Josemi Toros
Como de santa coloma que vengo, y ahora que allí arriba acaba de ser usted cinqueño, he osado a escribirle estas cuatro letras, con la dificultad que me conlleva hacerlo, no por aquello de ser una bestia -sin inteligencia según algunos, ¡já!-, con grandes problemas para coger la pluma con la pezuña; sino por el aletargamiento al que han sido sometidas mis bravas neuronas, con tanto pienso enriquecido, tanta hormona y semajante carioca de jeringazos que me meten. De eso no se indulta ni Dios. Del mueco vengo ahora mismo, precisamente. Tampoco me sirve de ayuda el criterio selectivo de los vaqueros. Sólo le digo que ya ni piden el Graduado. Aprobar las oposiciones a madre es muy simple, con sólo embestir a dónde te gritan y no revolverte pasas la prueba. Ya sabe que antiguamente era otra cosa, que en las dehesas los sementales pertenecían al Priorato de Vistahermosa, viejos como matusalenes, listos como ratones coloraos; le cuento que mi bisabuela, a la que conocí por una fotografía que hay en el palco de la placita de tientas en dónde salía, cárdena ella, pidiéndole los papeles a un novillero llamado Juan Mora, era una vaca que se sabía el latín de misa cantado; que mi abuela, hizo casi bueno eso de tal palo tal astilla, si acaso un tanto más ligera de cascos que su progenitora; y mi madre, que gazapea todavía hoy por aquí, más que vaca brava han querido que sea vaquita ama de casa, de las que tienen la pata amarrá a la encina, de las que dan frutos maduros, dulces y homogéneos. Made in figuras. Y a mí, Capitana de nombre, aunque embista y obedezca como una plebeya, no me pida usted eso de las raíces cuadradas ni los nombres de los reyes godos, con parir capitanes que se dejen capitanear por la voluntad de las figuras, me vale para que mi amo salga en los reportajes del Mundotoro contando que `esa es una vaca que dá buenísimo´.
Le voy a tratar directamente de usted, pues aunque es uso y costumbre abrir una carta a una persona conocida y apreciada por el clásico y manido `querido´-Alfonso, en su caso- he desestimado hacerlo porque sonaría a pelota, y no había nada en este mundo que le repateara más el hígado que un lameculos limpiachaquetas. Y yo no lo soy. Tampoco le voy a dorar la píldora adjetivándolo de maestro -aunque lo es-. Mi casta y mi fama, que como usted bien sabe empezó con aquel Bravío, no me permite arrodillarme ante nadie, ni guardarle respeto al hombre, por bueno y sabio que fuere como usted. Lo mío es acometer, imponer mis razones, las que circulan por mi torrente sanguíneo; a las de los humanos, que les nacen en el corazón y se reglamentan en la mente. Además, conociéndolo como lo conocemos por la dehesa, sé de buena tinta que si lo tratara de maestro usted me llamaría morucha, boba y borrega. Así, que de usted, que es el tratamiento que se dan dos personas -aunque yo tengo la suerte de no serlo- cabales, sinceras y nobles. Sólo hay que detenerse un segundo en nuestras miradas para darse cuenta de ello.
Sé que cuando se fué le que más le preocupaba era la dehesa y sus moradores. Que los pueblos, léase las ganaderías, se mantuvieran intactas, que mantuvieramos nuestra idiosincrasia, que la inmigración de los toretes andaluces por el resto de España se detuviera. Sabía muy bien que nos iban a terminar por quitar el trabajo y la vida a muchos. En Salamanca, por la que tantó luchó, han terminado por echarnos, ahora tengo de vecinos a unos sevillanos muy simpáticos, que crían como ratas y dan pocos problemas a su dueño durante los años que están por aquí. Como se los quitan de las manos, será por lo de simpáticos, no hacen más que traer más y más camiones con gente de por allí abajo. No puedo quitarme los camiones de la cabeza. Cada vez que veo venir uno no sé si viene con alguno de esos novios con apellido Domecq, que no me ponen cachonda, con esos cuernos aplatanados; siempre humillados, como si fueran esclavos negros traídos del África; maricones perdidos, ni bufan, ni se pelean, ni intentan seducirnos, ¡que soy una moza de Santa Coloma, por favor! Menudos galanes, con lo que me gusta un hidalgo castellano y se empeñan en cruzarme con un bertín osborne jerezano o un julián muñoz marbellí. Pues fijese adónde hemos llegado, que me produce una gran satisfacción cada vez que veo bajarse del camión a uno de estos bertines. Es de lo malo, lo menos. La otra opción es camión vacío. Que quiere decir muerte, vergüenza, violación de nuestros derechos, que son los de morir en la plaza, aunque sea de tientas. Ya son muchas las compañeras que se subieron a ese camión maldito y que fueron masacradas en el matadero. Le digo que se están haciendo cosas con nosotras propias de nazis. Desaparecemos y nadie hace nada. A muchas nos queda el consuelo de saber que cuando llegue el amargo momento del último viaje, del vía crucis hasta el matadero dónde nos pondrán al lado de cerdos, borregos y gallinas, el balazo de la pistolita en la testa será una liberación, y allá arriba, si Dios quiere, coincidiremos en alguna tertulia. Será en el Paraíso de los bravos, que usted se ganó en vida, viniéndose arriba en los castigos y arremetiendo contra el manso y el cabestro. Yo también creo que me lo gané, nueve medallas -que nosotros también las tenemos- , en forma de puyazo son mi pasaporte a la gloria.
