Carta abierta al héroe

Publicado el 05 marzo 2013 por Rafael García Del Valle @erraticario

Estimado héroe:

Estás jodido. ¿Lo sabes, verdad? Sí, seguramente ya lo sabes. Parecía guay cuando eras uno más de tantos admiradores celebrando las hazañas de otros que, en el fondo, a nadie le van mucho ni le vienen demasiado, pero que consiguen que los lagrimones bajen hasta la náusea entre tanta frase tópica que acompaña las historias de los valientes de cartón piedra, del tipo “forjadores de su propio destino”, “iluminados de la verdad” y tal. Pero a estas alturas ya habrás llegado a esa fase en que malditos los enunciados honorables y sensibleros.

Ahora que te toca no mola tanto, ¿que no? Todo dios simpatiza con el héroe, claro, pero no es lo mismo embobarse con el arquetipo que encarnarlo. Es un papel de lija del siete el puñetero. En el fondo, la audiencia no es tonta, sabe que es un marrón que lo flipas. Por eso, cuando vean que vas en serio, los más cercanos te animarán a que lo dejes. Basta con que uno del pueblo salga para que los hidalgos de bragueta se alteren, no sea que se corra la voz y también les toque a ellos desempolvar las corazas de hojalata que usaban por carnavales.

Los unos te dirán que no pienses, que ya lo hacen ellos por ti y saben lo que te conviene. Tú hazles caso, mozo, que hablan por experiencia. La misma que les ha permitido convertirse en viejos y en diablos. Los otros te dirán que no pienses tanto y que escuches a tu corazón.

Bom bom…

Bum bum…

¿Y ahora qué?

Espera, no digas nada, que hay traducción simultánea: tu corazón dice que eches a correr, que para este viaje te faltan alforjas… El día que te diga otra cosa, me llamas y me lo cuentas.

Pero no va a hacer falta. Tú no caerás en la trampa. Ya no. Sabes que de esta no te libras. Seguramente lo intentarás, incluso conocerás a alguien que te podrá enseñar algunas artes para lograr todo lo que se te antoje en esta vida echándole espíritu positivo a la cosa. Pero no te durará mucho. Un día irás al panadero y el tipo estará bromeando con la vecina sobre aquello de “escrito está: no sólo de pan vive el hombre”. Pues sí, compañero, maldita la hora… eso dicen todos tras la conmoción de una sincronicidad que te jode la mañana.

Así que comprarás cuerdas para atarte al mástil y le dirás a las sirenas que sí, que lo que te rondarán moreno, pero que a otro con esos cantos.

Con tanto fastidio, te verás echando pestes por esa boquita que siempre se mantuvo recatada. Puede que hasta se te antoje unirte a esos grupos que gritan al viento sapos y culebras para desahogarse. Pero…

Ni de coña lo vas a tener tan fácil.

Alguna voz interior, si no un libro que dejaste abierto encima de la mesa o, si el universo tiene el día de guasa, un agente con la libretita de multas en la mano, te soltará algo así como que cada acto tiene sus consecuencias y cada palabra su fuerza en este mundo. O sea, que ni podrás reprimirte como hasta ahora ni podrás desahogarte con el primero que pase. En cuanto a lo de los grupos de sapos y culebras, si por un casual se te ocurre, verás que te llevará a sentirte más liberado, más suelto con tus emociones. Y esta vez sí o sí te vas a topar con el agente de la libretita, ya verás que él también se siente más liberado para expresarse sin ataduras. El perro del hortelano te va a parecer un chiste de mal gusto, chavalote.

Sólo te va a quedar una salida: te vas a tener que sentar en tu cojín de meditación y tragarte las virtudes de que presumías para mirar de frente los rostros deformes que habitan en los reinos donde aún no habías estado. Se te va a llenar la cabeza de monstruitos en plena actividad, campeón, esos que son parte de ti y que no te atrevías a inscribir en el libro de familia. Vas a flipar tanto que incluso creerás que te estás alejando del sendero del bien. Apúntatelo por si te preguntan: ahí dentro, en los dominios de Hades, no hay ni bien ni mal. Sólo hay. Cuando lo tengas claro, a lo mejor sientes cierto alivio, pero tranqui, tron, se te pasará.

