Sentados en la mesa de la cocina donde Melissa había servido un plato poco trabajado de verduras y puré de patatas, el matrimonio desvió sus miradas hacia el pequeño televisor que se apoyaba sobre la encimera de mármol.Las noticias hablaban de la recuperación de la crisis económica en buena parte de la Europa oriental, pero aún había países muy resentidos por aquella quiebra mundial.También la meteoróloga, Heather Mason, informó sobre posibles nevadas al norte del Reino Unido, así que Glasgow y demás regiones quedarían sepultadas bajo centímetros de nieve y hielo, nada fuera de lo común.
Robert se terminó su plato y lo guardó en el lavavajillas que llevaba dos días sin limpiarse. Ninguno de los dos se sentía ni siquiera animado para hacerlo.Cuando Robert se metió en la cama no dejó de darle vueltas a lo que su mujer le había comentado durante la cena. ¿De quién podría ser la sangre hallada en la casa de los Connor? ¿Y por qué ese macabro juego de despiste? ¿No sería más fácil haber dejado que la sangre de ambos fluyera?Robert negó con la cabeza cuando las grotescas imágenes de los recuerdos fueron evocadas por su mente.
Cuando Melissa puso un pie en el peldaño de la escalera una luz se iluminó en su mente. ¿Dónde había dejado el pantalón del día anterior?Caminó a toda prisa hasta que llegó al cuarto de baño del segundo piso y abrió el cesto de mimbre donde depositaban la ropa sucia.Allí, entre montones de ropa para lavar, encontró sus pantalones arrugados. Cuando introdujo la mano en el bolsillo trasero del pantalón se llevó una sorpresa. El papelito había desaparecido.Sacó toda la ropa del cesto y, sentándose en el suelo como una niña cuando juega con sus muñecas, comenzó a revolverlo todo, intentando buscar el papelito donde había grabado el nombre de la misteriosa calle que aparentemente no existía en ningún mapa salvo en los sueños de Melissa.No hubo éxito.
-Robert –dijo ella apareciendo súbitamente en la habitación. Su marido, que se encontraba mirando hacia la ventana, se giró para contemplarla. Estaba pálida y parecía aterrorizada.-¿Qué ocurre? –preguntó Robert acostumbrándose nuevamente a la luz.-¿Has cogido tú el papel del pantalón?-¿Qué papel? ¿De qué estás hablando?-El papel. El papel que contenía el nombre de la calle que no encontré, Dohe St.-Lo tenías tú, ¿no es así?-¡Joder, Robert! –Melissa comenzó a alzar la voz-. ¿Por qué te lo pregunto, entonces? ¿Lo has cogido o no?-No, pero relájate, Melissa. Métete en la cama, por favor.-¡No, Robert! Nuestra hija ha desaparecido y tú te metes en la cama como si nada hubiese ocurrido. ¡Y ese papel era muy importante! –Robert se levantó bruscamente.-¡Bueno, ya está bien! –exclamó Robert apartando las sábanas toscamente-. ¡Te estás aferrando a la posibilidad de encontrar a Jessica por un papel! ¡Yo también quiero a nuestra hija! Y de verdad quiero que regrese, pero creyendo en paranoias no haremos nada. -¿Crees que por querer encontrar a nuestra hija estoy paranoica?-Estamos bajo mucha presión, Melissa.-Así que estoy paranoica. ¡Vete a la mierda!
Robert asimiló las palabras tan serenamente como pudo, pero comprimiendo la mandíbula tuvo que claudicar. Su mujer estaba histérica, colérica, así que él cogió su batín y bajó las escaleras de dos en dos para estirarse en el sofá con tal de encontrar el sueño.
Melissa se quedó allí quieta unos cuantos segundos mientras la cólera recorría su cuerpo como una corriente eléctrica. Las aletas de su nariz se abrían y cerraban rápidamente, pero le costó un gran esfuerzo recuperar una respiración más normal.Finalmente se arrepintió de lo que había hecho, pero creyó que lo más conveniente sería meterse en la cama y dejarse llevar por los sueños una noche más.
