Al día siguiente voló a Almería, necesitaba reunirse con su hija, llevaba mucho tiempo sin verla, y aunque llamaba a casa todos los días, echaba de menos los abrazos, besos y ternuras que su hija le prodigaba cada momento que compartían juntas.Madre e hija estaban unidas por un vínculo muy fuerte, muy especial que por duras adversidades, duros tiempos que pasaran, sería inquebrantable de por vida.
–¡¡Mamá!! –gritó Salomé al verla por la puerta de entrada a la casa. Llegó por sorpresa, nadie la esperaba. Huyó de, tal vez, algo bonito que podría haber llegado a su vida. –Reina, ya estoy aquí. –abrazando a su hija de una manera muy especial, brotó una lágrima de sus ojos. Demasiado tiempo lejos de la estrella que le daba su luz. Después del necesitado abrazo, le entregó una bolsa con muchos regalos que ella había comprado en el poquísimo tiempo libre que tuvo en Barcelona.
A pocos días de la inauguración del congreso en Barcelona, la rutina se instaló nuevamente en su vida. El trabajo volvió a ser el refugio de su mente. En él conseguía volcarse al doscientos por cien y espantar los pensamientos que, convertidos en sentimientos golpeaban, con fuerza y sin tregua, en suya maltrecho alma.Poco a poco iba saliendo de su agujero sin fondo, pero necesitaba algo más que coraje para escapar de él.Esa tarde decidió salir tempranopara ir a la playa y disfrutar de unas horas con su bebé.Con todo preparado cargó con las bolsas, con tres esa tarde bastaría, siempre son pocas cuando te acompaña una pequeña criatura. Cogidas de la mano se encaminaban hacia una divertida jornada playera. Durante el paseo hacia la playa, cantaba canciones para amenizar el camino. Salomé la imitaba lanzando pequeños sonidos guturales, levantaba la cabeza para mirarla y arrugaba la nariz mientras reía, arrebatándole grandes carcajadas a su madre. Al girar la calle, se aproximaban a un hombre con medio cuerpo dentro del capó de un coche. Éste, al escuchar la aproximación de lospasos, selevantó y giró hacia ellas. Sin pronunciar palabra,la miró de soslayo ybajando la vistamiró a su hija. Su único gesto fue darle laespalda a ambas. Tal actuación hubiera pasado sin más importancia de no ser que aquel joven era Servando. Otra puñalada más que encajar.Camila solo pudo reaccionar de una manera,levantando la barbilla al cielo y proseguir su camino. No, no dejaría que aquello ensombreciera lo que tenía planeado para esa tarde. Su hija y ella disfrutarían de su mutua compañía.Aquel hombre y padre era meritorio de la mayor de las indiferencias, y era lo único que obtendría de ellas.
Bajo un cielo deliciosamente azul con algunos cirros, que delicadamente imitaban los cuerpos de algunos animales, el horizonte se topaba con rocosas montañas que perfilaban las bellas costas almerienses. Anclada en la blanca arena de una de sus calas, una sombrilla las protegía del sofocante calor. Salomé,siempre vivaracha, siempre juguetona, retozaba en la arena. Diversos juguetes playeros componían su arsenal, con todos ellos disfrutaba echando arena en el cubo, aunque caía más sobre las piernas de Camila que en el recipiente destinado para ello. Entre pequeños gritos de júbilo, al conseguir realizar las proezas que ella misma se marcaba, la pequeña se divertía de lo lindo en una jornada donde sólo estaban ellas dos.
–Venga preciosa –dijo Camila. Levantó a la niña que, entre galimatías, se dirigía a la orilla dando pequeños pasos. –Vamos al agua,que tenemos que refrescarnos. Hace un calor abrasador. Entre juegos, risas y chapoteos pasaban la tarde. Lentamente el atardecer caía sobre la bahía y en un eterno abrazo entre ambas, observaban el maravilloso espectáculo que el sol brindaba en el incesante camino hacia su lecho. Contemplando la exhibición que elmajestuoso astro obsequiaba, no se percataron que en aquella playa no estaban tan solas como Camila imaginaba. Desde más allá de sus pertenencias, oculto entre las rocas para no ser visto, alguien observaba la delicada estampa.
