El viaje de su casa al apartamento de Sakis le resultó dolorosamente largo pero, ya que estaba en la puerta, lo menos que podía hacer era entrar, en lugar de quedarse allí plantado temiendo que hubiese cambiado de opinión y que ahora ya no lo quisiese en su vida. No había hablado con él desde la noche en que estuvieron juntos en Mykonos y su trabajo en Roma había demorado más de lo previsto, lo que lo desesperó hasta el exceso. Había luchado contra la necesidad de llamarlo sin saber muy bien por qué lo hacía, puesto que habría sido mucho más fácil llamarlo y salir de dudas que vivir en constante angustia. Pero quería ver su cara cuando le dijese que había cambiado de opinión, porque estaba convencido de que así había sido. Armándose de valor, saludó al portero al que había visto en un par de ocasiones y subió en ascensor hasta la planta donde vivía Sakis. Llamó a la puerta y no tardó demasiado en abrirse. Sin duda el portero ya lo había avisado de la visita, porque la sonrisa con la que lo recibió, le encogió el corazón. Tiró de él hacia el interior del apartamento y lo acorraló contra la pared tras cerrar la puerta. Apoyó el antebrazo en la pared, al lado de su cabeza y, con la mano libre, le quitó la bolsa del portátil que llevaba cruzada. Descendió y besó sus labios con suavidad. No trató de inspeccionarlo con su lengua, sino que se limitó a besar sus labios de un modo que resultaba de lo más erótico. Y, aunque quería más, Sakis no estaba dispuesto a dar más de lo que le había dado sin antes preguntarle cómo le había ido el viaje y si quería tomar algo. Le pidió un vaso de agua porque se le había secado la garganta con aquel beso. Luego le preguntó por Alex y Sakis sonrió divertido.
- Duerme. Se ha pasado el día correteando de un lado a otro y ahora duerme como un bendito. - Dejó el vaso en el fregadero y lo miró a los ojos - ¿Te quedarás a pasar la noche?La proposición había salido casi sin pensar y, cuando se dio cuenta, sintió que estaba bien que Kostas pasase la noche allí. Quería despertarse con él a su lado. Era un anhelo que llevaba arrastrando desde aquella noche en Mykonos. Para Kostas, aquella invitación había sonado a música celestial. Como respuesta, se abalanzó sobre él y lo besó. Sakis aceptó su invasión, mucho menos erótica y suave que su beso anterior, aunque cambió el ritmo del beso marcando el que a él le gustaba. Se tomó su tiempo para besar a Kostas, que gemía y se retorcía en sus brazos, pidiéndole sin palabras que se diese prisa. Pero no lo haría. No cuando quería disfrutar del cuerpo de su amante como no había podido hacerlo la primera noche que habían estado juntos. Primero saboreó sus labios sin utilizar la lengua, después la introdujo y exploró a su antojo la boca de Kostas, que se aferraba a su camisa con tanta fuerza que no dudaba que tuviese algún desgarrón. Pero no importaba. Merecía la pena sólo por sentirlo tan entregado a él. No pudo evitar compararlo con Colin, que nunca se había abandonado de aquel modo. Entre ellos siempre había habido una lucha constante por el control. Incluso habían llegado a golpearse por esto. Les había parecido de lo más normal, una parte más de su relación. Su relación había sido violenta en algunos momentos. Ambos tenían alguna cicatriz que lo demostraba, aunque nunca habían considerado el rencor como parte de su convivencia. Tampoco habían convertido la violencia en su día a día, pero en ocasiones sí se había dado.Kostas era completamente diferente a Colin y a cualquier otro que hubiese formado parte de su vida de un modo u otro. No habían sido muchos, porque su posición como hijo de Andreas Chrysomallis no le había permitido la libertad deseada, pero aún así había tenido sus experiencias y aquella era completamente diferente. La confianza con la que Kostas se entregaba a él lo abrumaba. Nunca se había sentido digno de aquella confianza y mucho menos de aquella entrega. Una calidez desconocida para él se extendió por su corazón, arrancándole un gemido de placer. Se apartó un poco de Kostas y lo miró a los ojos.- Vamos.Lo tomó de la mano y lo llevó al dormitorio, pero antes se detuvo en el cuarto de Alex para comprobar que dormía. Lo que menos deseaba era dejar desatendido a su hijo por un polvo. Una vez en su alcoba, comenzó a desnudar a Kostas lentamente, acariciando cada milímetro de piel expuesta. No parecía que su amante fuese a soportar por mucho tiempo aquella tortura, pero lo obligaría si fuese necesario. Le gustaba tomarse su tiempo en el sexo. Tampoco le disgustaban los polvos rápidos, pero a veces necesitaba más y aquella era una de esas ocasiones. Había disfrutado del sexo en Mykonos, a pesar de la torpeza y la prisa de ambos, pero había echado de menos la ternura de otros momentos. Ahora se daba cuenta de lo necesitado que estaba de afecto y trataba de transmitírselo a su amante con pequeños gestos. Y él captó el significado de los mismos, porque se dejó hacer, disfrutando de cada gesto, de cada sonrisa, de cada caricia.El sexo aquella noche fue lento, tranquilo y lleno de ternura por ambas partes. A Kostas le sorprendieron las habilidades de Sakis y disfrutó de cada segundo en aquella cama que tantas veces había deseado ocupar. Todas sus dudas se evaporaron en cuanto su espalda rozó el confortable colchón. Sakis lo quería, lo necesitaba y se lo decía con cada caricia, con el cadente movimiento de su cuerpo. La felicidad lo inundó al reconocer los sentimientos de su amante. Descansaron abrazados, en silencio, disfrutando de la presencia del otro como no habían podido hacerlo hasta ahora. Kostas