La mañana era fría, igual que las últimas mañanas. El invierno había acabado, pero la nieve seguía cubriendo el suelo y las hojas de los árboles. El agua del río transportaba alguna que otra lámina de hielo que, poco a poco, se iba deshaciendo al chocar contra las rocas o al caer por una de las pequeñas cascadas.
Erik salió de su casa dispuesto a dar de comer a las gallinas, que no se atrevían a salir de su gallinero. Sólo había avanzado unos metros cuando escuchó unos pasos apresurados a su espalda. Al girarse, vio con sorpresa a Kodran y a Gunnar que corrían hacia él. Erik se detuvo y saludo a sus amigos.
-Buenos días, ¡habéis madrugado! ¿Qué os trae por aquí tan temprano?
-Buenos días, Erik –dijo Gunnar intentando recuperar el aliento-, tienes que acompañarnos, necesitamos tu ayuda.
-¿Mi ayuda? ¿Para qué? –Preguntó Erik- ¿Ha ocurrido algo?
-¿¡Aún no te has enterado!? –Intervino Kodran- Todo el pueblo lo está comentando. Durante los últimos días, el viejo Styrmir había visto un lobo merodeando por los alrededores de su granja. Se lo dijo a Olaf y éste puso varias trampas por la zona. Ayer por la tarde el lobo cayó en una de ellas y Olaf lo remató clavándole una flecha en el corazón.
-¿¡Un lobo!? Pero si aquí no hay lobos –objeto Erik-. Hace muchos años que las manadas dejaron estas montañas y se fueron hacia el sur. Además, ¿cuándo se ha oído decir que un lobo ataque solo y a plena luz del día habiendo personas cerca? ¿Estáis seguros de que no lo habéis entendido mal? Seguramente habrá sido algún perro salvaje, un zorro u otra alimaña y el pobre Styrmir estaría tan asustado que lo habrá confundido con un lobo. ¿Y Olaf? Estará fanfarroneando, como siempre.
-Te equivocas, Erik –insistió Kodran- fue un lobo. Lo hemos visto con nuestros propios ojos. Olaf llevó su cuerpo al pueblo para enseñárselo a todo el mundo. Dice que va a hacerse un gorro con su piel y un collar con sus colmillos.
-¡Una jaula es lo que habría que hacer para esa comadreja y encerrarlo allí hasta que aprendiera a comportarse como un hombre! –respondió Erik visiblemente enfadado.
Olaf era conocido en el pueblo por emplear todo tipo de trucos y trampas para cazar, sin importarle que la presa fuera un cachorro o que sus trampas destrozaran los huesos de los animales que caían en ellas. Erik entendía la caza como una cuestión de honor y supervivencia, un combate entre el cazador y la presa en el que había que desplegar todas las habilidades para merecer la recompensa
-¿Y para qué necesitáis mi ayuda? –preguntó Erik con cierta brusquedad.
-Queremos ir en busca de los demás lobos –dijo Gunnar- Como tú has dicho, hace mucho que dejaron estas montañas y si los lobos han vuelto, queremos ser los primeros en encontrar una manada.
Erik le miró incrédulo -¿Queréis ir a buscar una manada de lobos? ¿Y qué haréis si la encontráis? ¿Celebrar un banquete de bienvenida?
-No, tan sólo observarlos y luego marcharnos –dijo Kodran- ¡Vamos, Erik! ¿Qué te pasa? Desde que éramos unos niños hemos estado escuchando historias sobre lobos, siempre hemos deseado ver una manada y ahora tenemos la oportunidad. Tú eres un buen rastreador y siempre has tenido un don especial para tratar con los animales.
-Por eso soy amigo vuestro –comentó Erik sonriendo.
-¡Estoy hablando en serio! Gunnar y yo vamos a ir, puedes venir con nosotros o quedarte aquí todo el día. A la vuelta te contaremos lo que hemos visto y entonces te arrepentirás.
