La metáfora del camino quizás sea una de las figuras literarias más antiguas. Pertenece a los estratos profundos del arte y de la civilización. Si la metáfora es esencial, se convierte en símbolo que debe ser interpretado para alcanzar la sabiduría. Y quien comprende el mundo sabe que la estructura de lo real es simbólica: desvelar su entramado exige mirada limpia y serena. Porque la riqueza del símbolo sólo aparece en una mente reflexiva, libre de preocupaciones. La sabiduría oriental nos enseña que con lo mínimo podemos expresar lo máximo, lo primordial. Pero para descifrar qué es el camino de nieve necesitamos ir más allá de la lógica: debemos buscar la luz y la sombra, la ida y la vuelta, pues la razón del camino es dialéctica, los contrarios se oponen, se necesitan y forman unidad.
“Existen dos definiciones para el sendero de nieve: la definición onírica y la definición diurna. Existe una definición para el sendero de nieve: la onírica y la diurna”
Si escribir consiste en utilizar la palabra certera y bella, en el Camino de nieve el lector hallará escritura pura, mínima, donde nada sobra porque la palabra es más que concepto. Si ilustrar es dibujar lo pensado o leído, en el Camino de nieve el observador presenciará lo que el pincel y los ojos jamás desvelan. Palabras que dibujan el sendero y trazos que piensan el camino, con sus contradicciones, con su misterio, con sus miedos. Como el sendero es muy esquivo y la palabra indecisa, los dibujos nos recuerdan que todo intento de comprensión definitiva es una mera ilusión y que lo importante es recorrer los senderos del arte con libertad.