descansaba su cabeza sobre el pecho de Sakis y éste acariciaba su espalda con movimientos rítmicos y relajantes que consiguieron dormirlo. Pero Sakis no tuvo tanta suerte. No dejaba de pensar en lo maravilloso que sería poder compartir sus días y sus noches con Kostas, sin tener que ocultarse para conservar a Alex a su lado. Sabía que pocos entenderían su dilema. Tenía una posición económica envidiable, pertenecía a una de las familias más importantes del país, podía permitirse pagar a los mejores abogados de Grecia y comprar ciertos sectores de la prensa para que lo apoyasen. Su padre haría eso por él, porque Sakis no disponía de sus contactos. Pero aquello tenía un precio que no estaba dispuesto a pagar: un nuevo matrimonio, mantener las formas y olvidarse de sí mismo el resto de su vida. Nadie vería mal que buscase una nueva madre para Alex pasado un tiempo razonable, pero un segundo padre sería terrible. No quería pasar por eso de nuevo, ni arrastrar a nadie a una vida estéril con un hombre que se iría amargando poco a poco, siempre dominado por sus padres. Y luego tendría que hacerse cargo del imperio hotelero que su abuelo había construido. Y no quería hacerlo. Sencillamente no quería.Por otra parte estaba Nikolaos Theodoridis, el padre de Helena, que usaría sus contactos (igual de influyentes que los de su padre o tal vez más) para quitarle a Alex con el consecuente juicio público. Para él la homosexualidad era una atrocidad. Su hermano menor era gay y lo había repudiado, ejecutándolo mediáticamente y lanzando sobre él a una horda de paparazzis como si de una jauría de perros rabiosos se tratase. Era un diseñador reconocido, pero se había visto obligado a abandonar el país a causa de la presión que su hermano y la prensa ejercían sobre él. Desde que lo conocía, había escuchado todo tipo de basura anti gay brotando de sus labios. Su padre siempre le había pedido que mantuviese la boca cerrada respecto a su sexualidad delante de aquel hombre y lo había hecho porque conocía de sobra la historia de Khristóphoros Theodoridis, su hermano. Nikolaos no tenía ni idea de lo ofensiva que le resultaba su presencia ni de lo mucho que le molestaba tener que relacionarse con él cuando lo que deseaba era alejarlo de su vida y de la de su hijo porque sabía que si descubría su sexualidad, lo apartaría de él y lo convertiría en un homófobo recalcitrante, a pesar de que lo que él quería era que Alex tuviese la libertad de elegir que él no había tenido. Suspiró y atrajo a Kostas hacia sí. Este balbuceó algo que no entendió y se acurrucó aún más. Hacía mucho tiempo que se sabía necesitado de afecto, pero no se había dado cuenta de cuánto lo necesitaba hasta que Mykonos lo impactó. Bien, no exactamente Mykonos, pero sí la proximidad y la intimidad con Kostas, por no hablar de la relación de Misha y Cristian, que le había producido una desagradable sensación de envidia bastante malsana. No envidiaba la relación, sino su libertad. Y tal vez Misha tenía razón y no había luchado lo suficiente por su propia libertad, pero siempre que lo había intentado sus padres habían sofocado sus intentos de rebeldía de forma muy hábil. Como en París, que disfrutaba de un buen trabajo al lado de un fotógrafo mientras estudiaba, pero fue despedido misteriosamente y por el azoramiento del hombre se dio cuenta de que la mano de su padre estaba detrás de aquello. Claro que entonces se había rebelado completamente y había trabajado como stripper en un club gay para poder pagarse sus estudios y el alquiler. Y había sido feliz, lejos de la presión que suponía ser el único heredero del imperio Chrysomallis. Pero su madre había sufrido un infarto y se había visto obligado a regresar. Nunca más consiguió deshacerse del yugo paterno, ni siquiera durante su tiempo como fotógrafo en conflictos bélicos. Había conseguido rebelarse lo suficiente como para vivir tres años con Colin, pero después de eso se le habían acabado las fuerzas. Su padre, un hombre enérgico e incomprensivo, dio por sentado que su capricho había finalizado y le impuso un matrimonio que no tuvo el valor de rechazar. Era un cobarde, lo sabía.Sentir el cuerpo de Kostas fundido con el suyo, su ternura y confianza, le había dado nuevas fuerzas, lo había despertado del largo letargo en el que había estado, pero tenía a Alex y por él no podía hacer lo que realmente deseaba, que era clamar al mundo lo que sentía, quién era y a quién amaba. Claro que, con o sin Alex, habría tenido que esperar un tiempo prudente tras la muerte de Helena… cosa que no había hecho. Se sentía terriblemente culpable por su muerte y locura, pero necesitaba desesperadamente sentir calor humano real, sentirse vivo y amado de nuevo… y se había privado de eso demasiado tiempo.Cuando por fin consiguió quedarse dormido, lo asaltaron terribles pesadillas en las que su suegro se llevaba a Alexandros por la fuerza y él no conseguía recuperarlo. Nunca antes había tenido pesadillas, hasta aquella noche. Cuando despertó, Kostas lo estaba mirando preocupado y le acariciaba la mejilla de forma tranquilizadora. Cuando por fin pudo respirar de forma normal, le dedicó una trémula sonrisa.- Lo siento… un mal sueño. - No importa, hacía rato ya que estaba despierto.Su amante salió de la cama, dejando una extraña sensación de vacío en su corazón.- ¿Quieres hablar sobre ello? - Sakis negó con la cabeza - Supongo que era sobre Alexandros. Asintió. No podía mentirle.- Lo siento...Kostas le dedicó una sonrisa deslumbrante.- Vamos a la ducha y luego invítame a desayunar, que ni siquiera me has dado una cena decente.