-Está bien- cedió Erik- os acompañaré, pero sólo para asegurarme de que no os perdéis en el bosque. No creo que haya ninguna manada por aquí, seguramente el lobo que cazó el canalla de Olaf estuviera solo y por eso estaba tan desesperado como para atacar una granja. Así que pasaremos el día rastreando el monte, pasando frío y volveremos a casa con los pies húmedos y sin haber visto ni un solo lobo ni nada que se le parezca. Y, sinceramente, casi mejor si no encontramos nada, porque no me gustaría servirles de aperitivo. Esperad, voy a decírselo a mi padre.
-¿¡Vas a decírselo a tu padre!? –preguntó Gunnar aterrorizado.
-Alguien tendrá que encargarse de cuidar de los animales si yo estoy fuera –respondió Erik- No querrás que desaparezca sin más.
-No se te ocurra contarle a lo que vamos, como mis padres se enteren me matan –advirtió Gunnar.
-Sí, es cierto –admitió Kodran-, a mis padres tampoco les haría mucha gracia. Así que no les digas que vamos a buscar una manada de lobos, ¿vale?
-Tranquilos, le diré la verdad, que vamos a pasar el día en la montaña observando lo bonito que está el bosque en invierno –concluyó Erik.
-¿Por qué habrán vuelto los lobos? –preguntó Gunnar mientras aceleraba el paso para no quedarse atrás. Hacía ya más de una hora que se habían adentrado en el bosque y de momento no habían encontrado ningún rastro a seguir. Erik marchaba en cabeza marcando un ritmo fuerte. Desde niño se había sentido atraído por la naturaleza, le gustaba pasar largos ratos paseando solo por el bosque, descubriendo nuevas plantas y observando las diferentes criaturas que lo habitaban. Hubo incluso quien llegó a decir que era capaz de hablar con los animales. Leyendas aparte, lo cierto era que poseía el don de saber ganarse su confianza y les mostraba un gran respeto.
Ante la falta de respuesta, Gunnar insistió –Erik, ¿no me has oído?
-Claro que te oigo, Gunnar –respondió Erik en voz baja-, es imposible no hacerlo. No has parado de hablar desde que hemos salido, has pisado todas y cada una de las ramas que había en el camino y vas chocando contra los árboles como si fueras un oso intentando espantar a un enjambre de abejas. No sé si los lobos han vuelto o no –continuó Erik sonriendo-, de lo que sí que estoy seguro es que no los encontraremos si seguimos haciendo tanto ruido.
-¿Que tal si paramos un poco? –Intervino Kodran- No me vendría mal un pequeño descanso.
-De acuerdo –asintió Erik-. Vamos a ver qué llevas en la bolsa Gunnar, que con las prisas no he podido ni desayunar.
-Yo he cogido lo primero que he visto mientras salía de casa: algo de queso, pan, fruta… bueno, y más cosas. Sírvete tu mismo –dijo mientras le pasaba su zurrón a Erik.
-Caramba, con razón te costaba mantener el ritmo mientras andábamos, has traído comida para alimentar a todo un poblado.
-Con la comida no se juega, ¿verdad Gunnar? –dijo Kodran sonriendo, mientras se acercaba a Erik para inspeccionar el contenido de la bolsa- ¿Y esto es lo primero que has visto? Me gustaría ver lo que hubieras cogido si te hubiera dado más tiempo.
Los tres amigos comieron en silencio disfrutando de la tranquilidad del bosque. El sol se filtraba entre las hojas de los árboles. Una ardilla curiosa contemplaba la escena desde una rama y varios pájaros buscaban algún insecto que les sirviera de desayuno, sin prestar mayor atención a los intrusos. De repente, un aullido desesperado rompió la quietud del momento y heló la sangre de los chicos. Erik se puso en pie de un salto cogiendo su arco instintivamente. Al aullido le siguieron gruñidos y otras señales de lucha. El ruido procedía de algún lugar cercano un poco más elevado.
