Fuertes golpes despertaron a Sakis, que dormía profundamente. Parpadeó aturdido, se frotó los ojos y miró a su alrededor. La luz del sol lo aturdió y soltó un gemido profundo. Los golpes se hicieron más fuertes y se levantó de la cama a regañadientes. Buscó los pantalones y se los puso, aunque no se molestó en abrocharlos. Sonrió al ver su ropa y la de Kostas esparcida por la habitación. Le habría gustado despertarse con él, pero ya tendría tiempo. Abrió la puerta de golpe y se encontró con unos ojos verdes que lo miraban con burla. Misha. Traía en brazos a Alex, que se arrojó a los de su padre en cuanto lo vio, haciendo que se sintiese culpable por haberlo dejado con desconocidos. Misha miró hacia la habitación, sin duda buscando a Kostas, pero al ver la ropa esparcida por el suelo, una perversa sonrisa se extendió por su rostro hasta llegar a sus enormes ojos. Cristian estaba a su lado, cargando a Sara y tampoco le pasó desapercibida la ropa esparcida por el suelo. Aunque aquello era algo normal y absolutamente natural, se sintió avergonzado.
- Gracias. – Murmuró.
- Un placer. – Contestaron los dos – Nos debes un almuerzo por habernos pasado la mañana con Alex. – Sakis los miró sin comprender y Misha alzó una ceja – Son las tres de la tarde.
La sorpresa de Sakis fue genuina. Miró a su alrededor y luego a los otros dos hombres y sacudió la cabeza.
- Lo siento…
- No importa. – Dijo Misha empujándolo alegremente y entrando en la habitación, seguido de un contrito Cristian - ¿Dónde está Kostas?
- Tenía que trabajar.
- Y la despedida ha sido buena, ¿eh?
Sakis sintió deseos de estrangularlo, aunque la idea de despedazarlo no le parecía del todo mal. No contestó, sino que se centró en Alex, que miraba a todas partes inquieto.
- ¿Qué buscas? – Le preguntó con dulzura.
El niño clavó en él sus enormes ojos grises.
- Kotas. – Dijo.
Anastasios miró a su hijo sorprendido. Hacía semanas que no le hablaba y ahora lo hacía para preguntarle por Kostas. Se le llenaron los ojos de lágrimas. Estaba emocionado porque su pequeño por fin había hablado.
- ¿Quieres ver a Kostas? – El niño asintió – No está, cariño. Tuvo que irse.
- ¿Qué dice? – Preguntó Misha alzando una ceja – No para de hablar, pero no le entiendo nada.
- Sara sí, aunque no sé cómo. – Dijo Cris con una sonrisa orgullosa mientras acariciaba el cabello de la niña.
Sakis los miró sorprendido. ¿Alex no dejaba de hablar? Eso era sorprendente, porque a él no le había dicho una palabra en semanas y lo primero que había dicho había sido el nombre de su amante.
- Preguntaba por Kostas. – Misha alzó una ceja y Sakis bufó – No empieces, casamentera.
Misha rió y Sakis dejó al niño en el suelo antes de recoger la ropa que habían dejado tirada la noche anterior. Cogió algo más de ropa del armario y se vistió en el baño, lejos de las miradas curiosas de los otros dos hombres. Sorprendido, escuchó a su hijo parlotear animadamente. Seguramente hablaba con Sara. Se apoyó en la pared, escuchando la cristalina voz de su hijo, que sólo decía cosas sin sentido y cerró los ojos con el corazón encogido. ¿Qué había hecho mal? ¿Por qué hablaba con cualquiera menos con él? ¿Por qué hablaba a unos desconocidos antes que a él? Se le ocurrió la idea de que, tal vez, lo culpaba por lo que le había sucedido. ¿Y acaso no era el culpable? Porque Helena no se habría vuelto loca de no ser por…
Sacudió la cabeza. No debía pensar en eso. Helena estaba muerta y nada de lo que hiciese podría hacer que el tiempo volviese atrás y corregir sus errores. Además, debía alegrarse de que su hijo hablase, aunque no fuese a él. Dolía, pero al menos había salido de su mutismo.
Escuchó la voz de Sara contestando a lo que su hijo decía. Había pedido agua y ella le había dicho claramente a su padre lo que “Alejandrito” había dicho. Hablaban dos idiomas diferentes y se entendían a la perfección. Sonrió y se pasó una mano por la cara, cansado. Si por él fuese, se quedaría en aquel baño hasta que el mundo llegase a su fin. No quería enfrentarse a nada ni a nadie. Pero se armó de valor y salió con su mejor sonrisa.
