Capítulo diez (libro "No fuimos héroes" de Emile de Kèbir, editorial Aliquis, 2059)
Tocar tierra resultó más satisfactorio que subir a aquel barco. En cierto modo ya estábamos a salvo, pero un viaje tan largo, o así se nos hizo, en aquel espacio, chocando los unos con los otros, nos cortaba poco a poco el aliento. Se sumaba la incertidumbre, el desconcierto, la tormenta....
Lo mismo que encontramos después, pero pronto entendí que lo que más daño podía hacernos en aquellas situaciones era la muchedumbre. "Homo homini lupus", el hombre es peor cáncer de los que desarrollan los "futuros muertos". Todos podemos llegar a ser grandes pero nuestra psique convive con una dimensión social marcada por nuestro entorno y, cuando este es hostil, también lo somos nosotros, o no salimos de esa situación jamás.
Yo mismo hice cosas que de otra forma no hubiera hecho pero, arrepentirse es negar la realidad que vivimos.
En cuanto atracó el barco hubo un gran revuelo en el que sabía no tenía que participar. Huí de aquel puerto y comencé a andar hacia el norte: aquello no era Francia, tenía que llegar como fuera.
Llegué a un pueblo que parecía abandonado. Hambriento, sediento y cansado. Entré en una de las casas buscando algo que comer. Allí, una pareja de futuros muertos me miraban sentados en su sofá, con un respirador cada uno, sin fuerzas siquiera para levantarse. Observaban mi tez morena, mis ropas roídas, mis andares lentos pero firmes, y mi rostro marcado por años de sufrimiento, un rostro muy similar al que ellos habían adquirido en pocas semanas.
Y yo comía, sentado en su mesa, su comida, en su plato, con sus cubiertos, en su casa, que podría haber sido mía si yo hubiera querido.
Comía desesperado, hambriento, mientras les observaba de arriba abajo. Sus ojos me hablaban con mayor claridad que las palabras: quiero ser tú. O mátame.