-¡Era cierto! ¡Hay lobos! –Dijo Erik en un susurro mientras se encaminaba sigilosamente hacia el origen de los ruidos.
-¿Ves? –Protestó Kodran también en voz baja- Y ahora ¿qué hacemos?
-¿Cómo que qué hacemos? ¿No queríais verlos? Pues ahora tenéis la oportunidad. Ese aullido ha sonado muy cerca, no pueden estar a más de trescientos o cuatrocientos metros de aquí. Nos aproximaremos sin hacer ruido hasta un lugar desde el que podamos verlos y rezaremos para que no nos huelan.
-¿Estás seguro de que no es peligroso? –Dijo Gunnar con voz apenas audible- Quizá lo de venir en busca de los lobos no haya sido tan buena idea.
Erik se detuvo en seco. Seguía mirando hacia delante, así que no podían ver su expresión.
–Tienes razón, Gunnar, es muy peligroso. No sabemos si sólo hay un lobo o una manada entera. Si nos acercamos más es muy probable que nos descubran y no sabemos cómo van a reaccionar. De hecho, es posible que ya sepan que estamos aquí. Lo más prudente sería marcharse a toda velocidad, pero –se giró hacia ellos y los miró con gran determinación-, como vosotros mismos dijisteis, siempre hemos estado escuchando historias sobre los lobos y deseando verlos, y ahora tenemos la oportunidad… Y yo no pienso dejarla escapar. Podéis venir conmigo, esperar aquí o volver a la aldea, vosotros veréis.
-Yo voy contigo –dijo Kodran con decisión-, no hemos llegado hasta aquí para darnos la vuelta ahora, ¿no crees, Gunnar?
-Es verdad, con lo que me ha costado la subidita, como para volverme con las manos vacías. ¡Vamos allá!
Despacio, los tres amigos avanzaron intentando hacer el menor ruido posible y ocultándose detrás de árboles y arbustos. Ahora escuchaban con claridad una mezcla de gruñidos, aullidos y otros sonidos que no acertaban a distinguir. De repente, Erik se detuvo con los ojos clavados en lo que tenía delante. En cuanto Kodran y Gunnar le alcanzaron, pudieron ver qué había llamado tanto la atención de su amigo. A poco más de veinte metros de su escondite, varios zorros rodeaban a una loba, que custodiaba la entrada de una pequeña cueva. Su elegante pelaje gris estaba manchado con sangre alrededor del cuello y en las patas traseras. Aún así, se erguía desafiante protegiendo a sus crías de las raposas que, sin atreverse a lanzar un ataque definitivo, intentaban alcanzar a los cachorros refugiados tras su madre. De hecho, un par de lobeznos yacían inmóviles junto a uno de los zorros. La escena era dramática; los aullidos de la madre transmitían una amarga sensación de rabia e impotencia. Sin previo aviso, la jauría se abalanzó sobre ella y, en ese mismo instante, una flecha rasgo el aire y se clavó con fuerza en el cuerpo de uno de los agresores, que cayó fulminado. Sorprendidas, las alimañas se giraron buscando a su enemigo a la vez que llegaba una segunda flecha, que abatió a otra de ellas. Acto seguido, Erik, armado con su arco, saltó de su escondite y corrió hacia los zorros gritando:
-¡Largo de aquí! ¡Fuera! –aún tuvo tiempo de lanzar otra flecha que se clavó en un tronco cercano a una de las raposas, que huían sin ni siquiera llevarse consigo los cachorros que habían arrebatado a su madre.
En cuanto llegó a la entrada de la cueva, Erik se detuvo mirando con tristeza a la loba, que yacía gimiendo de dolor junto a los cuerpos inanimados de sus crías. Lentamente se acercó a ella poniéndose de cuclillas, y extendió la mano hacia la cabeza del animal.
-Erik, ¿qué haces? ¿Te has vuelto loco? –preguntó Gunnar en un medio susurro.