- ¿Es que tu hija ha estudiado griego, Misha? – Preguntó con más alegría de la que sentía.
Cristian le había dado un vaso de agua a Alex, que estaba bebiendo con demasiada rapidez, para disgusto de Cris. Misha rió y Sakis se hizo cargo de Alex con una sonrisa.
- Es mujer… - Se encogió de hombros como si eso explicase el que entendiese a Alex con tanta facilidad.
Sakis sacudió la cabeza y chasqueó la lengua. Alex se apartó del vaso y lo miró a los ojos.
- Kotas.
Dos risitas maliciosas llegaron a oídos de Sakis, que fulminó con la mirada a quienes habían osado reírse de él.
- Veo que vosotros habéis aprendido griego también.
- No es difícil entenderlo. Al parecer le gusta Kostas.
- Lo conoce desde que nació. – Dijo dejando el vaso de agua sobre la mesita de noche – La primera cara que vio fue la mía, la segunda fue la suya.
- ¿Y su madre?
¿Cómo podía contestar a eso? Su madre no quiso verlo en tres semanas. Ni siquiera había querido ver a Sakis. A él no le había importado lo más mínimo que no quisiese verlo, pero sí que se negase a ver a su hijo. Así que, ya que su madre lo rechazaba, decidió entregarse a él completamente. Habían sido pocas las ocasiones en las que no había llevado a Alex a sus citas con amigos, especialmente con Kostas. Siempre se había llevado bien con él y le gustaba enredar las manitas en los rizos del modelo, que nunca se quejaba. Incluso había intentado morder los hoyuelos que se le formaban en las mejillas cuando sonreía, lo que había provocado una carcajada al hombre, ya que algún amante le había dicho que quería arrancárselos a mordiscos y parecía que sería Alex quien lo haría, a pesar de que entonces no tenía dientes.
- Kotas.
Otra vez. ¿Se pasaría así el día? ¿Cómo explicarle a un niño tan pequeño que la persona por la que preguntaba no estaba porque se había ido a trabajar? Él también lo extrañaba mucho.
- No está, cariño. Vendrá pronto.
Pareció conformarse con la respuesta y corrió hasta Sara, que contemplaba a Sakis con franco interés.
- Tendrás que pedirle a Kostas que viva contigo si quieres tener a tu hijo contento. – Dijo Misha alegremente.
- Vete al infierno – Gruñó Sakis.
Misha rió y se levantó del sofá para palmearle la espalda animadamente.
- Vamos a comer, anda.
Sakis suspiró aliviado y siguió a los dos hombres, llevando a Alex en brazos.
El almuerzo fue agradable y Sakis consiguió relajarse lo suficiente como para olvidarse de todos sus problemas. Rió como no había reído en años, disfrutó de la comida, de la compañía y del sonido de su propia risa. Había olvidado lo agradable que era la compañía de Misha. Cuando vivían juntos, la alegría natural del hombre había facilitado mucho la convivencia. Cuando aquel desgraciado lo abandonó, la alegría se había esfumado por completo. Se había convertido en una sombra del joven alegre que conocía.
Cuando acabaron de comer, fueron a la playa y jugaron con los niños. Los tres hombres no salían de su asombro con el modo en el que se entendían ambos aún sin conocer el idioma del otro. Sakis jugó con los dos niños en el agua hasta que se sintió agotado y Cris lo relevó. Disfrutaba enormemente viendo a su hijo siendo él mismo. El malestar que había sentido en la habitación había desaparecido. Su hijo era feliz, así que poco importaba a quién le hablase mientras lo hiciese.
- ¿Qué sucedió, Sakis?
Se volvió hacia Misha, que contemplaba a su pareja y a su hija con una sonrisa en los labios.
- ¿Con la madre de Alex? – Misha asintió – Una tarde llegué pronto a casa y la encontré intentando ahogarlo en la bañera. En cuanto le quité al niño, se tiró por una ventana.
Misha lo miró horrorizado. Luego le palmeó la espalda con consternación.
- Imagino lo que habrás sufrido…
- No, no creo que consigas imaginarte lo que he sufrido. – Sonrió con tristeza – Se volvió loca por mi culpa.
- ¿Qué hiciste?
- No amarla como ella quería.
Misha sonrió con tristeza.
- ¿Sabía que no te gustan las mujeres? – Sakis asintió - ¿Y lo aceptó? – Asintió de nuevo – Entonces, ¿por qué crees que es tu culpa?
