Revista Literatura

Carcajadas

Publicado el 21 octubre 2015 por José Ángel Ordiz @jaordiz
(Para Loretta Maio, para Dolores Mari Fernández y para los cinco primeros seguidores de este blog, que cumple seis meses de existencia: Círculo de Akanthos, Gonzalo, Jonás, Verónica y Covi)

Al crear este blog a finales de abril, me propuse alimentarlo con prosas y poemas y películas y músicas y otras realidades y ficciones durante un año. Para conseguirlo, calculé cebarlo una vez por semana. Doce por cinco (como máximo) son...

-Sesenta.

-Sí, eso; gracias, Rogelio.

-De nada.

Rogelio es mi secretario desde hace unos días; según él, está ciego, o sea, no ve nada, pero lo cierto es que ve mejor que yo y cuando me lo permita (si en el futuro me lo permite, antes no, que arrea unos garrotazos criminales) contaré cómo se las arregla para ver lo que le interesa aunque sea un invidente total del ojo izquierdo y del ojo derecho y más ojos oculares no tenemos.

Sesenta entradas no son demasiadas ni para un escritor como yo.

-Un escritor excelente, excelente.

-Gracias, Rogelio, muchas gracias.

-Te diría lo que eres de verdad si no me pagaras lo que me pagas.

-Calla o descubro ahora mismo tu secreto.

-¡Atrévete, venga, alégrame el día!

-La noche.

-¿Eh?

-Es de noche, Rogelio.

-Ah. Pero los golpes duelen lo mismo.

-Más.

-¿Eh?

-Que los golpes duelen más de noche.

-Si tú lo dices... Como siempre es de noche para mí...

Según los archivos, hasta ahora he sobrepasado sistemáticamente, por una u otra razón, las cuatro o cinco entradas mensuales previstas, y puede ser que me fatigue antes de tiempo de seguir así.

-Tomo nota. Cinco entradas al mes, como mucho, a partir de noviembre. No me quedaré sin empleo y sueldo hasta mayo, de eso nada.

-Bien veremos, ciego.

Uno de los excesos de este mes se deberá a que mi entrada anterior me salió con un aire de pesadumbre cuando en realidad pretendía la sana lágrima de la risa de las visitas, no la otra, la del te acompaño en el sentimiento o algo por el estilo (no, no: mis tibios males no pueden compararse con los males hervorosos de quienes sufren de verdad, y por ello lamento mi torpeza, el mensaje equívoco que transmitieron mis palabras desmañadas).

-Con tanto medicamento detallado en lo que contaste y tanto...

-Tú a callar, secretario. Que tengo poco arte lo sé de sobra.

Como no deseo ( vade retro, Satanás) que este blog se convierta en una cita constante con lo amargo (antes cierro el quiosco y se acabó lo que se daba, mucho mejor no dar nada que dar direcciones subjetivas, pero precisas y contaminantes, hacia la infelicidad), urge el recordatorio de dos películas que conducen directamente a las carcajadas de la mayoría, allá los otros y las otras, ellos y ellas sabrán hacia dónde se dirigen vestidos y vestidas de seriedad y de desprecio por lo sencillo (más sencilla no puede ser la ecuación de Einstein sobre la materia y la energía; tan sencilla y eficaz que pasma, que emociona incluso; ahí queda eso y saco la lengua a tales sesudos y sesudas, a ver si aprenden la ciencia de vestir de otro modo).

Comenzaré por la más antigua, por El guateque.

Las carcajadas de este filme de Edwards y Sellers (y del camarero, y dos huevos duros, Marx, Chaplin, Laurel y Hardy) se basan, cómo no, en situaciones que todos y todas hemos vivido o viviremos: ahí la confusión, el deseo de integrarse en un mundo aparentemente mejor, las ganas de mear y ni rastro del cuarto de baño, las apariencias, las buenas y las malas intenciones, la chica que canta desde la inocencia, la silla que falta, la belleza de la exageración cuando es ingeniosa...

En septiembre rendía yo un homenaje a tres películas españolas. Faltaba la cuarta,

Suelo adivinar, poco antes de que aparezcan los títulos de crédito, qué buen filme recrea lo narrado en un buen relato: por las historias secundarias que acompañan a la principal y la enriquecen, por la brillantez de los diálogos, por lo que se insinúa entre lo que se muestra, por el calado del sentir, de los amores, de la crueldad, de la violencia, de la ternura, por las mixturas en el mortero del ayer, del hoy y del mañana...

Un error, un grave error no solo para mí, el cometido por muchos directores de cine al no elegir como cimientos para sus obras algunas de las magníficas narraciones escritas en tiempos pretéritos o actuales, al utilizar el hormigón desarmado de guiones frágiles o superficiales o confeccionados de un día para otro (y las prisas son malas consejeras en todos los mundos de lo artístico, sabido es; sabido es, y sin embargo...).

Erré yo ante el Amanece, que no es poco de José Luis Cuerda (la segunda vez que lo cito, claras van quedando mis preferencias): humor desbordante, inteligente, diálogos que subyugan, disparates tan amaestrados e ingeniosos que no parecen contrarios a la razón o no importa que lo sean, ¿y no está basado el largometraje en un guion adaptado? Pues no. Es más, según cuenta José Luis, el propio guion original fue modificado sobre la marcha, como el guion del guateque de antes, debido a Edwards, que tan mal congeniaba con Sellers cuando se rodó la fiesta, desopilante, sí, desde el inicio, una y otra vez acribillado a balazos el actor y nada, no fenece, se incorpora de nuevo, vuelve a tocar la trompeta... ¡Corten, corten!

Rían, rían, que es muy bueno para la salud.


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