La niebla, el óxido, la humedad de las calles y la oscuridad vibrante del pueblo rodearon nuevamente a Melissa. Hacía frío, y ella vestía igual que la última vez. Si aquello era una prolongación de la realidad, ¿dónde estaba su camisón?Se miró la ropa y llevaba los mismos pantalones tejanos, las botas arenosas y la sudadera blanca de escote en pico. Su cabello estaba suelto, pero lo sentía humedecido y pesado.Entonces, como si todo aquello fuera una locura y su marido tuviera razón, se metió la mano en el bolsillo trasero y extrajo el papelito con el nombre de la calle grabado en el interior.
¿Qué estaba pasando? ¿Cómo podía recordar que todo aquello ya había pasado la noche anterior? ¿Cómo es que era consciente de que estaba dentro de un sueño y que su verdadero cuerpo se encontraba en la cama, durmiendo a solas mientras allá afuera probablemente estaría nevando?De repente sintió una horrible sensación de claustrofobia y el sentimiento de estar abandonando la cordura a cada segundo que pasaba en aquel pueblo abandonado.
Pero entonces una súbita determinación se adueñó de su cuerpo. Guardó el papelito en el bolsillo trasero del pantalón y, puesto que por una extraña razón había memorizado la ubicación de Dohe St., se encaminó hacia ella.Aquella vez, sabiendo que las carreteras húmedas y agrietadas estaban vacías, caminó sobre el asfalto, entrando cada vez más en la oscuridad neblinosa.Los edificios oscuros y hostiles se alzaban a su derecha y a su izquierda, y a veces, entre dos edificios se abrían pequeños y angostos callejones oscuros con basura esparcida por doquier o coches abandonados amontonados sobre las aceras intransitadas.
Melissa giró hacia la derecha cuando llegó a una bifurcación de la calle y notó que poco a poco la concentración de edificios ya no era tan compacta. Ahora, grandes árboles de aspecto enfermizo flanqueaban el asfalto accidentado.Unos cuantos metros más adelante sintió que sus pasos retumbaban de manera diferente, y entonces vio que bajo sus pies se extendía un sendero de gruesos maderos. Efectivamente, estaba cruzando un puente. Melissa detuvo sus pasos y guardó silencio hasta que pudo distinguir a lo lejos el murmullo del agua. ¿Cuántos metros habría hasta llegar al lecho del río?
Pero entonces, a lo lejos, una titilante lucecita brilló en medio de la oscuridad. Como una cerilla encendida en un ataúd enterrado donde el oxígeno era cada vez más escaso.Melissa concentró su mirada en la lucecita, e irremediablemente sus pasos fueron hacia ella, dejando atrás el puente de madera.
Caminó sobre un sendero arenoso de tierra mojada y piedrecillas que crujían bajo las suelas de sus botas y entonces llegó a una calle accidentada donde las grietas recorrían todo el paisaje neblinoso. Era como si toda aquella región hubiese sufrido un horrible terremoto.Pero otro hallazgo sorprendente fue lo que casi la dejó sin respiración. Allí, ante sus propios ojos, se elevaba su casa de Carmyle.Efectivamente, era la misma, sólo que devorada por las sombras.De repente se percató que la lucecita que había visto desde el puente era el farolillo de la entrada, junto a la puerta blanca con vidrieras.
Melissa subió los escalones del porche con cautela, acariciando con su mano la fría barandilla. Con el ceño fruncido intentaba mirar al interior, pero todo estaba demasiado oscuro.Cuando llegó a la entrada dudó unos instantes, pero entonces agarró el pomo metálico y la puerta cedió sin más.
Se encontraba dentro de su propia casa, pero no era totalmente su casa.Ella estaba en el piso superior, durmiendo, pero entonces comprendió que ni siquiera su cuerpo real se encontraba allí. Aquellos muebles parecían diferentes, incluso la disposición era diferente.Pasando el peso a la otra pierna, Melissa pudo entrever que la puerta trasera de la cocina estaba abierta, así que caminó hacia ella.
Melissa quedó en silencio, como petrificada, al ver una silueta acuclillada en el jardín trasero de su casa.Era humano, pues cuando se puso en pie y avanzó hacia la casa Melissa pudo ir distinguiendo detalles que delataban su condición.No tardó en darse cuenta que se trataba de una mujer de unos setenta años con el rostro materno y lleno de arrugas. Tenía una media melena repleta de graciosas ondulaciones canosas que se escapaban por debajo de un sombrero blanco de ala grande. Recordaba haberlo visto antes, pero no sabía dónde.Entonces la anciana, como leyéndole la mente, se señaló el sombrero y sonrió.-Es un sombrero de jardín. Miranda tenía uno, ¿lo recuerdas? –entonces Melissa cayó en la cuenta que era cierto. Su madre tenía uno, y recordaba que lo había cogido de las pertenencias de su suegra, Claire Shore.-¿Quién eres?-Efectivamente, soy ella –dijo la anciana cogiendo un cesto de mimbre repleto de malas hierbas-. Hay que cuidar el jardín. Siempre estoy arrancando las malas hierbas, pero crecen muy rápido.
