No eran ya unos adolescentes, pero estaban enamorados y se deseaban... mucho, con gran fuerza. Tenían la particularidad de calentarse mucho uno al otro, tan sólo mirándose. Incluso cuando no estaban juntos, se dedicaban libidinosos pensamientos y acciones.
Los habían ingresado juntos por agotamiento extremo y principio de deshidratación, consecuencia de fornicar sin comer, apenas bebiendo, y casi sin descanso, aprovechando los escasos momentos en los que la actividad sexual cesaba para fumar un cigarrillo, lo que ayudaba a agravar su situación física un poco más.
No era la primera vez que su libido les traía problemas. Además de una leve fractura de pene ocasionada por una especialmente vigorosa masturbación mutua que por suerte duró poco, él fue despedido por exhibir sus constantes erecciones en la oficina, lo que a sus compañeros de trabajo les hacía mucha gracia, llegando a ponerle el mote de "pollaman" entre carcajadas. Ella tuvo problemas con su socia y tuvo que vender su parte en la tienda de modas que tenía, seguramente por su costumbre de tocarse sin vergüenza alguna en el almacén, el baño, o los probadores, no siempre vacíos, lo que escandalizaba y espantaba a potenciales clientes.
Una vez en el paro, sin actividades laborales que atender, se dedicaron en pleno a fornicar como conejos durante todo el día sin ocuparse de otra cosa que no fuese el placer mutuo, Lo hacían hasta acabar rendidos. Sus vecinos, que los oían todo el tiempo revolcarse, llamaban cada dos por tres a la policía. Fue en una de éstas llamadas cuando los agentes les encontraron desnudos, untados de fluidos orgánicos, y hechos una pena, pero aún enganchados, sin fuerzas pero con ganas de más marcha, uno dentro del otro.
Ahora estaban en el hospital, sedados y atados cada uno en su habitación. Desde que los habían ingresado, ya se habían colado varias veces uno en el cuarto del otro para seguir con su lujurioso entretenimiento, a la vista de todos, personal sanitario y de mantenimiento, enfermos y familiares, les daba igual si había público o no, ellos iban a lo suyo, si más miramientos. Los médicos habían decidido mantenerlos medicados para que no dieran más el espectáculo hasta que les dieran el alta. Si querían hacer esas cosas que las hicieran en su casa.
Una enfermera, por curiosidad, fue al encuentro de los dos para preguntarles el motivo de tan pintoresco comportamiento. Le intrigaba saber por que hacían lo que hacían todo el tiempo. Ella le respondió: "Soy feliz de verdad cuando él está dentro de mi, mientras estamos haciendo el amor nos vamos juntos a nuestro propio mundo, es algo mágico". El contestó: "Me siento vivo cuando estoy dentro de ella, es en esos momentos cuando la vida para mi tiene significado absoluto, en su coño es cuando soy realmente yo, esa mujer es mi hogar, el lugar al que pertenezco y del que nunca quiero irme, de donde nunca quiero salir."
La enfermera acabó el turno pensando en lo que había dicho aquel peculiar matrimonio. No parecían ser adictos al sexo, bueno, en realidad si, pero no indiscriminadamente, tan sólo entre ellos dos, y alguna ocasional dosis de sexo autónomo pensando en el otro cuando no estaba, una razón mas para tenerles las manos atadas en el hospital.
Unos días más tarde les llegó el alta, y la pareja volvió recuperada a su casa, para disgusto de sus vecinos. Al poco de poner los pies en su casa, ya habían vuelto a las andadas, retomando sus labores con ganas acumuladas y renovado ardor. Absortos en su sexual mundo de placer y éxtasis, volvieron a olvidad comer, bebiendo lo mínimo en alguna parada de la febril actividad. Cuatro días de fogosidad, gemidos, aullidos, y orgasmos, ignorando los golpes a la pared de los vecinos y el cartero llamando al timbre. Ni siquiera notaban ya lo de su alrededor, para ellos sólo importaba lo que estaban haciendo, follar, hasta que la falta de agua, sueño, alimento, y descanso les hicieron desplomarse en la cama, sin fuerzas para moverse.