Revista Literatura

Capitulo Decimoquinto: Una nueva misión

Publicado el 04 junio 2013 por Nashsa

Como nos había prometido Antonio Aguilera, al amanecer del tercer día un par de soldados vinieron a buscarnos para encomendarnos nuestra primera misión como soldados de la milicia. Íbamos en el mismo grupo que Jonathan y Dani, por lo que ellos también eran parte de la misión. Fuimos a desayunar y nos reunimos en el parking subterráneo junto con un grupo de ocho soldados, y salvo Héctor, que era uno de ellos, no conocíamos a ninguno más. Después de una más que escueta presentación, sin demasiado entusiasmo, un par de hombres subieron a dos pick-up que estaban aparcadas esperando nuestra marcha. El resto, subimos a ellas seguidamente, y salimos del garaje. Después de dos días de relativa seguridad, el olor a muerto volvió a sumergirnos en la realidad.
-Bueno chicos. Sé que volver a la acción no es lo que más os apetecería en este momento, pero no tenemos muchas más opciones. –Dijo Héctor dirigiéndose a nosotros. – El resto, ya sabéis como va esto. Hay un par de supermercados que no han sido saqueados. Nuestra misión es ayudar a un camión del ejército que ya se encuentra allí. Nuestra única tarea hoy es esperar a que despejen los dos locales, y ayudarles a cargar las cajas en el camión. Solo eso, hoy, estamos de suerte.
-Vaya lástima. Yo quería cargarme a algunos de esos bichos antes de la cena. –Dijo el idiota de Jonathan.
-Estoy seguro de ello. –Dijo Héctor sin hacerle mucho caso.
Poco después de que Héctor acabara de explicar la misión, los primeros zombis empezaron a hacer acto de presencia.
-Tranquilos. En pequeños grupos no son un problema. A menos que nos quedemos sin gasolina, claro está. -Dijo Héctor despreocupado.
-Vale, estamos llegando. -Dijo el hombre encargado del mapa.
Menos de diez segundos después de que el hombre pronunciara las palabras, un par de ráfagas de disparos se escucharon en la distancia. Los dos pilotos de las camionetas aceleraron el paso y se dirigieron al origen de los disturbios, que como era de esperar, estaban en el mismo lugar que nuestra misión.
 Aparcado sobre la acera se encontraba un enorme camión militar de color verde, con una lona a juego que tapaba la parte trasera del vehículo. Subidos en ella resistían un par de soldados muertos de miedo evitando con sus armas que los zombis subieran al camión. Antes de que pudiéramos acercarnos más, uno de los zombis se desmarco del resto de la muchedumbre, agarrando a uno de los soldados por el tobillo, haciéndole perder el equilibrio y caer al duro asfalto. Antes de que pudiera levantarse, y ante la atónita mirada de su compañero, que había dejado ya de disparar, un grupo de zombis se abalanzó sobre el muchacho mordiendo cualquier pedazo de carne al que pudieran acceder.
-Joder, como de costumbre, hay problemas. –Dijo uno de los hombres más mayores del grupo.
Continuamos la marcha hasta estar a menos de quince metros de los zombis. El conductor tocó el claxon levemente, para alertar a los sujetos que se encontraban asediando al camión. El plan surgió efecto, y como si les hubiéramos llamado por el nombre, los que no estaban devorando al pobre muchacho se giraron en nuestra dirección.
Sus cuerpos putrefactos y rojizos comenzaron a tambalearse hacia nosotros al tiempo que Héctor ordenaba a todos los milicianos desplegarse y atacar cuerpo a cuerpo. Después de todo, necesitábamos sacar las provisiones del lugar y más disparos iban a hacernos un flaco favor. Albert y yo nos mantuvimos en la retaguardia, por orden expresa de Héctor. Los demás milicianos comenzaron a golpear a los zombis con los pacificadores y algún que otro cuchillo largo, mientras nosotros, desenvainábamos solo por si acaso. Los golpes huecos resonaban en la calle junto con los guturales sonidos de los zombis y los resoplidos de cansancio de nuestros compañeros. Cuando apenas quedaban media docena de zombis, Héctor nos toco en el hombro y nos dio la señal para demostrar de lo que estábamos hechos mientras algunos de los milicianos se dispersaban, recorriendo la calle de arriba abajo y terminando con los pocos zombis que se acercaban alertados por los disparos. Con bastante miedo, nos aproximamos a un par de hombres de mediana edad. Uno de ellos aun tenía un trozo de carne en la boca, que masticaba casi mecánicamente. Sin pensarlo mucho lancé la katana contra su cuello, dejando buena parte de éste seccionado. Definitivamente me faltaba práctica. Un hombre experimentado hubiera decapitado al hombre sin problemas. De nuevo y tras dar un par de pasos hacia atrás, volví a lanzar otro estoque, solo que éste directamente en el cráneo, acabando al fin con el sufrimiento de aquel pobre engendro. Albert por su parte bateó con todas sus fuerzas al otro hombre, fulminándolo sin más dificultad. Continuamos con los dos más cercanos mientras la mitad del grupo entraba a despejar y saquear el supermercado.  