Revista Literatura

Camisa blanca

Publicado el 12 octubre 2011 por Netomancia @netomancia
En la pila de ropas para lavar, había una camisa blanca con manchas rojas. Vaya a saber uno que pensó en primera instancia María, lo cierto es que dudó entre meterla al lavarropas o apartarla a un costado. Se decidió cuando vio que a la mancha más pequeña le seguían otras, del lado posterior.
La camisa era de su hijo varón, de diez años. Sabiendo que estaba en el patio, jugando con su hermana, lo llamó con un grito, como estaba acostumbrada a hacer. Alfredo llegó corriendo, con las manos y rodillas llenas de tierra.
- ¿Con qué te hiciste esto? - le preguntó la madre.
Alfredo miró la prenda y se encogió de hombros.
- En la escuela, no me acuerdo.
- ¿Cómo no te vas a acordar? Mirá, sangre acá, acá, del otro lado también. Sangre por todas partes. ¿Te pegaron? ¿Le pegaste vos a alguien?
Negó con la cabeza, mirando hacia el patio. Su hermana lo llamaba para seguir jugando. El movió el brazo, en señal que la había escuchado.
- ¿Y entonces, cómo te manchaste?
El nene inclinó la cabeza, para mirarse los pies.
- No sé mamá.
La mujer estaba perdiendo la paciencia. Si algo odiaba, era que su hijo le escondiera información, como cuando había hecho mal las pruebas de matemáticas y jamás le había dado el cuaderno para que firmara las notas.
- Alfredo, el lunes lo averiguamos entonces ¿te parece? Porque voy con vos a la escuela y le pregunto a la maestra...
- ¡No mamá! No pasó nada, en serio. Confiá en mi.
- ¿Qué confíe en vos? Querido, mirá la sangre que hay acá y no me decís quién te golpeó. O decime ¿le pegaste a alguien?
Los ojitos comenzaron a ponerse vidriosos. Bajó otra vez la vista y a mover las piernas. Su hermanita llegó corriendo a su lado y a los gritos le pidió que volviera al patio con ella.
- Amanda, estoy hablando con tu hermano. Dejanos solos un minuto.
- Andá Amy, ya voy yo, andá... - le dijo a su hermanita, alejándola con suavidad.
- Mamá ¿por qué llora Fedo?
- No lloro Amy, se me metió una basurita en el ojo. Andá que ya voy...
La nena se marchó lentamente, no muy convencida.
- Respondeme Alfredo ¿por qué llorás? ¿Le hiciste mal a alguien?
- ¡No! - gritó enérgicamente.
- Bueno, calmate y decime que pasó.
- No mamá, no me pidas eso.
Lo miró con los ojos bien abiertos y tras dar un paso hacia él, se lo volvió a repetir.
- Contame que pasó - y enfatizando el pedido, concluyó - Yá.
Alfredito, a sus diez años, juntó todo el coraje que tenía y tras sorber los mocos que se le escapaban por la nariz, comenzó a dejar de ser niño, a decirle adiós a su infancia.
Fue así que le contó a su madre de Carina, su compañerita de curso, de las cosas que le confesaba cuando se hamacaban juntos en los recreos, de cómo la trataba el padre, en cómo estaba engordando, de lo mal que se sentía últimamente. De esa mañana en el descampado al lado del cole. De ese momento tan horrible, de los gritos que aún resonaban en su cabeza, de ese bebé que apareció de golpe, de la sangre, del asco, las ganas de vomitar, pero Carina tan chiquita en el medio y entonces... había salido corriendo. Y ahora lloraba a mares, porque no sabía que había sido de Carina ni de esa criatura que salió de su cuerpo. Y pedía perdón, ahora arrodillado, aferrado a las piernas de su madre, llorando, casi pataleando y...
María lo alzó en brazos, como a un bebé y lo llevó a la habitación. Le pidió que descansara, que no pasaba nada, que estaba bien, que luego hablarían, pero que no se preocupara.
Volvió al lado de la pila de ropas. Amanda jugaba sola en el patio, ajena a todo. Agradeció que así fuera.
Lloró sola, allí en el lavadero, durante un buen rato.
Luego fue en busca del teléfono, sabiendo que era tarde para enmendar el enfermizo mundo que los rodeaba.

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