Claire caminó al lado de Melissa y ella sintió que un escalofrío recorría su cuerpo. Claire dejó el cesto sobre la encimera de mármol, donde normalmente ellos tenían el pequeño televisor, y se sentó en una de aquellas sillas de madera pintadas de verde.
-Por fin nos vemos, Melissa –dijo la anciana observando a Melissa con una mirada tierna. Melissa avanzó unos pasos hasta el borde de la mesa. Se sentía confusa y aterrorizada, pero aun así se sentó a la mesa, frente a Claire-. No diré lo típico. Estás muy bonita, sí, pero eso ya lo sabía yo. Eras tú quien no me podía ver.-¿Qué está pasando aquí, Claire?-Por fin pronuncias mi nombre. Entonces crees que existo.-No. No lo sé –rectificó Melissa rápidamente-. Tú estás muerta. Moriste poco tiempo antes de mudarme a Carmyle.-¿Sabes, Melissa? –dijo Claire quitándose el gorro y dejándolo sobre la mesilla verde-. Yo no puedo darte todas las respuestas. Estoy aquí para dar las pistas, pero no conozco toda la verdad.-¿Eres una imagen de mi subconsciente?-Es posible. Aunque tampoco lo sé. ¿Qué sabes del subconsciente, Melissa? Realmente poco, ¿verdad? Quizá sea yo realmente, o quizá sólo una parte de mí.-Has dicho que estás aquí para darme las pistas. ¿Qué me puedes decir sobre Jessica?-Sí, la pequeña niña de cabello azabache.-¿La has visto? –Claire asintió lentamente con la cabeza y Melissa sintió que se le humedecían los ojos.-He visto muchas cosas, querida. Este lugar no es lo que parece, y hasta las mismas sombras pueden volverse en tu contra. No encontrarás luz alguna en este páramo, tan sólo la que ilumina tu corazón.-¡Claire, por favor! –clamó Melissa al notar la acuosa caricia de una lágrima rodando por su mejilla-. Necesito saber qué está sucediendo. Necesito saber dónde está mi hija. Estoy perdida. Todo esto me es familiar, incluso esta es mi casa, pero del mismo modo nada parece ser lo mismo.-No, no lo es. Verdaderamente no lo es. Y los que aquí estamos atrapados vemos en ti la luz que podría llevarnos a otro mundo. Pero, ya sabes lo que pasa cuando los insectos nocturnos ven una luz en medio de las sombras, ¿verdad? –Claire clavó sus ojos rodeados de arrugas en el rostro de su nieta y Melissa asintió lentamente sorbiendo con fuerza con tal de cortar el incipiente llanto-. Debes tener cuidado, pequeña.-Dime, Claire, ¿es esto Dohe St.?-Así es. Esto es Dohe St y esta es mi casa. ¿Es bonita, verdad? –preguntó Claire con una sonrisa. Luego se apoyó en la mesa y con mucho esfuerzo se puso en pie. Se giró hacia el jardín trasero dejando a Melissa totalmente confundida-. Y estas son mis plantitas. Mis preciosas plantitas. Pero será mejor que las cuide. La oscuridad se las come.
Claire se dispuso a bajar los escalones cuando Melissa se puso en pie para retomar la conversación, pues obviamente por su parte no había terminado. Pero en el mismo momento en que Melissa extendió su brazo como en un estúpido intento por detener a la anciana, un golpe seco se oyó desde el piso superior.Claire seguía parloteando cosas ininteligibles hasta que volvió a arrodillarse frente a una mata de plantas de aspecto moribundo. No parecía haberse percatado del sonido.Melissa observó ceñuda el techo blancuzco de la cocina y luego observó por encima de su hombro los escalones que trepaban silenciosamente por casa.
