Aunque posiblemente Caperucita Roja tuvo muchos más días importantes en su vida, seguramente, aquel en el que caminó por el bosque sola hasta la casa de su abuelita, fue el más transcendental.
Pocas personas saben que el verdadero nombre de Caperucita Roja era Marianela. Pero nadie la llamaba así porque la niña siempre usaba una caperuza colorada para protegerse la cabeza cada vez que salía de casa. Y así empezaron a llamarla Caperucita Roja y así también se olvidó su nombre real.
Un día, la madre de Caperucita Roja preparó una cesta llena de comida, bebida y algunas otras provisiones para su abuelita que vivía en el bosque.
-Marianela- le dijo su madre a Caperucita Roja quien por supuesto no la llamaba Caperucita sino por el nombre que ella misma le había dado -lleva esta ceta de comida, bebida y algunas otras provisiones a tu abuelita en el bosque porque está sola y le harán falta.
Caperucita, que por su osadía ignorante nunca le parecía mala idea marchar sola por el bosque dio un salto y arrancó rápidamene la cesta de comida, bebida y provisiones de las manos de su madre.
-Marianela- le advirtió su madre -no olvides que el bosque es peligroso. No te pares a mirar las flores, no corras tras los animales y si te encuentras con algún desconocido no hables con él. Pero sobre todo, nunca, NUNCA, te salgas del camino que conoces.
Sobra decir que Marianela, Caperucita Roja, oyó las advertencias de su madre pero no las escuchó.
Cantando y moviendo la cesta con comida, bebida y provisiones al ritmo que marcaba su canto, salió de la casa, llegó al bosque y entro en él.
El bosque era un lugar lúgubre, sombrío, tenebroso y hasta algo triste, pero cuando eres una niña y llevas una caperuza de color rojo no tomas estas señales como advertencias serias.
Cantando y moviendo la cesta con comida, bebida y provisiones al ritmo que marcaba su canto sigió caminando por el bosque.
-¿Dónde vas niña?- Caperucita oyó una voz.
-He preguntado que dónde vas niña- La voz insistió.
Caperucita, volviendo la mirada alrededor descubrió la silueta de un animal que saliendo de entre la vegetación se convirtió en la claramete identificable figura de un lobo.
-Voy a casa de mi abuelita a llevarle esta cesta de comida, bebida y algunas otras provisiones.
-¿Dónde vive tu abuelita niña?- volvió a preguntar el animal.
-Allí- señaló Caperucita el final del camino que había estado siguiendo hasta ahora.
Al lobo, le gustaba el sabor de la comida y la bebida de los humanos, pero como más le gustaban los humanos, decidió aguantarse las ganas de comerse cesta y niña.
-¿Y vas a ir por este camino niña?- dijo -¿no sabes que este otro camino es mucho más corto, rápido y con menos peligros? - volvió a decir intentando engañar a Caperucita Roja quien inocente pensó que realmente era así.
-Gracias lobo, tomaré pues este otro camino más corto, rápido y con menos peligros para llegar a casa de mi abuelita.
Mientras Caperucita Roja tomo el camino largo sugerido por el engañoso lobo, este corrió por el camino realmente corto y rápido para llegar a casa de la abuelita de la niña.
Cuando el lobo llegó a casa de la abuelita, llamó a la puerta y sin siquiera saludar se comió entera a la pobre vieja.
El lobo, sin perder tiempo pues Caperucita Roja no tardaría en llegar abrió el armario de la abuelita, se colocó un camisón viejo y de abuelita que encontró colgado y un gorrito para dormir también de la abuelita. Se metió en la cama y espero a la niña.
Toc, toc, toc, sonó la puerta.
-¿QUIÉN ES?- sono la ruda voz del lobo.
La niña, algo extrañada por una voz que no parecía de su abuelita respondió sin miedo pues era una niña muy confiada.
-Soy yo abuelita, Marianela que vengo con mi Caperucita Roja y una cesta llena de comida, bebida y algunas otras proviciones para ti.
-Pasa hijita, pasa- dijo el lobo cambiando la voz sabiéndose del error de la primera vez que habló -estoy en cama y me duelen mucho los huesos para levantarme a abrir la puerta.
Caperucita empujó la puerta, la abrió y pasó caminando hasta la cama donde la falsa abuelita parece descansar.
Al acercarse, Caperucita notó a su abuelita con un aspecto algo diferente y no pudo reprimir las preguntas.
-Abuelita, qué ojos más grandes tienes.
-Son para verte mejor hijita- dijo el lobo disfrazado de abuelita.
-Abuelita, qué orejas más grandes tienes.
-Si hija, son para oírte mejor- se excusó el lobo.
-Abuelita... qué boca más grande tienes.
-ES PARA COMERTE MEJOR- gritó el lobo mientras se tragaba de un bocado a la niña con caperucita y todo y a la cesta con comida, bebida y otras provisiones.
Tras tan gran comilona, el lobo sintió sueño y salió de la casa con la panza llena a echarse a dormir bajo un árbol.
La historia hubiera terminado en desgracia si justo cuando el lobo dormía más profundamente un leñador volvía a casa por el camino donde el lobo descansaba bajo el árbol.
La enorme barriga del lobo le hizo sospechar y mientras el lobo aún dormía y usando un cuchillo abrió le abrió la panza dejando salir a la abuelita y a Caperucita Roja que no pudieron darle las gracias más veces.
Aprovechando que el lobo aún dormía y con la pancha abierta, el leñador, la abuelita y Caperucita Roja rellenaron la barriga del animal con pesadas piedras y corrieron a esconderse a la casa.
Cuando el lobo despertó, y siendiendo mucho más pesada que antes la barriga, sintió sed y se acercó al río a beber. El peso de las piedras en su barriga empujó dentro del río al lobo que murió ahogado.