El bosque le canta a quien lo escucha, ceremonial ritual del viento y de las babas de diablos dormidos
cuando el crepúsculo,
con tus primeros rayos de cielo y luna
de noche temblorosa llena de miel
y oscura como los ojos de la señora.
El bosque le canta a quien lo escucha
y se abre en mística cura somnolienta,
ni frío ni calor, aliento de madre que eriza la piel
en medio de un danzar de ángeles de la tierra,
que vienen desde una vertiginosa eternidad a hablarte al oído palabras azules.
Tus ojos que vuelven impertinentes
trituran el miedo en un baño suave de luz
miran desde lejos, no se pueden acercar
y la música confunde, exita y son solo temblores los que desnudan las ideas, el cielo y este amor.
Y no piden permiso los diablos ya despiertos y en plena incandescencia apuntan sus sexos a Dios, y eyaculan sobre él
y frotan sus penes, en un sueño de maderas y clavos, y ya no hay bosque, ni edad, ni plegaria,
solo sepulcros vacíos.
Rubén Callejas