Sin saber muy bien por qué Melissa comenzó a subir los peldaños lentamente. Claire continuaba en el jardín tarareando una extraña canción con los dientes apretados.La mano de Melissa se aferraba con fuerza a la barandilla de madera mientras sus pies ascendían. Sus pasos quedaban silenciados por la moqueta que cubría la escalera.
Aún y tratándose de una casa anterior Melissa conocía bien las habitaciones y la disposición de los muebles, así que en seguida supo el origen del golpe. Abrió la puerta de la habitación de Jessica.La soledad y el vacío de la habitación llenó de congoja el corazón de Melissa. La ventana estaba abierta y una fina y haraposa cortina se balanceaba lúgubremente al son de la gélida brisa nocturna.Las paredes cubiertas de papel estaban amarillentas y en algunas zonas enmohecidas. Algunos lugares tenían incluso el papel arrancado.Una cucaracha correteó velozmente de una punta a otra de la habitación perdiéndose en la oscuridad. Melissa arrugó la nariz.Pero entonces sus ojos se encontraron con un objeto puesto en el centro de la habitación.
Agazapada ante la caja Melissa sintió un escalofrío trepando por su columna vertebral. Tenía miedo de ver lo que había en el interior de la caja, pero de todos modos tenía que verlo.Así pues, con ambas manos separó la tapa de la caja y observó con el cejo fruncido el interior. Estaba muy oscura la habitación, así que se llevó la caja hasta la ventana donde una mortecina luz proveniente del jardín iluminaba débilmente.Del interior de la caja Melissa extrajo una linterna de mango largo y negro y una llave oxidada. Un fuerte olor a cloacas se apoderó de ella cuando se acercó la llave a la cara para inspeccionarla mejor. Una vez más Melissa arrugó la nariz y sintió un par de arcadas.
Todo aquello parecía formar parte de una locura que estaba invadiendo su mente, pero de todos modos necesitaba hacer unas cuantas preguntas. ¿Por qué Claire guardaba esas cosas en la habitación de Jessica? ¿Por qué, sabiendo el anhelo que tenía por encontrar a su hija, no le había hablado antes de aquella extraña caja?Claire debía saber algo, aunque en su fuero interno supo que la anciana era un enigma en carne y hueso. Sus propias palabras parecían conformar un extraño acertijo que escapaba a su entendimiento.
Con paso raudo Melissa descendió por las escaleras hasta llegar nuevamente a la cocina. La luz había menguado. Entonces descubrió que la luz del jardín estaba apagada y que la única iluminación que había en la casa era una bombilla sucia que colgaba balanceándose lánguidamente en la cocina. La luz parpadeaba.No había rastro de Claire.
Melissa corrió hacia el jardín trasero. Al bajar los peldaños se dio cuenta de algo aún más extraño. El jardín estaba ahora cubierto por una selva de espinos que se retorcían maliciosamente entre las plantas. La tierra estaba húmeda y olía a putrefacción. Pero allí no había rastro de Claire.La luz proveniente de la cocina comenzó a parpadear más hasta que se convirtió en una ráfaga de luces parecida a relámpagos.Tras un minuto se oyó una pequeña explosión y la luz se apagó por completo.La oscuridad envolvió nuevamente a Melissa de una forma inhumanamente fría y hostil.
Melissa se despertó dando un respingo sobre la cama. La habitación estaba en silencio. Miró hacia la derecha y encontró la cama hecha. Definitivamente Robert no había pasado la noche ahí.Un pinchazo en el pecho le recordó la discusión que había tenido lugar en la noche y cerró los ojos para respirar con fuerza con tal de desprenderse de aquella horrible sensación.Melissa se abrigó con el albornoz gris y se calzó las zapatillas negras con pelillos grises en la zona del empeine. Caminó pesadamente hasta la ventana descubriendo un paisaje totalmente blanco. Un coche se abría a duras penas entre la carretera nevada. Las máquinas quitanieves no tardarían en pasar por allí. Melissa volvió a la cama y observó el despertador. Eran las once y seis de la mañana.
Cuando bajó al salón se encontró el televisor apagado y ningún indicio de vida. ¿Dónde se había metido Robert?Aprovechando que había bajado al piso inferior se metió en el baño –también vacío- y se dio una ducha, se cepilló los dientes y salió a la cocina.Una vez sentada a la mesa con una humeante taza de café ante ella se percató de que ya había estado ahí. Le parecía increíble cuan rápido había olvidado su sueño. Sabía que había visitado nuevamente aquel misterioso pueblo fantasma pero sus detalles parecían evaporarse con rapidez.
