Camino sobre mis propias huellas aquellos caminos que un día ya recorrí, aquellos en los que me encontré tantas piedras que no alcanzo a saber cómo sigo vivo.
Camino terrenos conocidos, barro removido en el que se libraron mil batallas, guerras sin vencedores ni vencidos en las que perdimos todos.
En las que volveremos a perder, ahora toca contigo.
Me sueno a mí mismo cansado, aburrido, como si fueses un monstruo más de todos los que ya he visto y conociera todas tus artimañas y tus armas, todas las estrategias que utilizarás para vencerme.
Como si no fueses más que rutina en todo este camino de desencantos que he ido dejando atrás.
Y lo eres, eres rutina, o lo serás. No eres especial.
Has salido del barro y me has visto desnudo, has toqueteado mis armas y te has dado cuenta de que están rotas, me has cogido con la punta de tus dedos y me has zarandeado. Pero no me importa, solo tengo que esperar, pues el propio barro del que saliste te engullirá de nuevo.
Cómo no voy a sonarme cansado, si lo estoy. Cómo no me voy a aburrir si te he vivido un millón de veces, si parece que llevo mil años caminando a tu lado mientras te veo alimentarte de los demás, de mí mismo, despojándonos de todo, echándonos al mismo barro del que provienes.
Cómo no voy a estar cansado si eres el mismo monstruo de siempre disfrazado con otra piel.
Sigo caminando, me agacho, cubro una huella con mis manos y cierro los ojos. Oigo el rugido, sé que estás cerca.
Y ni siquiera me preparo para recibir el impacto. Total, todo será como la última vez.
Como lo fueron todas las veces.