La joven que aparece en la portada de Rojo sobre Negro es su protagonista, Carrie, una chica amante de los libros y la fantasía en todos sus formatos, que no acaba de encajar en su entorno, con un don muy especial.
«Tengo dieseis años, soy pelirroja y mi nombre es Carrie.Fragmento de Rojo sobre Negro, de Isabel del Río. Ilustrada por Jenni Conde Rojo y publicada por Apache Libros.
Seguramente muchos ya habréis advertido el guiño. Mi padre es aficionado a las películas de terror y tomó la feliz decisión de llamarme como a la desdichada protagonista de su film preferido. Sí, esa chica que acaba bañada en sangre de cerdo y asesina a todos sus compañeros de clase con sus poderes telequinéticos. Dudo que en ese momento pensara en mi adolescencia, en cómo me iba a marcar mi nombre en el instituto, especialmente tras el remake de la maldita película, o llegara a imaginar que me iban a colgar la etiqueta de rarita de la clase.
No os confundáis, crecer en una casa donde las conversaciones giran alrededor de series de ficción, películas ochenteras o personajes literarios no me desagrada. Mis padres son muy divertidos y desde niña he disfrutado de sus juegos y lecturas, aunque eso no me ha ayudado mucho a encajar.Ser la chica que prefiere un libro a animar en un partido de fútbol no me ha hecho muy popular. Todavía menos el hecho de que no me interese por ese deporte ni conozca a la plantilla de turno.
Durante una temporada tuve suerte en el instituto, se puso de moda Juego de Tronos, todos olvidaron el tema de la pelirroja sangrienta y se acercaron a mí, pues era la única que se había leído los libros. Pronto se cansaron y pasaron a otra moda. Creí que por fin estaría tranquila, quizá las burlas terminarían y se dedicarían a otra cosa, pero la cagué.
Hoy en día, cuando quieren fastidiarte de verdad no necesitan complicarse mucho, sólo necesitan un móvil y conexión a internet.
Cuando decía que me consideran la rarita de la clase no es sólo por la ropa, las lecturas o mi forma de hablar. Puede parecer contradictorio, pero desde niña me enseñaron a no llamar la atención, cosa que dejé de hacer en el preciso instante en que me sentí aceptada. Grave error.»