Kodran, a su lado, no se atrevía a hablar y contemplaba la escena con la boca abierta. Erik no prestó atención a las advertencias de su amigo y continuó aproximando su mano a la loba, que se debilitaba por momentos. Con sumo cuidado y respeto, Erik acarició la cabeza del gran animal, que lo miraba atentamente clavando en él sus ojos ambarinos. Gunnar comenzó a decir algo ininteligible pero Kodran, con un rápido gesto de la mano, le indicó que se callara. Erik no parpadeaba, miraba a la loba mientras una lágrima resbalaba por su mejilla. Haciendo un gran esfuerzo, el animal, herido de muerte, giró la cabeza hacia el interior de la cueva a la vez que se le escapaba un ligero sollozo. Erik miró en la dirección que le indicaba la loba y, a duras penas, logró distinguir dos figuras diminutas que temblaban en la oscuridad. Se levantó muy despacio y fue hacia ellas. Con cuidado, cogió a los cachorros y los llevó junto a su madre, que comenzó a lamerlos con ternura. Detrás de Erik, Gunnar y Kodran observaban la escena sin saber qué hacer. Tras unos segundos, la loba dejó caer su cabeza sobre la nieve.
-¿Ha muerto? –preguntó Kodran.
-Sí –respondió Erik con los ojos clavados en el suelo.
-Y ahora ¿qué hacemos? –intervino Gunnar.
-Haremos una gran hoguera y quemaremos su cuerpo y el de los cachorros muertos. Así evitaremos que esas malditas alimañas vuelvan a por ellos.
-¿Y qué vamos a hacer con estos cachorros? –dijo Kodran señalando a los dos pequeños lobeznos, que seguían acurrucados contra el cuerpo inerte de su madre.
Erik los miró pensativo unos instantes, después se giró hacia Kodran y Gunnar y dijo: “yo cuidaré de ellos”.
Tardaron más de una hora en conseguir apilar un montón de leña lo suficientemente seca. Erik se encargó de encender la hoguera que, en pocos minutos, consumió los troncos y los cadáveres de los tres lobos. Cuando ya casi se había extinguido, cubrieron las cenizas con nieve hasta que no quedó el más mínimo rastro.
-Ahora ya sabemos por qué el lobo se acercó a la granja del viejo Styrmir –dijo Erik mientras caminaban de vuelta a la aldea-. Estaba tan desesperado al no encontrar suficiente caza en el bosque que se arriesgó a acercarse al poblado.
-Pensaba que los zorros sólo comían gallinas y conejos –Comentó Gunnar.
-Habitualmente sí pero, como este invierno ha sido especialmente frío y largo, la comida ha escaseado... –respondió Erik.
-Pues sí que tenían que estar hambrientos para enfrentarse a unos lobos –opinó Kodran.
-Si se hubiera tratado de unos lobos, no se habrían acercado. Se han atrevido a atacarles porque sólo era una loba hambrienta y sus crías –le corrigió Erik.
-¿Y qué vas a hacer con los cachorros? –Le preguntó Gunnar- ¿Crees que tú padre te dejará criarlos?
-No lo sé, espero que sí.Erik continuó andando pensativo. Árkhelan, su padre, era un hombre bueno pero exigente. Durante muchos años había servido en la guardia personal del rey hasta llegar a ser general. Tras muchos combates y casi tantas heridas, había decidido retirarse del ejército para dedicarse a su familia llevando una vida sencilla. Erik le quería mucho y sentía hacia él un profundo respeto y una gran admiración. Sabía que no iba a ser fácil convencer a su padre para que le permitiera criar a los lobos, al fin y al cabo, eran animales peligrosos para el ganado y también para las personas… Quizá fuera una imprudencia llevarlos a la aldea, pero qué podía hacer si no, ¿dejarlos en el bosque? No sobrevivirían ni una sola noche. Erik echó un vistazo a los dos cachorrillos que llevaba envueltos en su capa. Casi no podían abrir los ojos y lloriqueaban de hambre. No, no los dejaría morir, sentía que tenía la responsabilidad de velar por su vida.