Querido mío:
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Ahora que te has ido para no volver, ahora que así ya lo siento, déjame recordar por un momento todas esas escenas que junto a ti viví. Solo será un instante, lo que dure esta carta moribunda, y te prometo que jamás volveré a evocar tu nombre, tus ojos o tus manos. Tienes mi palabra de hada de que no volverás a saber de mí. Aunque con mi firma te deje, también lo podría jurar, mi alma engarzada.
Sorpresa, sonrisa, sonrojo, alegría, vitalidad, entusiasmo, quimera, inquietud, proyectos, planes, sueños, pesadillas, charlas, llamadas, citas, promesas, abrazos, besos… Y tu fuerza, y mis labios, y tu insistencia, y mi halago, y tus palabras, y mis dudas. El azul en nosotros. El gris a la vuelta de la esquina. Lo negro volcando impotencia, y la nada como tañido final. Muda muere al fin la eternidad alquilada. Mudo muere el presunto amor.
Sevilla tuvo que ser principio y fin de este sainete, escenario versado donde tu voz embrujaba mis ganas, y mis ideas elevaban las tuyas. Meses de ensayo para una pieza defectuosa desde el origen, pero mágica y hermosa en su necia terquedad. Tanto así que indeleble quedará el rastro de la magna interpretación. Baste, pues, una almendra amarga para recordarte, ya sin que tú lo sepas…
Y aunque resistiéndome al final, pues mientras escribo contigo soy, debo terminar esta carta a Nadie rogando a quien deba acompañarte en la vida te cuide, mime y proteja como a sí misma…
Y te ame como si fuera yo.