Después del chute de autoestima, vas a estar más jodido todavía…

Vas a matar a tu padre, si es que no lo has hecho ya, así que ya es tarde para seguir viviendo en la mentira protectora que te podría permitir atrasar alguna vida más tu destino. Porque, si te ha tocado la lija de héroe, tendrás que plantearte en serio eso de varias vidas, que con esta puede que no te alcance y, si no te planteas el tema con mejor filosofía, vas a acabar como un existencialista pintando risitas en tus fotos de Sísifo.

Te vas a tragar el aceite de ricino que es el conocimiento sin endulzantes, socio. No será un castigo, tú mismo rechazarás la miel porque, muy a tu pesar, hace algún tiempo que descubriste que te empalaga hasta el olor de los caramelos. Y es que habrás asumido, con tanto ajetreo, que no vas a encontrar la verdad que buscas y ansías, sino que se te va presentar de golpe y sin avisar, apestando a cruda realidad.

Volviendo a ese asunto tan delicado del parricidio, sí, hay algo más feo que matar a un padre: casarte con tu madre. Pero ahí lo llevas, te va a tocar cosa fina, y cuando descubras el entuerto te sacarás los ojos. Igual te escuece un poco, pero verás mejor que nunca y, lo mejor de todo, serás independiente. Ya sabes, la visión interior y esas cosas. A lo mejor Edipo no te mola, pero mírate el final de Matrix si eso mejora tu ánimo. Antes habrás tenido que haberle ganado a la Esfinge en eso de los acertijos. Pero ya verás como no te lo vas a tomar demasiado mal, en el fondo reconocerás que lo hace por tu bien. La bestia tiene que comprobar que estás preparado y que no te vas a derretir a las primeras de cambio como esos bombones de delicatessen.

Y bueno, quizás seas más de tradiciones nórdicas, nunca se sabe. Si es así, la buena noticia de tales gustos es que no matarás a tu señor padre ni te casarás con la que te trajo al mundo. No te crió porque eso lo hizo otra mientras ignorabas de qué iba la historia, de quién eras hijo, qué tenías que hacer realmente con tu vida y tal, de ahí que vayas un pelín ignorante en esa parte de tu destino. La mala nueva es que tendrás que rebanarle el busto a algún maromo que te dobla el tamaño y que, a ver quién le manda, se va a empeñar en que el puente es suyo y que tú no lo cruzas. Cuando lo consigas –esta parte suele ser fácil—, seguramente se te ponga un dragón por delante, de esos de quince de alto por cuatro de ancho. Del largo hablamos otro día.

Así que tú verás, padre o maromo, madre o dragón. El final del caso va a ser el mismo.

Por cierto, a ver a quién se lo cuentas. Estos no son buenos tiempos para héroes. Como se te ocurra mencionar que el sendero que se te muestra delante te lleva a cruzar un bosque de espinos, a las marujas de turno y a los charlatanes de taberna les va a faltar tiempo para acusarte de llevar un silicio en el zurrón. Hoy en día, el esfuerzo sólo es loable si se traduce en un posterior, pronto y próspero bienestar. Si vas de mercernario y sacas pasta tras un duro trabajo, o te mola el rollo fortote de feria y atraes a tías buenorras enseñando pectorales tras tus hazañas de circo mediático, bien. Pero como lo tuyo sea partirte los cuernos por asuntos de conciencia y, para colmo, en plan anónimo para subordinarte al auténtico altruísmo, el impersonal –¿por qué pensabas que vas a llevar máscara y capuchas?, ¿para quitártela después y que te aplaudan…?—véte preparando. Vayas donde vayas, serás un tipo raro al que mirarán como a un extranjero del que mejor desconfiar.

Vas a estar más solo que Adán el día de la madre, colega.

Aunque bien es cierto que hay peña a la que le va el tema y lo tiene muy bien asumido. Por cierto, mucho mejor que tú. Que lo sepas, héroe de arquetipo. Aunque hay truco, por si te sirve para adoptar un pensamiento más positivo. Consiste en convencerse de que sólo se trata de metáforas, claro. Ya sabes, hablar de una búsqueda del placer físico y psíquico como un camino de monjes guerreros en esa cotidiana confusión entre los asuntos de la salud holística y el auténtico sendero espiritual. Nada de sentirse solo ni bregar con monstruitos. Pero claro, de nuevo, a estas alturas no estarás ya para muchas invitaciones a la positividad, ¿verdad? Más bien, tendrás la pregunta indignada en la punta de la lengua: ¿pero acaso saben lo que dicen? ¡Guerreros con olor a incienso y espadas cantarinas de las que manan los dulces sonidos del fino metal!

