió que el saber no ocupa lugar y que aunque en aquel momento no le encontráramos utilidad a lo que nos enseñaban lo íbamos a necesitar en el futuro, porque se creyeron muchas cosas como dogmas de fé y como verdades absolutas sin hacernos que nos cuestionásemos nada, porque, en definitiva, empleamos nuestra niñez, adolescencia y gran parte de nuestra juventud en ir sentados en la cinta transportadora de un sistema que prometía llevarnos directamente al cajón de los listos, los aplicados, los válidos, los privilegiados y los brillantes. Salve Dios a aquellos que ni siquiera se montaron, o se aperon pronto, de la cinta. No me cabe la menor duda de que la educación es el único camino para lograr el desarrollo integral de la persona y permitirle integrarse en una sociedad con plenos derechos, pero para ello, en primer lugar tiene que adquirir significado para la vida diaria, adaptarse constantemente a las nuevas exigencias de la sociedad (presentes y futuras) y eso jamás puede lograrse desde los conceptos, porque estos hoy cambian y se renuevan a la velocidad de megabites por segundo. Si no queremos seguir cometiendo el mismo fraude con nuestros/as hijos/as debemos ser capaces de enfocar la educación hacia el querer ser, convertirla en la edificación del proyecto de vida de cada persona en edad de formarse y para ello debe ser capaz de responder y atender a los talentos individuales, a aquellas potencialidades que harán de la sociedad del futuro una sociedad plural, diversa, competitiva por ser única y mosaico de muchas virtudes, enfocada hacia una economía del bien común, en la que cada cual está desarrollando su pasión, en aquello que mejor se le da y más le gusta. En definitiva, una sociedad de personas (y no sólo de cabezas) bien formadas.
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