Concluido el díay desde el balcón de casa, su mente descargaba una y otra vez imágenes de otra vida. Ya no había melancolía, no había nostalgia. Fue otra época, otro tiempo. Ahora, mientras contemplaba el movimiento de las olasy podía sentir el rugido de las mismas en la lejanía, sabía que ya no habría más dolor que soportar. Por fin había comprendido que el pasado quedaríaen ese tiempo verbal y no inundaría su presente para desbaratar su futuro. Su hija, que dormitaba ya en su cama, merecía una madre atenta y servil para ella, de la que pudiera recibir todo el amor del mundo, sin resentimientos, amargurasni pesares que empañaran su felicidad. Sentadadelante de su ordenador, entró en su correo electrónico y en la bandeja de entrada encontróuno que la sorprendió bastante.Su remitente: Marcos Guerrero.Al abrirlo leyó atentamente lo que, escuetamente, había escrito.
“Antes que tú moriré y mi espíritu en su empeño tenazse sentará a las puertas de la muerte esperándote, allá donde el sepulcro que se cierra abre una eternidad, todo cuando los dos hemos callado, allí lo hemos de hablar…”
Quisiera poder decirte que mi vida es perfecta desde que te fuiste de Barcelona, pero eso es tan fácil como tapar el sol con un dedo. Por increíble que parezca, has cambiado mi mundo, mi existencia. Te necesito cerca. No soy capaz de seguir el día a díaal saberte tan lejos. Dame la oportunidad de descubrir para ti, unnuevo amanecer.Te echo de menos.Su mente martilleaba, una a una, cada palabra del correo recibido. Sacudía torbellinos de agradables sensaciones, algo ya casi olvidado. Intentó alejarlas de su pensar, las creía irreales, sentándose delante del televisor mientras tomaba una copa de vino, pero no lo consiguió. Más intensas eran aquellas letras que, dispuestas en el orden exacto, conmovían su fibra. Optó entonces por irse a la cama. Tumbada boca arriba mirando el techo, un esbozo de jovial sonrisa se dibujaba en su rostro. Enseguida comprendió que esa media luna era el preludio de que algo mucho mejor estaba por llegar. Cerró los ojos, casi sin darse cuenta. Advirtió placenteramente como iniciaba su senda hacia los necesitados brazos de Morfeo. Aquella noche no hubo pesadillas, tampoco malos despertares. Su sueño fue profundo y sereno. Empezaba, por fin, a emerger de aquella oscuridad en la que, durante demasiado tiempo, estuvo sumergida.
Arrancaba una nueva mañana. Caprichosas nubes grises impedían que los rayos del sol incidieran sobre la ciudad. Desde las montañas del oesteasomaban amenazantes y grandes masas grises, casi negras, dispuestas a descargar una intensa tormenta de verano. Alegre música proveniente de unos auriculares, animaba el paseo matutino rutinario hacia la agencia. Ráfagas de viento fresco acariciaban su rostro, anunciando la proximidad del chaparrón. El intenso calor del verano, parecía dar una tregua. Sin embargo, todavía quedaba mucho calor por sentir.
Todavía era temprano para empezar la jornada en la oficina. Entró en una cafetería cercana para desayunar.Ocupó una mesa pegada a una pared de cristal sin advertirque, desde detrás de otros cristales, era observada muy especialmente.Al levantar la vista para llamar al camarero, sus ojos se toparon de bruces con los de él. No podía dar crédito a la imagen que proyectaban sus ojos en el cerebro.Marcos, estaba delante de ella.–Oh!Dios mío –exclamó– ¿Qué haces aquí? –se levantó sin esperar una respuesta. Le rodeó el cuello con sus brazos en un emotivo abrazo. –Te echaba de menos –le dijo suavemente al oído, estrechándolapor la cintura– Barcelona no es lo mismo sin ti. He venido a buscarte. Quiero formar parte de tu vida, de tu mundo. Camila hablaba sin saber que decía. De sus labios solo salían palabras ininteligibles.–Shhh! no digas nada –intentó tranquilizarla—.Siempre penséque si anhelas un deseocon todo tu corazón, acabará por pasar algo maravilloso. Y mi maravilla eres tú.Cuando al fin se separaron sus caras quedaron casi unidas.–Te advierto que mi carácter es un poco complicado –le dijo en voz baja. Era la forma de controlar sus nervios. –Pero si eres un amor, Camila. –replicó con una sonrisa de oreja a oreja– Eso no te funcionará como excusa, eh?–Ah! no? –No. –aseveró él.Los labios de los dos se iban aproximando cada vez más. Iban cediendo al deseo de estar unidos fundiéndose en un apasionado beso cargado de ternura.
Las gotas de lluvia empezaban a estrellarse contra los cristales de la cafetería, al mismo tiempo que ell estruendo de untrueno se dejaba oír desde la distancia.Aquella tormenta deverano no sólo trajo algo de sosiego a las sofocantes temperaturas de la estaciónestival, sino una oleada de viento fresco en la vida de Camila.
FIN