¡Ay, compañero! Antes de salir ya estarás pensando que maldito el día en que escuches el “fino metal”. Que no. Que no mola ser guerrero. Las espadas son muy puñeteras. Hacen daño. Ya vas a ver si hacen daño. Sólo quienes aún no han conocido la guerra se alegran de llevarlas y sueñan el día de blandirlas. Pero tú ya intuyes, para eso te condenaste a héroe, que quienes hablan de la gloria se callan la barbarie. Los malos no se rinden, tronco. Hay que darles buenas hostias, y vas a sentir que son tan malos como tú mismo. Esto te va a dar una risa muy tonta: será como si tras cada tajo que asestes fuese algo de ti lo que muriese, lentamente, inundándosete la tráquea de la sangre de tu enemigo hasta que no te quepa el aire, como si cada una de sus heridas engendrase una úlcera en lo más profundo de ti. Desearás morir rápidamente según se extiende tu agonía, y cuanto más lo desees más consciente serás de la larga vida en que te has metido. Sí, suena a maldición gitana, ya ves. Pero no, el héroe no muere. Sufre mientras cicatrizan sus llagas y apechuga con la siguiente aventura. Eso último es lo que algunos admiran cuando hablan del guerrero, porque pasan de lo otro, ya sabes, la sangre y alguna que otra víscera por el suelo. Vamos, lo que de verdad acojona y que tú no vas a poder evitar. Pero si te sirve de consuelo, también vas a ver de qué sirve que te admiren en ese momento, Charlton Heston…

Machote, vas a saber de primera mano que ahí dentro, en las tierras de nadie que aislan las fronteras de tu conciencia, la peña de homúnculos de que estás hecho se mata en serio. Y lo último que vas a querer va a ser a gente aplaudiéndote el espectáculo.

Por cierto, ya lo sabrás a estas alturas de la peli, pero no está mal que alguien te lo repita, por comprobar si vas bien de arrestos, que no sobrado –nadie en su sano juicio va sobrado, es lo que jode—, o aún hay que perfilar algún que otro detalle: lo de la princesa al final del cuento es coña.

Pues sí, ya ves cómo está el tema. Al principio la rescatarás y todo eso, pero véte olvidando de vivir juntos y felices comiendo perdices. Las aventuras no se te van a acabar al matar al dragón, al contrario,van a empezar a salirte hasta de debajo de la barba. Cada vez más complicadas y con más exigencias. Pero ella te será de gran ayuda, cuidado. No sea que vayas a dejarla ahora con viento fresco.

Tendrás que hacer acopio de cierta ritualística cortés. Llevarla siempre en la mente y esas cosas. Fíjate en Aragorn, no le fue tan mal. Una elfa inmortal que hasta le susurraba en sueños y le aliviaba la pesada carga de trajinarse a cientos de orcos para proteger a un puñado de hobbits que sólo pensaban en comer.

Ahí lo llevas. Vas a necesitar el alma de tu elfa inmortal, novicio montaraz. Y, puesto que eres el héroe, no te va a quedar otra que bregar con ese asunto de la distancia haciendo un buen acopio de dignidad.

En fin, sólo me queda mostrarte mi más sincero reconocimiento por ser el único dispuesto a ir por las sendas que el mundo prefiere ignorar. Quedando a la espera de que podamos compartir algún que otro rato extrayéndole todo su elevado sentido al complejo tema del sufrimiento humano, me despido atentamente.

Siempre tuyo,

wanderer.

Aunque hablen de “libertad” o “iluminación”, lo que muchos buscan no es el reto de una transformación verdaderamente radical, sino un fácil escape del torbellino y complejidad de la vida humana. Buscan una persona poderosa y carismática que los salve, que los alivie de la carga de la existencia. Definitivamente, no están buscando a alguien que los enfrente con tesón al reto último y nunca deje que comprometan su más alto potencial. ¡No buscan a alguien que mate su ego! Pero la muerte del ego es el único premio verdadero de la senda espiritual y proseguirla no es, en definitiva, ningún juego. Más aún, es la empresa más exigente en que el ser humano puede embarcarse.

(Andrew Cohen, Viva iluminación)

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