Revista Literatura
Cantando a diomedes díaz
Publicado el 12 octubre 2014 por Rogger«Donde habite el olvido
En los vastos jardines sin aurora
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas..»
Luis Cernuda
Libre como una nube en una tarde sin importancia.
Una tarde notoriamente común. Una tarde en que la oficina hervía de vendedores, como cada viernes. Se venía la noche y todos ajustaban sus cuentas, llamaban a clientes indecisos para cerrar algún trato imposible en la hora nona o recuperar la esperanza. Los milagros existen, máxime si tenemos en cuenta las desfachatadas mañas del destino.
Se rascó la barbilla. Ya no es tu problema, por fin viernes, día para jugar al sapo, para probar suerte, para fracasar o vencer. Viernes del pueblo.
- Buenas.
Era ella. Blanca piel, ojos verdes, labios rosados, sonrisa crema, cabello amarrado.
- Hola.
La miró con sorna.
- ¿Podemos revisar el caso de la señorita Nuria?
Él se deslizó en su asiento para dar la impresión de igual, no pasará.
- Sí.
- Gracias. Esa pelada necesita esa venta. A no ser que usted quisiera empujarla al despido.
Así comenzó la cosa. Nada arreglado, todo casual.
Fueron a desentrañar un caso de trabajo y terminaron entrañándose ellos. Confundiéndose en sus propios desconciertos. Inventándose a cada minuto.
Dos meses duró el revoltijo. Para diciembre él había aprendido a dolerse en cada una de las canciones de Diomedes Díaz.
A ella Valledupar y el Magdalena le corrían en la sangre. Ni quenas ni charangos, ni carnavalitos, ni huaynos, ni taquiraris.
Y así, confrontándose a diario, acumularon devaneos en los rincones más alérgicos de San Borja, Lima.
Cinco noches se fueron a la cama juntos.
Esas cinco ella se durmió siempre.
Esas cinco él nunca.
Así se redactó el adiós.
DE: "EL JUEGO DE LA VIDA" Copyright © 2014 Rogger Alzamora Quijano