Aunque la luz de la naturaleza y las obras de creación y de providencia manifiestan la bondad, sabiduría, y poder de Dios, de tal manera que los hombres quedan sin excusa (Romanos 2:14-15; Romanos 1:19-20; Salmo 19:1-3; Romanos 1:32 y 2:1), sin embargo, no son suficientes para dar aquel conocimiento de Dios y de su voluntad que es necesario para la salvación (1 Corintios 1:21 y 2:13-14); por lo que plació a Dios en varios tiempos y de diversas maneras revelarse a sí mismo y declarar su voluntad a su Iglesia (Hebreos 1:1); y además, para conservar y propagar mejor la verdad y para el mayor consuelo y establecimiento de la Iglesia contra la corrupción de la carne, malicia de Satanás y del mundo, le plació dejar esa revelación por escrito (Lucas 1:3-4; Romanos 15:4; Isaías 8:20; Apocalipsis 22:18), por todo lo cual las Santas Escrituras son muy necesarias (2 Timoteo 3:15; 2 Pedro 1:19), y tanto más cuanto que han cesado ya los modos anteriores por los cuales Dios reveló su voluntad a su Iglesia (Hebreos1:1-2).