Revista Literatura

Calle del codo

Publicado el 08 abril 2020 por Rogger

CERCA AL CONVENTO
—Ahora será diferente— le digo.
Intento abrazarla. Me rechaza.
—¿Quieres que me vaya?
Asiente.
Ante la Torre de los Lujanes un guía gesticula para un grupo de turistas. Pasamos de largo. Ambos llevamos la vista hundida en el suelo, pero no es difícil imaginar que se le rebalsan los ojos. Intenta decir algo, pero termina tragándose el nudo en su garganta. Me detengo. Doy media vuelta y enfilo hacia Calle del Codo. Al fondo, el Convento de las Carboneras me recuerda nuestro primer beso. Éramos unos críos que apenas sabíamos besar. Y allí mismo fue también el último intento.
—Amo a Juanjo.
Hay muy pocos pasos entre la ilusión y la derrota.
Todavía pudimos caminar juntos, por esta breve calle donde no es fácil evitar el contacto. Lori lo logró. Puso miles de kilómetros entre los dos, en los escasos tres metros entre pared y pared. Calle del Codo. Muchas veces, como hoy, reclamé su estrechez para sentirme adormecido en su penumbra.
Juanjo debe estar en el café, esperándome para cerrar caja y largarse.
Entre Lori y Juanjo todo había empezado mal. La devoción de ella no cabía en la impostura de mi amigo. Yo quiero a Juanjo —somos como hermanos— pero es la verdad. Aquél día su ego pudo más. Desde que supo que Lori me había terminado, la tuvo entre ceja y ceja. Pero las locuras suelen ser inimputables, mas no cuando ponen en juego tres vidas quebradizas.
ENTRE DOS ESQUINAS
—¡Cariño!— Laura gritó desde la esquina.
Me congelé. ¿Acaso no tenía que estar en su oficina? Le devolví el saludo. Me aseguré que Lori estuviera ensimismada en los zapatos, y fui a por Laura. Cuando llegué, ya no estaba. Me volvió el alma al cuerpo. Para matar las dudas, me quedé en esa esquina por media hora, oculto por si Lori me buscaba. Media hora. No fue poco. En media hora hasta el más tozudo renuncia. En media hora el desconfiado recupera la seguridad. En media hora el minutero ha dado treinta vueltas. No fue poco tiempo.
Convencido de haber recuperado el control, regresé a la zapatería.
—¿Qué pasó? Envié más de veinte mensajes. Necesité tu opinión.
— Perdóname. Sentí un cólico y me fui a por los sanitarios.
—¿Te gustan mis nuevas botas?
—Son hermosas. Serán mi regalo de navidad.
—De ningún modo.
Me acerqué hasta rozar su oreja.
—Por favor, acéptalo.
Cuando recuerdo ese momento solo quiero no haber nacido. Laura estaba ahí ¿cuánto tiempo antes de ponerse en evidencia?
—Buenas…—su voz tembló.
No me moví. Sentí que preguntaba algo banal a la dependienta. Lori me dijo después, que yo testaba paralizado y sudaba copiosamente. Le asustó mi palidez. En realidad, se me nubló la vida entera.
(No se lo dije, porque supongo que lo sabe tanto como yo: Lori tiene un sentido del peligro que la previene apenas detecta el mínimo sismo. Nació con eso.)
Por la noche llamé a Laura. Antes que pudiera decir media palabra, me advirtió que me daría tres minutos, ni uno más, después de eso que despareciera de su vida. Fui en último en enterarme que se había ido a algún lugar de América.
CALLE DEL CODO
Unos meses después de la ruptura, Lori vino a refugiarse, aun sabiendo lo riesgoso que es para mí su cercanía. Y ahora estoy aquí, en Calle del Codo, mi propio muro de las lamentaciones. Aquí, donde recaigo siempre que busco soslayar otro fracaso. Calle del Codo, con su habitual penumbra, nunca más propicia que hoy. Me sostengo en la reja que con su herrumbre ofende la legendaria puerta donde Quevedo respondiera al infortunado inquilino. Debo tomar fuerzas, llegar a Plaza Menor y de ahí a Tirso de Molina. Ya sobre el tren, será más fácil recordar mi rumbo.
Por fin, en la fila para los billetes, una mano en el hombro me sobresalta. Es Lori.
Se le pasó el cabreo, pienso. Sonrío. Lori no.
—¡Estoy potando de solo veros!
Derechos Reservados Copyright 2020 de Rogger Alzamora Quijano

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