Una hora más tarde la puerta se abrió y Robert entró pisando fuerte con sus toscas botas de invierno. Tenía la nariz roja y tiritaba de frío.Dejó su pesado abrigo en el colgador de la entrada y se dirigió a la cocina. Abrió la nevera y extrajo pescado y verduras.Cuando se disponía a cocinar Melissa bajó las escaleras cabizbaja y apoyó su hombro en la pared empapelada de la cocina. Robert la miró de soslayo y continuó cortando el pescado.Ella se sentía avergonzada por su manera de hablarle pero en aquel momento el papelito en el que había escrito Dohe St. significaba la única puerta abierta hacia su hija.Lentamente Melissa se deslizó hasta sentarse a la mesa y cruzó los dedos con tal de relajarse.Robert continuaba cocinando sin decir nada. Melissa parecía invisible.Tres minutos tardó en recuperarse. Finalmente alzó el rostro y se dirigió a su marido.
-Estoy volviéndome loca –dijo ella. Aquello no parecía propio de su esposa pero la frase había surgido lenta y minuciosamente preparada-. Todo este asunto está volviéndome loca. Y te necesito. Necesito que estés a mi lado. No sé cómo voy a pasar por esto si no estás aquí.-Anoche creí que me querías fuera de tu vida –arguyó Robert sin girarse. Melissa suspiró y negó con la cabeza.-Anoche te quería fuera de la cama, no de mi vida. Lo siento. Lo sé. Estoy irascible. No estoy preparada para esto. Nadie está preparado para esto –al notar el titubeo en la voz de su mujer, Robert se detuvo y respiró hondamente. Después se giró y se sentó a la mesa con su mujer para cogerle una mano. Él aún estaba frío.-Y aquí estoy. Pero Jessica es nuestra hija. Ambos somos los responsables de su vida. No quieras hacer de esto una carga para ti.-Pero, Robert, de algún modo es una carga que tengo que soportar. Dime, ¿has soñado alguna vez con ella? –Robert negó con la cabeza-. ¿Has visto algo extraño desde que… desapareció? –Robert volvió a negar y Melissa se tomó unos segundos antes de continuar-. Yo sí. Tengo unos sueños terriblemente extraños. Sueño con un pueblo fantasma. Siempre es de noche y hace frío. Está dejado, abandonado, descuidado…-¿Y Jessica está ahí?-Sí.-¿Cómo está? –Robert sabía que aquello era una estupidez pero en aquel momento se aferraba a cualquier cosa.-No lo sé. Sé que está allí pero no la he visto. Pero sé que está ahí. Ella me lo ha dicho.-¿Ella? ¿Quién?-Claire.-¿Claire? –Robert se apartó un poco de la silla y enarcó una ceja-. ¿Claire Shore, tu abuela?-Sí, ella.-¿Dices que estás soñando con tu abuela muerta que nunca has visto y ella te habla de Jessica?-Lo sé. Por eso te estoy diciendo que debo estar volviéndome loca. Nada parece tener sentido, todo parece obra de una locura, nada… Oh –Melissa se detuvo en sus incoherencias y miró fijamente un punto muerto.-¿Qué? –preguntó Robert al ver el estado de su esposa-. ¿Qué ocurre?-Ella me habló de la luz. De tener cuidado. Y ahora acabo de recordar la linterna y la llave.-¿De qué estás hablando?-La linterna y la llave –Melissa volvió los ojos hacia los de su marido y apretó su mano extrañamente animada-. ¡Lo acabo de recordar! En la habitación de Jessica había una caja con una linterna y una llave. Sí…-Melissa, ¿quieres descansar?-Estoy bien, gracias. Simplemente necesito volver ahí y averiguar para qué sirve esa llave. Quizá tenga que iluminar algún lugar aún más oscuro que el pueblo. Quizá allí haya una cerradura…-Ya basta, Melissa –dijo Robert tajantemente. Se levantó y volvió a cortar el pescado con golpes secos mientras apretaba con fuerza la mandíbula-. Nuestra hija ha desaparecido. Los Connor han sido asesinados y su hijo está desconsolado. Y tú te empeñas en soñar con llaves y puertas a oscuras.-Robert, tienes que creerme…-Basta –acortó él-. Dentro de una hora estará la comida. Ve a descansar.