Sábado, 8 de marzo de 2014
Me miro al espejo y una versión mejorada de Antonio Banderas en “El Zorro” me devuelve la sonrisa. ¡Menudo disfraz que se ha currado mi novia! Hasta el último momento el carnaval siempre me la trae al pairo, pero una vez enfundado en el traje, reconozco que me crezco. Empiezo a meterme en el papel y adopto, casi sin darme cuenta, un aire heroico, altivo y elegante al caminar.
Me dan ganas de dejarme caer por la ventana para, de un grácil salto, acabar sobre los lomos de mi negro corcel que a buen seguro estará esperándome o a pie de calle, pero….me lo pienso mejor y bajo por las escaleras, como cualquier bienhechor del montón. Si llevo una mierda de espada de plástico hay una probabilidad bastante alta de que mi novia se haya olvidado de comprar un pura sangre amaestrado de medio millón de euros para hacer la gracieta.
Salgo a la calle decidido, pero la magia del disfraz se desvanece de sopetón. Tan solo cuatro pasos me hacen falta para darme cuenta de que no hay nadie disfrazado. Mi andar de leyenda se va difuminando al verme desde fuera, como un gilipollas, vestido de El Zorro en un día laboral. Cuando llevo doce pasos le echo un vistazo el reloj digital Casio (¿Qué Zorro que se precie saldría de casa sin él?) y compruebo la fecha. Todo parece correcto, pero una duda me fustiga…
¿Es posible que me haya equivocado de día? Envaino mi espada (que momentos antes zigzagueaba valiente y juguetona al viento) avergonzado por mi aspecto.
Al girar la esquina, justo cuando mi mente empieza a aceptar mi fatal sino, diviso a Axl Rose y a Luke Skywalker que charlan amigablemente mientras se acercan a mi posición. Recupero mi porte caballeresco en apenas unos segundos, espalda recta, pasos largos y decididos; vuelvo a empuñar con un par de cojones mi espada de plástico (recomendada para niños de entre tres y seis años) y me toco el ala de mi sombrero a modo de saludo.
Mi mente resuelve el problema del carnaval. Puede que me haya equivocado de día, pero estos dos soplapollas también. Una décima de segundo después me doy cuenta que me hallo ante dos buenos amigos de mi pandilla, pero con tanta parafernalia no les había reconocido. Después de un par de chistes de todo a cien, les acompaño al restaurante en el que están y la gente al verme exclama mi nombre a modo de bienvenida aunque en realidad se la pela que esté o no esté. Hago una reverencia del copón (más que un héroe parezco uno de Loco Mía con tanta contorsión) y me pido una cerveza fría que es lo que haría el auténtico Zorro llegado este punto. Aplausos.
Las birras empiezan a caer una a una, sin prisa, pero sin pausa y tengo que ir al baño…hagamos un inciso…
El kit de “El Zorro” es más complicado de lo que parece a simple vista:
-Pañuelo/antifaz: Todo en uno. Oculta mi rostro de mis múltiples archienemigos y eso está bien, pero la contrapartida es que te resta visibilidad lateral, así que la verdad es que durante toda la noche me fui dando de hostias con farolas, columnas de discotecas y otros borrachos. Bastante incómodo y poco práctico.
-Espada/ látigo: Menudo coñazo. La primera vez que sacas el látigo tiene gracia, pero a partir de ahí todo es cuesta abajo. ¿Alguna vez habéis intentado enroscar un látigo una vez hecha la broma? Es como intentar quitar los pelos de la alfombra del Blandi Blub, crees que puedes, pero en realidad no. A mayor alcohol en sangre, mayor dificultad. Me propuse llegar con ambas armas a casa y casi lo conseguí, pero a las 5:00 de la mañana no aguanté más y las tiré al río Lérez al grito, siempre elegante y liberador, de: ¡¡¡A tomar por culo ya de una puta vez!!!
Al menos eso creía yo…porque ayer aparecieron, impolutas, debajo de la cama. Eso sí, al río tiré algo seguro.
En otro orden de cosas, si alguien encuentra las llaves de mi coche y mi cartera que se ponga en contacto conmigo en cuanto pueda.
-La capa: La capa merece capítulo aparte. Elegante sí, funcional no. No voy a entrar en detalles de lo lioso que es ir al baño con una capa, pero todos nos los podemos imaginar. Evidentemente si es para hacer “popó” (término infantil que designa la acción/necesidad de cagar), la cosa se complica sobremanera y si a esto le añadimos el factor “EG” (Estrella Galicia) la prueba se torna casi imposible de superar con dignidad.
Pero de todas estas aventuras y desventuras me quedo, sin atisbo de duda, con el instante previo a salir a la calle. Ese momento en que el traje te sienta como un guante, ese segundo en que uno comienza a interpretar el disfraz. Ella me ayuda a colocarme el antifaz y la pañoleta, pero a mi me arde el culo por salir ya a a la calle.
─A ver… que así lo tienes torcido paletiño…
─Venga, que me están esperando…
─Ponte bien la capa…
─ ¿¡Uy que carallo eh!?
Y me preguntó: ¿Y al Zorro de verdad? ¿Le pasaría lo mismo?
Los Ángeles, principios del siglo XIX. Martes por la tarde.
─Cariño has visto el látigo, es que tengo que salir a hacer el bien y llego tarde…
─¡Ay!¡ ¡Y yo que sé Manolo!
─Te he dicho mil veces que no me llames Manolo cuando estoy a punto de salir a hacer la ronda…
─ ¡Vaaale…! Pues yo que sé “Zorro”…
─ ¿Cari, así voy bien? ¿Voy bien conjuntado?
─¡Pero si vas todo de negro anormal!
─Vale, vale…no sé a qué hora llegaré…no me esperas despierta amor.
Ella ronca a pierna suelta antes de que él acabé la frase. Silba tres notas , salta por la ventana de la alcoba, cae sobre su negro caballo y cabalga hacia la enorme luna de plata en busca de algún malhechor al que capturar…
FIN