Las hojas del calendario tenían todas la década de los cincuenta del siglo pasado y podéis creerme, cuando os digo que ese verano fue con mucho para nosotros, que tuvimos la suerte de vivirlo, el mejor de todos los que siguieron. Nuestras vidas se cruzaron, por un corto espacio de tiempo en el que las fuerzas del cielo y la tierra, se confabularon para unir nuestros destinos en unas semanas que recordaríamos como mágicas todos nosotros.
Si algo de bueno tienen las pequeñas comunidades ajenas al bullicio de la gran ciudad, es la cercanía entre sus habitantes.
Los veraneantes ,se fusionan con los habituales del pueblo,sin tener en cuenta las prevenciones sociales, ni edad, ni religión. Su estacionamiento es temporal y el buen tiempo deja de lado los remilgos para juntarlos todos como moscas en una taza de miel.., no temen las opiniones ni creencias de los demás porque, no hay otra que convivir con el respeto mutuo que exige la convivencia.
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La jarra de limonada estaba desde hacía diez largos minutos sobre la mesita auxiliar de la terraza, mientras la srta. Tess, recostada en una de las dos mecedoras del porche de madera, parece querer atravesar con su mirada el vidrio helado y resbaladizo por las gotas de líquido dulce y pegajoso que se deslizaban hasta el plato.
Su boca tiene pintada la sonrisa rojo bermellón de todas las tardes, y los zapatos aguardaban el instante de probar la altura del tacón, mientras que en su memoria se abren paso los recuerdos quebrados y lejanos de un pasado siempre presente.
Las notas del tango surgen del destartalado tocadiscos. Como casi cada crepúsculo, la transportan de nuevo al trasatlántico que la trajo a este continente.
Los buenos y malos recuerdos se ahogan en la partitura sensual y los aromas de azul y sal de la travesía se hacen cómplices de la brisa del atardecer en Cape Cod, para depositarla en los brazos de su querido Jack, la última noche.., en el salón de baile..
La música se termina y ella bruscamente se suelta de su cálido abrazo y su mirada se apaga.., deja escapar una sonrisa melancólica y sin proponérselo, un ahogado suspiro, que le recuerda a si misma que no está en el lujoso salón de baile, sino en el tramo final del camino de sus días.., en el sopor de este largo verano y rodeada de fantasmas que cansados de esperar, la reclaman para sí.
Roberta, la saludó desde lejos con la mano, y emprendió una corta carrera hacia la casa, hasta que algo la distrajo y la hizo salirse del camino a los pocos metros del porche.