Esa prisión construida por mi cabeza seguía atenazándome, quizás, tal vez, con menos fuerza, pero aún no podía volar como Juan Salvador Gaviota, porque no me había liberado del pesado equipaje que me había obligado a aterrizar en este malecón.
Diariamente ocupaba parte del tiempo en la ardua tarea de realizar el cálculo de los días de ingreso en la clínica, observando con cierta impasibilidad como éstos se incrementaban.
Era jueves, faltaban dos días para cumplir un mes tras “aquellas horribles puertas”. A media mañana, estaba programada actividad con la psicóloga. Otra actividad más que podía convertirse en un cimiento más para mi recuperación o en un nuevo descenso a los infiernos de mi alma.
Entre las anotaciones de mi “libreta-diario”, se recogía lo siguiente: “… TEMA: ¿CÓMO ME VEN/ME VEO?, ¿CÓMO ME VALORO/ME VALORAN?, ¿ME GUSTAN/GUSTO?....”
Dispuestas en dos columnas, aparecían estos términos:
En la primera columna: ACTIVIDAD; FÍSICO; INTELECTO; PERSONALIDAD; SENSIBILIDAD/EMPATÍA; ÁNIMO/ILUSIÓN; HIGIENE/CUIDADO PERSONAL; ECONOMÍA/STATUS; SOCIAL; SALUD.
En la segunda columna: HIPOCRESÍA; AUTOESTIMA; AUTOVALORACIÓN; EGOCENTRISMO; PREJUICIOS; EXPECTATIVAS
“… De nuevo, otro folio en blanco en mis manos, otro tema que no me hacía gracia. Ni me gusto, ni me valoro y los demás me ven como alguien con suma fortaleza, mientras, por dentro, no soy más que restos de columnas derruidas. Mis únicos valores son mi fuerza de voluntad, mi capacidad de aprendizaje y mi silencio…
… He dado la callada por respuesta a mis amistades, les he evitado, les he repudiado por orgullo, al igual que lo hago con mi “otro lado de la cama”…
… Me he devaluado físicamente, abandonando el gimnasio o cualquier otra actividad física. He desperdiciado mi empatía con quienes no debía, perdiendo toda ilusión….
… Vivo entre mis propios prejuicios que marcan la rectitud de mi personalidad, sin más afán de cumplir las expectativas externas que siempre me han impuesto al margen de mis deseos…
… El egocentrismo ha consumido parte de mis pensamientos, con el único objetivo de alcanzar el reconocimiento y la satisfacción laboral que, a su vez, ha provocado la rojez de mi autoestima…
… No me he preocupado por mi salud por esa hipócrita idea de que yo no podía padecer una enfermedad mental teniendo una economía y status social como el que disfruto, pero autovalorarme no se resume en el color del papel moneda…
… Me veo como un ser independiente con un elevado grado de dependencia de los demás, como un ser enormemente susceptible, frágil a los comentarios de quienes me rodean, como un ser agotado, consumido por luchar incesantemente contra unos fantasmas inexistentes, como un ser invadido por oleadas inagotables de tristeza. Una tristeza acomodada en forma de mi propia piel, que no me abandona como el desodorante, y me provoca agresividad, rabia, impotencia, sufrimiento, dolor…
... Lo sabía. Sabía que esta actividad surtiría el efecto contrario al deseado por el especialista.
No, mi ego no se había situado en el top ten, porque así me lo estaba recordando la pequeña humedad que había en mi almohada, debida al sufrimiento de sentirme de nuevo, una vez más como un retal humano que no servía absolutamente para nada más. ¿Cuánto va a durar esta agonía vital?..."
“…And in my tour of darkness, she is standing right in front of me, speaking words of wisdom. Let it be... And when the broken hearted people, living in the world agree, there will be an answer... Let it be... And when the night is cloudy... there is still a light that shines on me, shine on until tomorrow... Let it be... Whisper words of wisdom... Let i be... There will be an answer... Let it be...” (“Let it be” de The Beatles)