Mientras seguía leyendo a trancas y barrancas a Víktor Emil Frankl, las actividades del centro pasaron a transformarse en una angustiosa pasarela donde desfilaban una tras otra mis escasas e incompetentes habilidades sociales, lo que iba reforzando la profunda creencia de que soy un ser asocial.
Cada maniquí lucía mi último esperpento de creación surgido de cada sesión terapéutica, devolviéndome un atroz reflejo que sólo hacia seguir sintiéndome aún más torpe, secundario, nulo.
De nuevo, en otra mañana, el guión previsto marcaba PETICIONES. Se comenzó a hablar de la existencia de dos tipos de personas:
1.- Las que siempre piden.
2.- Las que no se atreven a decir que no.
Y cómo no, mi dorsal desde siempre era el número dos. Nunca supe decir no por miedo, por timidez, por no enfadar a los demás, por inseguridad, por complacer, lo que se materializó en ceñidos corsés de los que fui incapaz de desprenderme hasta tal extremo de arrojarme a las fauces de esta enfermedad.
Esas dinámicas relacionadas con la competencia social eran más una fuente de sufrimiento que de apoyo, por cuanto los bocetos garabateados en aquellas hojas exhibían mi más que nefasta colección de patrones sociales, contribuyendo a incrementar mi odio manifiesto a estar “tras aquellas horribles puertas”, a lo que era mi propia persona. ¡Qué duro acabar odiándose a uno mismo!
Sin embargo, diseñar tal sentimiento provenía más de un enorme jirón del pasado en mi atuendo, que de aquella tela de emociones mal hilvanadas en las sesiones.
Por desgracia, debo retrotraerme a la infancia, donde la palabra “no” vivía atenazada por complacer, por evitar enfrentamientos.
Ojalá hubiera tenido el valor suficiente para enhebrar la aguja con el “NO” aquel día y aquel otro, porque no tendría que cargar con este nauseabundo harapo que, desde entonces, me abrasa por completo.
Ojalá todo hubiera sido una horrible pesadilla de las que se esfuman al despertar y, como Cenicienta, disfrutase de un hermoso y pulcro vestido de gala.
Ojalá pudiese descoser aquella siniestra experiencia de mi interior con cada lágrima que me hace brotar, experiencia agazapada en mi oscuridad vital durante todos estos años, mientras silenciosamente ha ido desgastándome puntada a puntada.
Ojalá pudiese dejar de revivir lo que se esconde dentro de mí.
Ojalá pudiese dejar de sentirlo una vez más, y otra, y otra, porque no puedo soportar este manto fantasmal.
Ojalá pudiese dejar de ser un gigante con pies de barro.
Ojalá… ojalá… pudiese remendar esta gran quemadura de mi alma.
"Call you up in the middle of the night... Like a firefly without a light... You were there like a slow torch burning... I was a key that could use a little turning... So tired that I couldn't even sleep... So many secrets I couldn't keep... Promised myself I wouldn't weep... One more promise I couldn't keep... It seems no one can help me now... I'm in too deep... There's no way out... This time I have really led myself astray... Runaway train never going back... Wrong way on a one way track... Seems like I should be getting somewhere... Somehow I'm neither here no there... Can you help me remember how to smile... Make it somehow all seem worthwhile... How on earth did I get so jaded... Life's mystery seems so faded... I can go where no one else can go... I know what no one else knows... Here I am just drownin' in the rain... With a ticket for a runaway train... Everything is cut and dry... Day and night, earth and sky... Somehow I just don't believe it..." ("Runaway train" de Soul Asylum)