Capítulo cuatro
Como si le hubiesen aplicado un resorte, la tibia y habitual personalidad de Fay, mostrada durante la velada, desapareció en un instante.
Tess, se sorprendía con su propia idea. Apenas terminada la cena, la espléndida mujer dejó escapar una fugaz mirada hacia el extremo de la mesa, mientras su conversación, seguía siendo suave y cordial, sus ojos fulguraron con una extrema pasión contenida.
- “Cuanta intensidad de sentimientos.- Pensó Tess, al tiempo que se disponía a servir el jerez. No sería extraño que excediesen de su propia naturaleza “.
- ¡ Evidentemente ¡.- Enfatizaba en su peroración Bob Cunnigan-. Nunca podremos estar seguros de hablar con verdaderos patriotas, muchos somos los que hemos sufrido esta guerra, pero lejos de Inglaterra cualquiera puede creerse un héroe.
- Bien.- Atajó Marta.- ¿Que les parece si tomamos el jerez en el porche?. Hace una noche especialmente hermosa.
La velada transcurrió sin incidentes y casi se había olvidado de su apreciación cuando ya en la cocina, mientras las dos mujeres, secaban y recogían la vajilla, Marta le confesó su consternación por el hecho de que tanto Bob como Fay, jamás hablasen abiertamente sobre su condición, ni su anterior vida en Inglaterra.
Ambas sabían por Roberta, que los abuelos maternos de la niña, eran judíos, pero sus padres nunca hacían referencia a ello, es más, si surgía la conversación, se limitaban a asentir y cambiar de tema.
- No me extrañaría nada que el simpático Bob, fuese un antiguo nazi de las SS. - Le confesó Marta, mientras sus expertas manos, colocaban en la centenaria vitrina Chippendale de caoba, la última de las copas de cristal Grinsell & Sons.
- No digas barbaridades Marta, sabes de sobra que los padres de Fay son judíos italianos y que ella y su hijo vivieron en Dover hasta que conocieron a Bob; se casaron en Inglaterra y luego se instalaron aquí. ¿ Crees posible que un nazi accediese a formar una familia con una viuda judía y su hijo?.
- Por descontado. De este modo obtener su mejor tapadera, para poder pasar desapercibido a los agentes del Mossad que les persiguen, para someterlos a los juicios de Nuremberg.
- Creo que desbordas fantasía Marta, te olvidas que Bob es un activista defensor del Plan Marshall, y que con éstas ideas podrías ofender gravemente a Roberta y a sus padres, si se apercibiesen de lo que piensas.
- Ya. O quizás nos sirvan a nosotras para estar prevenidas, por si de improviso nos atacan los miembros de Odessa.
Sentenciando la frase, Marta se dirigió a su cuarto, dejando a su amiga inmersa en una inquietante idea.
Minutos más tarde, sentada ante el espejo del tocador, ya en su habitación, Tess intentaba encontrar una razón para explicar la extraña actitud de Fay en la cena. Ciertamente, la madre de Roberta siempre mostraba una personalidad dulce, pero ausente y parca en palabras, que no dejaba ahondar en sus recónditos pensamientos.
Fuera la noche se había transformado. El viento proveniente del océano, barría los arriates y batía las contraventanas. El columpio del jardín se mecía en una cantinela sonora de avíos oxidados, mientras las ramas de los olmos del límite de la propiedad de Tess, se alargaban hacía el cielo amenazante , como descarnados dedos de una bruja, golpeando la obscuridad de la playa.
Tess desvió su mirada hacia el norte.
El faro iluminado le devolvía la serenidad, necesitaba tranquilizarse y orientar sus pensamientos. No pudo explicarse el estremecimiento que la poseyó, creándole una desazón y un fatídico presentimiento.
*****
Lejos de lo que le era habitual, Roberta se mostró callada en el regreso a casa, dejó que su familia pensase que estaba adormilada, pero la realidad era distinta. También ella se había dado cuenta del respingo que afectó a su madre en la cena, y desde luego, no era la primera vez que le notaba involuntariamente alterada, en contra de su habitual impasibilidad.
Tuvo miedo que alguien más se hubiese percatado, quizás Tess, y éste pensamiento la inquietaba. Debería preguntar a su madre, pero temía que su respuesta fuese vaga y en lugar de tranquilizarla, le despertase más desazón.
