Publicado el 23 noviembre 2011 por Mariaelenatijeras
@ElenaTijeras
El sol comenzaba a entrar a raudales en la habitación de Camila, era temprano aún, pero los grandes ventanales que iban de pared a pared permitían esa consentida invasión, a veces mal recibida, que indicaba que había que empezar a pensar en ponerse en marcha. Esa mañana, Camila, al igual que otras muchas últimamente, albergaba síntomas de no haber descansado bien. Le costaba muchísimo conciliar el sueño y cuando lo hacía se despertaba continuamente en mitad de la noche envuelta en terribles pesadillas. Su vida no iba bien, lo sabía, pero por el momento no podía hacer nada, salvo esperar. A pesar de estar sumida en un estado de semiinconsciencia, esto no le impidió escuchar los pasos quedos de Servando que se acercaba a ella por el borde de la cama. Su tono de voz la puso rápidamente en guardia, era bajo pero con una melodía repleta de brusquedad que le hizo saltar todas las alarmas y poner todos sus sentidos en alerta. -Camila, quiero que te marches de la casa, desde hace tiempo estoy amargado por tu culpa. –Dijo mirándola a los ojos cruzado de brazos por el frío, ya que él sólo vestía con una camiseta fina y un pantalón, a pesar de estar en el mes de diciembre. Camila, no pudo evitar la sorpresa, aunque desde hacía tiempo, preveía un desenlace así a una relación, que más que de pareja, cada vez era más parecida a un monomio. Después de clavar sus ojos en los de él, ella se levantó de la cama diciendo; -Como tú quieras… pero ¿sabes una cosa? Yo, a diferencia de ti, tengo un sitio a donde ir. ¿Puedes tú decir lo mismo?Mientras se alejaba de la habitación en dirección al baño, Servando observaba impertérrito el camino que andaba ella, sin variar en absoluto su postura, salvo el giro de la cabeza para seguir los pasos de Camila. Una vez estuvo metida en la bañera, dudó entre darse un baño o una ducha, pero como lo que quería era salir cuanto antes de la casa, optó por lo segundo. Abrió el grifo del agua caliente al máximo, notó como el agua, casi hirviendo, resbalaba por su cabeza, pero lo único que sentía era el estremecimiento de recordar, una y otra vez, las crueles palabras, que hacía unos instantes, le había dicho la persona con la que creía iba a compartir una vida. Aunque sabía que el final de la relación llegaría más temprano que tarde, en un rinconcito de su corazón albergaba la posibilidad de que la situación entre los dos mejorara. Unos meses atrás, Camila despertó del sueño que creía estar viviendo, convirtiéndose en una pesadilla nada más caer la venda de sus ojos. Ilusiones, esperanzas, sueños, deseos, todo estaba roto en millones de pequeños trocitos que ahora, en la ducha, se iban por el desagüe, de donde ya no volvería a recuperarlos. Una vez estuvo lista, se dispuso a recoger sus cosas en una pequeña bolsa de viaje, ya volvería a por lo demás cuando él no estuviera en casa. Lentamente, encaminó sus pasos hacia la cuna donde aún dormitaba su precioso bebé, al que cogió en sus brazos derramando una dolorosa lágrima de cristal por su mejilla, al tiempo que en su mente una pregunta retumbaba sin descanso y para la que no encontraba respuesta; -¿por qué?. Salió por la puerta de la casa, con la bolsa en una mano y su pequeña flor en la otra, no sin antes, volver la vista atrás para comprobar, como Servando, permanecía en el sofá viendo la televisión impasible a la situación que lo rodeaba en ese momento. No hubo despedidas. Pero aquello, lejos de doblegar a Camila, provocó que, orgullosa secara la lágrima antes vertida y levantando la cabeza, para no volver a agacharla jamás, sonriera a su muñequita que cargaba en los brazos y le dijera con una sonrisa que, a su vez, su hija le devolvió: -Preciosa, comenzaremos tú y yo juntas, unidas en todo lo que la vida nos quiera enviar, sortearemos los grandes obstáculos que preveo, estarán en nuestro camino, pero jamás nos rendiremos. Aquí cerramos esta puerta, pero abriremos la que nos conduzca a una felicidad verdadera.Las dos salieron a la calle, donde un sol radiante, las acompañaría durante el camino a casa de los padres de Camila, que desde la ventana las vieron llegar intuyendo lo que acaba de pasar. Sin preguntas, pero conocedores de sobra que su hija los necesitaría en lo sucesivo, abrieron la puerta con una sonrisa y cogiendo a la peque en brazos, empezaron a jugar con ella, pendientes en todo momento del sufrimiento, que en ese momento embargaba a su hija. Sigue leyendo la historia: II. Comienzos III. TormentasIV. Futuro