Nada había, porque nada existía fuera de nosotros, y lo que nuestros sentidos cercenados vagamente lograban intuir. Silenciados, veíamos con nuestros dedos las piedras antiguas, nuestro rostro sentía las tempestades lejanas, nos oíamos y no pronunciábamos palabras. Olíamos el humo. Pisábamos monedas frías. Avanzábamos en espirales, entre salones derruidos.
No era la oscuridad que alguna luz lejana disipa y burla de repente. Era viscosa y helada. Había gritos y a veces risas nerviosas. Las estrellas no aparecían. Los susurros daban noticias de nosotros. Había una guerra. Quien buscaba la luz, rasgaba la palma de sus manos, sacrificando algo más claro que la noche cruel. Quien apelaba diciendo que deberíamos esprear la luz del cielo, sin enemistarnos con el creador de la oscuridad, habían cubierto sus manos con el lodo del suelo. Se buscaban, discutían, gruñían y construían teogonías detalladas. También existían ateos, sofistas, místicos, violentos. ¿Quién creyó en las revelaciones de videntes en un mundo cegado? ¿Qué se manifestó en esos rumores persistentes de una hoguera lejana desde la que se había iniciado la redención? Separados de la luz. Una espesa negrura que ningún límite contiene. El goteo de una tubería cercana nos parecía la percusión de una sinfonía, y los gruñidos de violencia y agonía de animales salvajes una manifestación de vitalidad y alabanza.
Había quien se acostumbró a vivir entre muros, y recorrerlos. Hubo quien siguió el sonido de las corrientes del gran río, que nunca se demostró ser el mismo, o bien distintos. Breves formas que adaptadas surgieron, alimentaban ascéticamente y de vez en cuando proporcionaban visiones de colores. Su crueldad fue declarada y prohibidamente veíamos grifos, leviatanes, hidras, recuerdos de cuentos que los viejos enseñaban a los jóvenes, cada generación más absortos. ¿Qué es un hocico, qué una escama, qué una ola? Sorprendidos por la súbita oscuridad, todo se simplifica y la cadena se torna de terciopelo (un día nos dijeron que era lo contrario del tacto de las rocas).
En esa noche ferviente, construíamos vidas. Aprendimos a conocernos por el ruido de las pisadas, a reunirnos en asambleas banales que daban constancia de nuestra resignación y lamentos, pero que servían para llorar porque al lado había alguien que también había compartido nuestras esperanzas, y también lloraba. Pedíamos una explicación, un salvador, una promesa. Pero caíamos, y seguíamos cayendo, pocos habíamos conocido la luz, y para algunos, su vuelta sería el verdadero suplicio. La madera podrida. La lluvia, ácida. En despojos de palacios, cabalgaba la muerte en manos de sectas terribles. Y en las orillas del río, un olor indescriptible nos alejaba. Vagábamos enloqueciendo. Huíamos sin pausa. En pozos antiguos, nos aferrábamos a las ramas de frutas dulces, sin importarnos nada.
Caídos en la noche, esperábamos merecer la nueva oportunidad de una aurora.
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Caímos en la noche
Publicado el 22 junio 2012 por TarrouTambién podría interesarte :