- No debí casarme con ella. Estaba convencida de que podría curarme, que mi homosexualidad era sólo una enfermedad, como un resfriado…
- ¿Por qué lo hiciste? – Sakis lo miró a los ojos y sacudió la cabeza con tristeza – Tu familia, como siempre. – Sakis asintió – Te lo dije entonces y te lo digo ahora: vive tu vida.
Sakis se frotó la cara con gesto cansado y suspitó. Miró a Misha con los ojos oscurecidos a causa de la tristeza.
- Si estuviese solo, lo haría. Pero con Alex no puedo. Tengo miedo de que me lo quiten.
- ¿Quién?
- Mis suegros.
Misha guardó silencio unos minutos y luego se volvió hacia Sakis decidido.
- ¿Qué pasa con Kostas?
- No lo sé. Depende de él.
- Pero lo amas. – Sakis asintió - ¿Crees que tus suegros te lo quitarán si saben lo de…?
- Sí.
- Lárgate de Grecia.
- ¿Qué?
- Ya lo hiciste una vez, Sakis. ¿Recuerdas París? ¿Recuerdas lo libre que te sentiste? – Sakis asintió sonriendo con tristeza – Pues hazlo de nuevo. Márchate. Nadie puede obligarte a quedarte en Atenas, ¿cierto?
- Mi suegro…
- Di que es un viaje para recuperaros los dos de una situación dolorosa, que necesitas ese tiempo y… busca un lugar alejado donde puedas vivir tu propia vida sin restricciones.
- Qué bien suena y qué difícil…
- No lo es.
- Me seguirá. Me culpa de la muerte de Helena.
- Sakis, si no haces algo, te quitará a tu hijo de un modo u otro. ¿Cuánto tiempo piensas ocultar que eres gay? ¿Y Kostas? ¿Cuánto aguantará él esa situación?
Sakis suspiró y cerró los ojos. Sonaba tan bien la idea de instalarse en otro lugar, que dolía pensar en ello. Él, Alex y Kostas. Los tres solos. Nada se lo impedía, al fin y al cabo él era el padre del niño. Pero su suegro se había vuelto demasiado protector con el pequeño, como si Sakis representase algún tipo de peligro para su vida. Los padres de Helena lo presionaban para que les permitiese pasar un par de días a la semana con ellos. La semana anterior habían ido a buscarlo a su casa mientras estaba en el trabajo y se lo habían llevado tras amenazar a la niñera con despedirla. Había ido corriendo a buscarlo, pero había regresado sin él. Había tenido que acudir a la casa de sus suegros acompañado de un abogado y un policía, ya que no querían devolvérselo. El niño había corrido a refugiarse con su padre y estaba muy triste. Se había aferrado a él con tanta fuerza, que al llegar a casa había buscado signos de violencia en su pequeño cuerpo. No había encontrado nada, pero se había prometido no dejarlo con ellos nunca más. Era su hijo y haría lo que fuese necesario para mantenerlo a su lado. Quería huir, alejarse de ellos, pero temía que lo persiguiesen. Y ya no sabía si se comportaban de ese modo por amor al niño o porque querían castigarlo por la muerte de Helena. Si era por la segunda posibilidad, lo estaban haciendo muy bien. Había prohibido a la asistenta y a la niñera abrir la puerta para evitarse problemas similares. Incluso si se trataba de sus propios padres la puerta de su apartamento estaba cerrada a cal y canto cuando él no estaba en casa. No quería que nadie le arrebatase a Alex y haría lo que fuese necesario por conservarlo a su lado y hacerlo feliz. Y en aquel momento su hijo era mucho más feliz de lo que lo había sido en semanas. Chapoteaba en el agua con Sara pegada a sus talones, riendo y correteando con Cris. Envidiaba al matrimonio porque no necesitaba ocultarse, porque vivían su relación y su paternidad con total naturalidad sin necesidad de esconderse. Él deseaba exactamente eso: esa libertad. Si no fuese por sus suegros, seguramente la tendría. Quizá lo juzgarían y la prensa se cebaría con él, pero se marcharía del país con total tranquilidad sin temor a que le quitasen a Alex.
Desechó aquellos pensamientos y se volvió hacia Misha.
- ¿A qué hora me traeréis a Sara?
Su amigo sonrió y sacudió la cabeza.
- Nos vamos esta noche, Sakis. – Lo miró sorprendido y Misha rió – Necesitabais tiempo solos y pensé que aceptarías la ayuda de Cris de mejor grado que la mía.
- Habría visto tus intenciones.
- ¡Exacto! – Rió de nuevo – Espero no perderte la pista de nuevo.
- Yo también lo espero.