Capítulo 4 ( 2ª parte)
Publicado el 13 abril 2011 por PersephoneSakis lo miró sorprendido. Sabía lo mucho que le gustaban las multitudes a Kostas y su petición le resultó extraña, pero asintió. Él prefería los lugares tranquilos, así que no tenía nada que objetar a la petición de su amigo. Caminaron despacio, en silencio, hasta que Kostas señaló la playa. Sakis no estaba seguro de aquello. Sería un paseo demasiado íntimo. Aceptó negándose a pensar en ello. Sabía que no debía hacerlo, pero lo necesitaba. Después de diez minutos de paseo se sentaron sobre la arena y contemplaron el mar en silencio. Kostas buscaba el modo de decirle a Sakis lo que sentía y este intentaba mantener su libido bajo control, lo que no resultaba fácil, ya que Kostas estaba demasiado cerca. Si movía ligeramente la pierna rozaría la suya y eso haría que perdiese el escaso control que le quedaba. No sabía cómo podría dormir aquella noche, teniendo a Kostas casi desnudo en su cama.
-Sakis…
La voz de su amigo sonaba angustiada. No se volvió para mirarlo, prefería fingir no haberse dado cuenta.
-¿Mmmmm?
-Sakis… mírame.
Sakis se mordió el labio inferior. No quería mirarlo. Eso sería su perdición. Sin embargo lo hizo y fue un error, porque tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no abalanzarse sobre él. Kostas estaba nervioso, pero sabía que no tendría otra oportunidad como aquella. Tenía que aprovecharla.
-Sakis, te amo.
Lo dijo de golpe. Había decidido decirlo del mismo modo en que le hacían la cera: de un tirón, así era menos doloroso.
Sakis contuvo la respiración y miró a Kostas desolado. El silencio angustió al joven, que carraspeó y apartó la mirada. Quería llorar. Nunca había esperado una declaración de amor por su parte, pero tampoco aquel silencio.
Anastasios estaba impactado y abatido porque Kostas había roto su silencio. Desvió la mirada y cerró los ojos. Y, cuando se volvió de nuevo hacia su amigo, el dolor que vio en su rostro le rompió el corazón. No quería hacerle daño y tampoco quería hacerle promesas. Tomó su rostro entre las manos y le acarició las mejillas con los pulgares.
-Lo sé… - Murmuró – Creo que yo también te amo, pero…
Kostas puso dos dedos sobre sus labios y negó con la cabeza.
-Lo sé. – Llevó la mano a su mejilla y la acarició – Sólo necesitaba decírtelo.
Sakis soltó su rostro para atraerlo hacia sí y fundirse en un abrazo con él.
-Quisiera que las cosas fuesen diferentes, poder…
-Lo sé. – Le cortó Kostas – Conozco tu situación perfectamente, pero necesitaba decírtelo. Pronto volveremos a Atenas y las cosas allí serán diferentes. Necesitaba decírtelo aquí.
-Y yo… necesitaba escucharlo.
Lo había dicho. No lo sabía, no hasta aquel momento, pero su corazón se había llenado de calidez al escuchar aquellas palabras. Había pasado tanto tiempo llorando por la pérdida de Colin, que se había negado a ver lo que tenía delante. Kostas siempre había estado a su lado sin presionarlo, sin juzgarlo. Lo había escuchado y lo había acompañado. Y allí estaba ahora, pasando sus vacaciones con un padre y su hijo sin protestar, renunciando a sus vías habituales de diversión por él.
Kostas se apartó de él y, antes de que Sakis pudiese protestar, invadió su boca con escasa ternura, pero lleno de hambre. Sakis respondió al beso aceptando la invasión precipitada primero y marcando su ritmo después. El beso se convirtió en algo mucho más suave y erótico que el que había iniciado Kostas. Estaba tan desesperado como su amigo, deseaba arrancarle la ropa y tomarlo de forma violenta allí mismo. Kostas gimió en su boca y a punto estuvo de perder la cordura. Por suerte, una pequeña parte de su cerebro todavía era consciente del lugar donde se encontraba y del peligro que representaba para él exponerse de aquel modo. Antes del nacimiento de Alex no le habría importado y probablemente habría disfrutado de un polvo en la playa, pero ahora debía ser discreto. No era tan estúpido como para poner en juego la custodia de su hijo sabiendo cuán homófobo era su suegro.