La misión hasta el momento parecía bajo control, al menos por nuestra parte. El muchacho superviviente de la masacre del camión permanecía agazapado cerca de una de las ruedas traseras mientras uno de los milicianos le examinaba en profundidad comprobando que no tuviera ninguna pequeña herida provocada por los zombis. Después de apenas un par de minutos de espera, varios milicianos arrastrando carritos de la compra empezaron a salir del supermercado. Los carros estaban llenos hasta arriba de alimentos, y de algunos elementos necesarios como jabón, papel higiénico, etc.
Sin mayor dilación empezaron a cargarlos al camión, mientras otros milicianos se adentraban en el interior. Después de la tercera entrada, nos toco el turno a Albert y a mí, acompañados de nuestros encantadores compañeros de habitación. Cogimos los carros y cruzamos el umbral de la puerta perdiendo la visión durante un par de segundos por el cambio de luz. Una vez adaptados, seguimos a Jonathan y Dani hasta uno de los pasillos iluminados con linternas de pie y empezamos a cargar. Apenas tardamos un par de minutos en llenar el carro hasta los topes, y seguimos hasta la salida. De momento todo parecía extremadamente fácil teniendo en cuenta que nos enfrentábamos a la mayor amenaza que la raza humana había conocido. Una vez en el camión descargamos el contenido del carrito como los otros milicianos habían hecho antes que nosotros, y nos quedamos nuevamente fuera esperando más intrusos. Apenas unos segundos después de que los últimos milicianos se adentraran en el supermercado, uno de los nuestros apareció de una calle paralela. Llegó hasta Héctor, y le susurró algo al oído. De repente la cara de éste cambio.
-Chicos, me informan de que una horda de casi doscientos zombis se acerca hacia aquí, hora de irnos.
Al escuchar esto, la cara de sorprendente tranquilidad de la mayoría de milicianos desapareció, dejando paso a una histeria colectiva. Jonathan y Dani nos apartaron de un empujón y volcaron el carro en el interior del camión sin demasiado cuidado. Inmediatamente, los milicianos que se habían adentrado en el supermercado, salieron como alma que lleva el diablo del local, con el carro apenas a un cuarto de su capacidad. Antes de llegar al camión, uno de ellos tropezó haciendo caer el carro con él y esparciendo los pocos alimentos que habían podido conseguir por el oscuro asfalto teñido de sangre. Antes de que pudiéramos darnos cuenta, el resto de milicianos subió a las furgonetas y al camión dispuestos a salir de allí pitando. Después de un buen grito de Héctor llamando nuestra atención, nosotros también nos pusimos en marcha y subimos a una de las furgonetas. Todos estábamos ya subidos cuando los primeros zombis empezaron a aparecer de la calle de al lado. Todos menos el miliciano que había tropezado y caído con el carro. Éste, seguramente avergonzado por haber tirado algo tan esencial, se apresuraba a cargar lo que podía coger entre sus brazos y a lanzarlo dentro del camión, mientras el resto del grupo le gritaba para que subiera a alguno de los vehículos. Para cuando hubo acabado de recogerlo todo, los zombis estaban casi a su lado, Héctor hizo un gesto, y a su orden, todos empezaron a disparar hacia la masa de cadáveres andantes. Las balas hicieron mella en la primera fila, pero no tardaron en quedarse cortas ante tal avalancha. El hombre por fin recapacitó y esprintó hacia el camión, que ya se movía hacia el resto de furgonetas para salir del lugar. Pero ya era tarde. Uno de los zombis consiguió agarrar al hombre por la camiseta, y adentrarlo en la masa cadavérica para devorarlo junto a sus compañeros. Cuando los primeros gritos de desesperación y dolor salieron de aquella masa de cadáveres, Héctor hizo un nuevo gesto y los vehículos comenzaron a moverse ordenadamente para abandonar el lugar.
-Primera lección chicos. La seguridad por encima de todo. –Dijo Héctor abatido.
-¡Y la próxima vez, cuando oigáis la frase horda de zombis, no os quedéis parados como si nada de eso fuera con vosotros! –Dijo un sabiondo Dani.

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