Fluimos por la ciudad como ríos sin cauces. No siempre disponemos de tiempo o ganas para observar con cierto detenimiento lo que nos rodea. En la jungla de cemento el cansancio y la indiferencia solo dejan ver bultos borrosos, que entre murmullos, se deslizan a nuestro alrededor con rostros fantasmales. La fatiga no es amiga de los detalles. Y así, mientras la ciudad duerme en nosotros, un hada misteriosa pugna por sacudirnos la modorra mediante un chirrido, sirena de ambulancia o alguna voz amable que dice: permiso... y cuando lo logra, Buenos Aires se convierte en una ciudad hermosa y de increíble encanto. Cuando la prisa, tomándose un respiro, deja ver personas y no sombras que se nos cruzan en el camino mientras los detalles del entorno se materializan, se inicia la aventura. Es momento de observar morosos cada uno de los tintes, líneas, curvas y detalles de su arquitectura siempre cambiante. Tiempo de percibir aromas, colores, sones, idiosincrasia. La estación de trenes de Plaza Constitución puede resultar el sitio ideal para comenzar el inquietanteejercicio de caminar por Buenos Aires y palpar su esencia. Arnaldo Zarza