Cambiar para no hacerlo.

Publicado el 25 agosto 2015 por Marga @MdCala

A veces, para seguir siendo la persona que eres, tienes que cambiar. Hay que someterse a alguna renovación de tu psique o de tu aspecto. Has de actualizar, mujer, el peinado, el color de tu pelo, el maquillaje y los abalorios que apenas ya usas, o recuperar esas faldas que obligan a un mayor cuidado de las piernas. Has de modernizar, hombre, esas camisas de hace diez (o más) años; esos pantalones que no tienen ya perdón, esa terrible e infantil ropa interior, ese inamovible corte de pelo (si estás de suerte y aún tienes), ese estilo que te ata a un pasado rancio… No, no son frivolidades: si rondas la mediana edad (me vais a permitir que me centre en esos años), incluso lo que pudieran parecer nimiedades dejan de serlo. Porque todo influye.

A lo mejor -es muy posible- te has dejado llevar por la rutina y la comodidad de los pantalones holgados, del pelo recogido en una pinza o coleta, del tinte o rasurado casero, de los kilos justificados por H o por B, y de la desidia del sofá y las pizzas. Ya no trabajas FUERA de casa (esto va por ambos sexos) sino dentro y de modo no remunerado, y son otras las prioridades para el dinero que nunca sobra. Es comprensible, pero -y al margen de la edad- ¿estás seguro de seguir siendo tú? ¿Te reconoces? ¿Te gustas? ¿Te aceptas?

Hace tiempo sufrí un problema digestivo debido a un episodio recurrente de ansiedad. No hay culpable único al que achacar el asunto, sino que este fue el resultado de una acumulación progresiva de pequeños “nudos” emocionales sin resolver, que desembocaron en un colapso físico final. Por fortuna aquel lance pasó -aunque ya habré de tener cuidado siempre- porque yo puse todos los medios a mi alcance y cambié para seguir siendo la misma. La misma pero mejorada, se entiende.

Gracias a aquello -aunque no se lo deseo a nadie- perdí kilos y recuperé mi peso habitual; me vi mejor en el espejo y en las fotos a pesar de tener más años, y gané en seguridad personal. Ahora gasto una 38 de pantalones y podría intercambiar algunas prendas con mis hijas. Me he atrevido con las mechas rubias y con los vestidos. He lucido piernas incoloras después de muchos años sin hacerlo (por el qué dirán). He llevado pantalones muy cortos (y ya me da igual ese qué dirán). Incluso he dicho y repetido mi edad (algo que no hacía con una década menos), he aprendido a decir “no” sin sentirme culpable, a pedir ayuda, a no rendirme… En definitiva: cambié por dentro y por fuera. Por fuera y por dentro. Ambas cosas eran muy necesarias.

No voy a dar consejos y quisiera que esta entrada se tomara tan solo como una sugerencia de actuación para evitar el estancamiento, las cómodas excusas, la rutina y la apatía que a tantos vivos mata sin que estos lo sepan. También como una extracción positiva de una mala experiencia. Hoy doy gracias por aquel frenazo en seco, por aquella vulnerabilidad extrema y por todo lo bueno que me regaló. Y hoy me confieso de algún modo como parte de ese cambio.

También mi marido me obsequia con esta imagen rejuvenecida del Blog (“lúcete en todo tu esplendor”, me ha dicho al pedirme la foto), apoyando el mensaje que antes he querido expresar. Cada uno saque sus propias conclusiones y las disfrute. Siempre mirando al frente. Eso siempre.

¿Nos seguimos leyendo? Espero que sí…