Se imaginaba, que sus padres le quisieran ocultar una terrible enfermedad, o que ya no desearan permanecer unidos. Cada posibilidad era peor que la anterior y decidió poner fin a este misterio. Como decía Marta,” la verdad es el camino más corto” .
Y decidió buscarla.
Capítulo cinco
Al amanecer, ya se había instalado de nuevo el verano en el cabo.
La colonia de pescadores resplandecía con sus suaves tonos pastel renovados por la lluvia de la noche pasada.
El aire salado y limpio, invitaba a pasear y los aromas a café y bollos recién hechos que emanaban del animado establecimiento de Millie, proporcionaban un ambiente festivo en la concurrida calle principal.
Kate saludó con la mano al administrador del ayuntamiento Aaron Keller,-un buen hombre pensó- que llevaba sirviendo a los intereses del pueblo desde hacía varios años.
Después se fascinó viendo los preparativos en el malecón, por los expertos pescadores que estaban disponiendo sus aparejos y se percató de cuanto echaba de menos estas acciones tan habituales, en el día a día de su estancia en Boston.
Había quedado en encontrarse con Patrick , para desayunar en el café, y después salir a dar un paseo por los terrenos pantanosos y diseminados de arándanos de Rail Trail hasta el mediodía, donde se sentarían en un bonito restaurante de la costa de Sandwich para tomar el plato preferido de Kate,una sopa fría de almejas del estuario.
Le encantaba el plan que habían trazado y por descontado Patrick, lograría abundante material para fotografíar; desde las plantas y aves migratorias, hasta las espectaculares morrenas glaciares tan abundantes en la zona.
Su novio, trabajaba duro y estudiaba todas las publicaciones que podía conseguir para mejorar sus conocimientos. Sabía de objetivos, tiempo de exposición y tratamiento de la luz, siempre andaba en busca de la mejor instantánea, la que le facilitaría realizar su sueño; llamar la atención de la prestigiosa publicación National Geografic y abrirle los caminos del éxito y la independencia.
Kate y Patrick, soñaban con vivir en un pequeño apartamento en Boston, como cualquier pareja de jóvenes, anhelaban disfrutar intensamente de su amor y de las excelencias de la vida social y cultural en una gran ciudad.
Aunque adoraban su pintoresca villa marinera, deseaban cambiar su monótona vida en el pueblo por otra mucho más excitante.
Esta mañana, no podían sospechar, lo cerca que estaban de hacerlo.
Mientras tanto Roberta, se despertó feliz precisamente por todo lo contrario.
Se recreó en su familiar habitación, inundada por la luz del sol, de esta cálida mañana de verano.
Le gustaba Cape Cod, y su vida en esta pequeña ciudad de pescadores, donde se sentía rodeada de amigos y protegida por sus padres.
- ¡ Oh, No.!- por un instante se acordó del incidente de la pasada noche y sintió como si una enorme losa le cayese encima .
No recordaba haber tenido nunca antes esta iquietud.
Los adultos eran demasiado imprevisibles, de repente le mostraban una cara de la vida que no le satisfacía lo más mínimo, más bien le aterraba.
Sin embargo, su naturaleza le impedía lamentarse sin tomar cartas en el asunto.
No iba a permanecer impasible, mientras su entorno como lo conocía hasta hoy, se desmoronaba.
Recordó su determinación de anoche, tenía que actuar rapidamente. Hablaría con Tess. Buscaría la verdad y solucionaría el problema.
Tess había pasado por tantas cosas…Sabría como actuar.
Decidida a no perder ni un minuto , se aseó y se vistió como lo hacía habitualmente, un short y una camiseta.
Buscó sus zapatillas de lona del día anterior, pero no estaban en el armario. Pensó que su madre las habría recogido para lavar y se le ocurrió tomar prestadas las suyas.
Su madre y ella usaban la misma talla de pie y eso siempre fue motivo de bromas, la llamaba mi patito pies grandes, mientras le hacía cosquillas…
No podia dejar que su familia, se disolviese en la tinta de una sentencia del juzgado de divorcios de Boston. No lo permitiría.
Salió al rellano y vio como la puerta de la habitación estaba entornada. De la planta inferior, provenían los aromas de la cocina y las voces de su madre y de la asistenta, se sucedían en murmullos e indicaciones, propias de una mañana como tantas otras en su casa.
Avanzó por el pasillo y entró en la alcoba de sus padres.