Caminar Buenos Aires para quienes somos del interior es una aventura, con menos riesgos desde que existen las aplicaciones para celulares. Menos de cuarenta y ocho horas en la gran ciudad. A presentar libros de colegas. Y apoyar a Colisión Libros, que sigue apostando por autores noveles.
Un fugaz paso por El Ateneo, libros que seguramente veré en la Feria. La voz de un viejito que vende porta credenciales para la Sube. "Aproveche que son las últimas cuatro mil", dice. "No haga como mi vecino que se compró el matafuego luego de que se le incendiara la moto". Unos setenta años y un entusiasmo envidiable. Eleva la voz en un intento de no ser invisible, como las personas en situación de calle. Muchas.
Una marea de gente. Cada uno aturdido por sus auriculares. Un clon de alguien que conozco, pero con calzas de animal print. Es igual. Por lo menos a mi recuerdo. Pregunto dónde comprar una Sube. "En Callao" dice sin mirarme el pibe del Maxikiosco.
Repaso la Guía "T", cartel que me delata como foráneo. Voy bien. Pocas sonrisas. Bombas de estruendo, corte en la avenida. Trabajadores del sindicato de la carne que reclaman un 40% de aumento. Desvío de tránsito, insultos. Más vendedores ambulantes.
Alguien me alcanza un volante. Ahora de la CAME. Resuena la palabra despidos, por más que el gobierno diga que no hay, quizás como el ajuste que no aplican.
Llego a Congreso. No sé si el color gris se debe a la mañana o a quienes legislan de espalda a los que menos tienen. Enfrente, otra protesta, de Salud. Una gran carpa del CICOP. "Hospital de Campaña por el Derecho a la Salud", leo. Cruzo para tomar unas fotos, me quedo sin batería en el celular, como debe ser.
Paso por la Universidad de las Madres, persianas entornadas. Llego al departamento. Un breve descanso y a la Feria.
Salgo de noche, agotado pero feliz por haber acompañado la presentación de "Salamanca". Personas tapadas con frazadas, otras durmiendo en los cajeros. Parada obligada en el Bauen, a cenar. ¿Jugaba Boca? Detrás de mí, un grupo de personas organiza una reunión para el sábado. Hablan de compras colectivas de mercadería, de relevamiento de precios, de juntar a la gente suelta. Decididamente, estoy en el lugar correcto.
No hay cierre de la noche sin un helado. Me recibe el departamento a préstamo. Miro el reloj, no llega a las once. Me espera otro largo día con la presentación de Agnès & Adrien, de Augusto Munaro, un amigo que me acompañó cuando presentamos "Series y Grietas" en esta misma Feria.
Sirenas. Un cielo encapotado. Camiones recolectores de basura en la madrugada. Menos ruidos en una ciudad que parece que nunca duerme.
Viernes, desayuno y paseo por Avenida Corrientes. El obelisco me espía desde lejos. Librerías de saldos. Me detengo en un puesto de revista. Pido Tiempo Argentino y el kiosquero entrado en años me mira como a un extraterrestre.
-¿Qué? Eso no sale más, el Szpolski los cagó a todos.
-Lo sé. Pero los trabajadores conformaron una cooperativa, hacen un semanario.
-Ah, no sé. La distribuidora no me lo trae.
Lo dejo refunfuñando. Se acerca el mediodía y debo ir por mis cosas, para dejar el departamento. Hace mucho que no te veo con la nena, musita una vieja tapada en la vereda. Le habla al aire, a la nada. Mucha soledad en Buenos Aires.