Revista Diario

Cadencia.

Publicado el 17 febrero 2011 por Zeuxis
Cadencia.
Es esta manía de sentirme saturado,
De despertarme con todos los sueños todavía prendidos a los párpados.
Es esa cosa rigurosa y dura de enfrentar la luz con su animal de día encima,
Levantarse sabiéndolo todo y quedarse como ido hasta recordar el cuerpo.
Es la vida apenas, las liturgias que no hago, el aliento que no escondo,
El olor del sexo con su sabor a trasnochado y la ducha como una lluvia que se quedó en la casa para siempre.
Es sentirse sólo, servirse el desayuno, mirar los líos y saber que no hay trabajo,
Subir las escaleras como si arriba fuese el cielo y acomodarse tonto pensando triste en los poemas.
Es leer a Heidegger, a Trakl, a cualquier ángel arrancándose la última pluma de sus alas;
sufrir por ellos o por la palabra que no llega, saber que no está el nombre ni el fin que tanto se esperaba.
Es hallar al ser andando a gatas, insistiendo en la existencia,
siendo un saco de dudas que intenta moverse con todo el peso de un rencor que le ganó en el juego.
Es la manía del poeta, ya lo sé, es ese destino de sentir tanto hasta el cansancio,
De vivir gastando y gastando nada hasta quedar vacío, y de pronto, echarse todo sobre el mundo hasta escribir un llanto
Y luego, salir como un espanto a buscar la soledad colgada en otro tronco de los días.
Es sentirse extraño, con un alma reclamando el cielo y empujando todo como un ebrio;
Negando el color perdido entre las ganas, la muchacha que te apretó el cariño entre sus labios
Y que sufre por no poder darte la salvación para tenerte feliz entre sus brazos.
Es saberse loco por rumiar tanta mierda entre los huesos;
despreciando ojos, juegos simples, cosas que saltan hacia uno
con ganas de otorgarle entusiasmos a la voz que no pronunció un azar para seguir viviendo.
Es pensar en vos a la hora que me caiga tu recuerdo encima, pensar en tu distancia y tu dolor agujereado
Y saberte cosa perdida repleta de tanto cuchillo parido entre la sombra.
Es saberme con esta roca de rayos que le lanzo a todo hasta desmigajar el cielo,
Es esperar el mediodía sin música, con un espasmo en la piel que empieza a despreciarme,
Que me castiga en serio por olvidar al niño que fui
y que jugaba con un monstruo imaginario que ahora sólo sirve para llorar en los rincones.
Es esta cosa de sentir vergüenza entre tus brazos, al mirarte fijo
sin poder mostrarte la estrella que se me apagó en los ojos.
Es llegar hasta la tarde con un pájaro perdido, con un verso trinando entre los huesos,
ensombreciendo algo de arruga que me señala incierto de amigos
que se fueron yendo sin siquiera levantar la mano para decir adiós con la mirada,
que prefirieron el olvido y dejarme solo por tanta crudeza de hombre enloquecido
que no pudo reconocerles su cariño y su sonrisa.
Es quedarme sin saber a que horas fui yo quien dijo solo en lugar de los crepúsculos
cerrando la puerta hasta sangrar poemas.
Es esta manía sobre todo,
la de buscar la noche y arrojar el cuerpo hasta el delirio.
Es la gana de acercarse siempre hasta el espejo para encontrar al cínico.
Es este dolor de ir de nuevo hasta la cama con las ruinas
Y saber que todo se ensayó con la misma suerte de la sangre
Que llegó a la noche con el mismo corazón marchito.
Es leer un verso y saber que sólo eso al menos queda para advertir a otros del peligro;
Es soñar con la misma esencia de un poema y no escribirlo, no intentarlo,
por no sentirlo mío, por creer que es de otro y respetar la escritura que no merezco entre mis labios.
Es apenas esto, el desvelo, las ojeras, el remordimiento aplastando una almohada que no sabe,
El desespero de no soportar lo negro con las pupilas insistiendo en un incendio.
Es el reloj arrullando un fastidio acostado en medio pecho ahogado por la angustia,
Es la tristeza, sólo eso,
Una tristeza sabiendo que todo me sirvió para aburrirme
y que apenas me quedaron unos versos
Unos cuantos,
para nombrarte sueño y quedar al fin dormido.

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