Caminando en silencio

Publicado el 01 julio 2014 por Dolega @blogdedolega

¿Qué sucede cuando alguien se mete presión sin motivo? Que estalla de pura estupidez.

Pues eso…

Me repliego a pensar y tomar decisiones. Pongo mis cosas encima de la mesa y las examino…

Obligaciones que solo existen dentro de mi mente, presiones que me auto impongo yo solita, disculpas que le da mi Yo cumplidor a mi Yo capataz, sensación de agobio…

Necesito abrir la ventana y recorrer mundo con la vista, caminar en silencio; mientras tanto, mi personaje suicida vuelve a las andadas, le amenazo con eliminarlo pero le da lo mismo, él sigue a lo suyo y ya no sé cómo impedir que elucubre mil formas para hacerse notar en una historia en la que no pinta nada. Quiere convertirse en protagonista a punta de escándalo y me supera.

Sigo caminando en silencio. Ese silencio que me permite concentrarme en la historia y disfrutar del calor que por fin ha asomado por una esquina del jardín.

Normalmente he sido bastante solitaria, incluso huraña en algunos momentos y lo echo de menos.

Sigo caminando en silencio y voy recuperando poquito a poco la libertad que me había arrebatado sin darme cuenta. Tecleo alegremente y eso me gusta.

También hay momentos Dolega como cuando decido hacer una crema fría de pepinos…

El resultado es algo entre pasta de empapelar y cemento de poner suelos; pienso que no se puede tirar, que la vida está muy mal para desperdiciar las cosas así que la reconvierto en mascarilla y me la pongo para tener un cutis “firme e iluminado”

Ahora mi suicida personal ha decidido que tengo que integrarlo como el padre que volvió al cabo de los años para, por supuesto suicidarse. Me niego en redondo a semejante bobada, pero el tiempo ha pasado sin darme cuenta y mi recurso de belleza se ha secado hasta tal punto que temo que tendré que irme a urgencias a que me quiten la “mascarilla casera para tener un cutis firme e iluminado”

Llega el Consorte y me pregunta qué diablos hago, le digo que un tratamiento de belleza, lo que tengo en la cara es una mascarilla maravillosa para la piel.

Dice que no sabía que la cebolla fuera buena para la piel, porque huele a cebolla que apesta.

Le aclaro que él no tiene ni puta idea de tratamientos de belleza y por eso no sabe que la cebolla es lo mejor para el cutis.

Después de veinte minutos frotándome la cara para disolver el emplaste, una ducha para eliminar el olor a cebolla y ajo y dos pasadas de crema hidratante, siento que la piel de la cara ya no me tira como si acabara de quitarme una escayola.

Llego a la cocina y ahí está, abducido por la pelotita. Me mira “pues tienes razón, para poner la cara roja como un tomate es buenísima”

Esto no son rojeces ignorante, es rubor… Y estas cosas no pasarían si no compraras a lo loco en el mercadillo.

¡A quién se le ocurre comprar cuatro kilos de pepinos para un gazpacho!