Está claro que si lo que quieres es tener una refriega, pues ya sabes, no dejes hablar a tu oponente. Mete tus comentarios antes de que él acabe, no le dejes terminar ninguna frase o razonamiento, y si es posible, atácale con saña. Ah, y de vez en cuando le insultas. El resultado, seguro, serán un par de bofetadas o los gritos y el follón. Bueno, allá cada uno. Casi, casi, mejor un ring. Es más noble y no hace falta hablar. Pero si en esa discusión quieres conocer el punto de vista del de enfrente y compararlo con el tuyo, aprender y valorar el peso de tus convicciones, entonces, utiliza el silencio. Manéjalo.
Son sólo dos décimas de segundo. Bueno, exagero, un par de segundos. Cuando estés en esa conversación interesante, deja que acabe su exposición. Y entonces, cuando haya acabado, mírale y calla un par de segundos, como dándole pie a que siga. Te prometo que a partir de ese difícil silencio, de ese hueco que creas en el diálogo, pones al otro en una situación desconocida.Le estás diciendo sin verbalizarlo: sigue, te escucho. O bien, ¿estás seguro de lo que acabas de decir? Le estás poniendo a prueba con tu silencio. Lo más probable es que a partir de ese momento le veas dudar más, le oigas empezar a asumir tus valoraciones, a pedirte tu opinión. En fin, a dar pie a una buena conversación con respeto y ganas de aumentar conocimiento. ¿Sólo con dos segundos? Sí, aunque parezca mentira. Mirada profunda y dos segundos de silencio. Pruébalo. Te sorprenderá.