-Vamos al hotel. – Murmuró con voz ronca.
Kostas lo miró desconcertado, pero tras unos segundos comprendió y asintió. No estaban tan lejos de la civilización como para permitirse el lujo de dejarse llevar.
-Dame un momento. – Suspiró.
Enseguida una sonrisa se expandió por su rostro. La sonrisa acabó en una risa cristalina que desembocó en carcajadas que arrancaron una sonrisa a un confundido Sakis.
-¡Dios! – Exclamó Kostas secándose las lágrimas provocadas por el ataque de risa – Me siento como un adolescente en su primera cita.
Sakis rió y Kostas lo secundó. Sus ojos se desviaron a la más que evidente erección de su amigo, imposible de ocultar bajo los ajustados jeans.
-Tómate el tiempo que necesites. – Dijo con una sonrisa.
-¿Cómo lo haces?
-¿Cómo hago qué?
-Mantener tus emociones bajo control. Siempre me ha llamado la atención lo frío que pareces a veces.
-¿Te parezco frío?
-A veces.
-¿Ahora?
Kostas asintió y Sakis sonrió burlón. Cogió la mano de su amigo y la llevó hasta su miembro erecto. Kostas jadeó. Aquel contacto había enviado una descarga de lujuria directamente a su miembro.
-¿Y ahora? – La burla en su voz fue reemplazada por la tristeza – Sólo es disciplina. Cuando está en juego tu vida, dejarse llevar no es una opción.
Apartó la mano de Kostas con suavidad, pero no la soltó, sino que la sostuvo mientras le acariciaba los nudillos con el pulgar, dificultando los esfuerzos de Kostas por normalizar su respiración.
-¿Y qué quieres? Aquí, ahora. Si no tuvieses miedo de perder a Alex.
-Follarte aquí mismo, jurarte mi amor y tal vez pedirte que salieses conmigo.
Kostas contuvo la respiración. Podía sentir la tristeza de su amigo, quería compadecerlo, pero su corazón iba por libre, porque le latía desbocado a causa de la confesión. Él deseaba aquello. Lo deseaba con todo su ser. Estaba cansado del sexo ocasional, las mamadas anónimas y los manoseos de tíos que no recordaría al día siguiente. Quería a Sakis. Quería tener una relación estable con él, alguien con quien compartir su vida, que mitigase su soledad.
-¿Recuerdas cuando nos conocimos? – Kostas asintió – Me sentía destrozado. Acababa de separarme del hombre al que amaba más que a mi vida. Él había conocido a alguien y se había enamorado. Yo permití que me utilizase, como siempre. Desde que comenzamos nuestra relación yo me convencí de que no podría estar con nadie más. – Sonrió con tristeza – Pero te vi a ti y… te deseé y el deseo que sentía por ti me asustó.
-Pero no hiciste nada.
-Helena estaba embarazada. Me sentía mal por lo sucedido en Madrid y…
-Ella sabía que eres gay. No podía pretender que te comportases como un monje.
-Estaba convencida de que podría curarme. – Suspiró – Yo sólo quería hacer las cosas bien por una vez en mi vida.
Kostas lo abrazó con ternura y el gesto fue directo al corazón de Sakis. ¿Cuánto tiempo hacía que no lo abrazaban de aquel modo? Sí, solía recibir abrazos, pero no recordaba la última vez que alguien le había dado un abrazo así. El sonido del móvil de Kostas los separó. Este miró a Sakis azorado y contestó. Se le cayó el alma a los pies cuando su agente le recordó que al día siguiente tenía que rodar un anuncio en Roma. Se había olvidado por completo. En su prisa por reunirse con Sakis, había abandonado su propia vida. Apagó el teléfono, lo deslizó en el bolsillo y se levantó. Sakis lo miró sorprendido, pero Kostas le tendió la mano con una sonrisa.
-Vamos, aprovechemos el tiempo que tenemos juntos.