Yo no soy quién ni tengo potestad para hablarle de los toreros, mucho menos de las figuras, pues hace mucho tiempo que ninguno de mis hermanos, hijos o familiares se encuentran con el oro y la plata. Y bien preocupada que estoy, porque son unos zagalones muy sanos, bien comidos, que no se arrugan ante nada, formales y bien vestidos, que aquí no se ponen piercings ni fundas ni nada de eso. Somos gente de pueblo, de los de antes. Nos repudian. Nos dicen que no valemos para hacer el toreo que ellos entienden. ¿Y quién nos entiende a nosotros?
De lo poco que sé es que el pico ya no es un fraude, ahora es doctrina, igual que el cargar la suerte, que se ha convertido en una cosa de antiguos, que sólo le puede gustar a las momias que se pirran por ver a los tíos morirse con un boquete en los muslos. Permítame la licencia de decirle que se va a descojonar cuando allí arriba pueda contarle como se matan por una de nuestras orejas, que no sabía yo hasta ahora que mi pelúa, que sólo me vale para llevar el crotal y servir de cobijo para bichos de ocho patas, valía tanto como una tonelada de caviar de Beluga. La suerte de varas, que medía nuestros cojones -en mi caso ovarios-, sigue siendo la misma trampa que usted denunció, si acaso algo más encubierta por unas cuantas cortinas de humo con la que intentan tapar la poca visión taurina que le queda al aficionado. Petos igual de grandes, igual de duros, pero ligeros. No cuela, sigue siendo una armadura inamovible. Dicen lo del menor peso, como si fuera una cuestión de gramos el problema. Una pared de bloques de cemento, como las que saltaba cuando erala, pesa más que una pared de ladrillo de cerámica, pero sigue siendo el mismo muro impenetrable. Los caballos, que no tienen culpa, luchan sin saber dónde están, cegados y mutilados en sus sentidos. Le juro que a veces me da pena achucharles, pero es que me entra por la barriga un no se qué que que sé yo cuando me cita el gordo del sombrero, que no lo puedo evitar. Pero el falso, mal tiro le peguen, me espera con el estribo por delante, con el caballo ladeado, nunca de frente, apuñalándome por la espalda, nunca en el morrillo. Si intento irme, fugarme de la trampa, y lo consigo, me dicen que soy mansa; y si me quedo allí, como un pasmarote, empieza a barrenarme la carne mientras me da vueltecitas con el caballo. Si tiene cojones, que se baje del caballo, suelte la vara y coja una muleta, que le iba yo a enseñar como se debe de tratar a una dama. Así están las cosas, no se nos respeta, Don Alfonso.
Muuuuuuuu -perdón, es que estoy en celo-, muuuchos toreros buenos no hay, pero alguno se puede ver. Curiosamente, o no tanto, no son ni los que más cobran ni los más queridos por el aficionado. Aquí, los adoramos, si tenemos alguna posibilidad de mostrar nuestras cartas es con ellos. No son atracadores de la verdad, y no anteponen sus caprichos a nuestra angustia y vergüenza en el mueco. A usted le gustaría escribir sobre ellos, no tengo duda.
Luego tenemos la crítica, que no la tenemos porque ya no existe. Mi dueño, y sus amigotes, encantados. Jamás se habla de nosotros en las crónicas y si se hace es para bien. No hay ganaderías malas; no existen los mansos; tampoco los moruchos; los inválidos no son inútiles, sino que son enclasados; al toro bobo lo llaman colaborador; a los que son pequeñitos como un cervatillo lo llaman bonito; y así, hasta el infinito. Todo el mundo en la dehesa es bueno. Yo sé que esto a usted no le iba a gustar, así que no se me enfade demasiado, a esta gente no le hace caso nadie, con decirle que se leen entre ellos... ¿Cómo han llegado hasta aquí? A través de los libros, los apuntes y las cafeterías de las universidades donde juegan al mus. Jóvenes salidos de la Complutense, que mientras a usted, por ejemplo, en los duros inviernos se le podía ver trabajando, y adentrándose, en las labores camperas, recuerdo una foto suya a campo abierto con un negro mulato que era un taco; ellos pasan su tiempo haciendose fotos en la yerba del Bernabeú, con Makelele, que es parecido, pero no es lo mismo... Usted, que no pudo hacerse rico por su inflexibilidad con las figuras y el fraude, vivía y sentía el toro; y ellos se dejan torear por las figuras para vivir como ricos. ¡Cómo no quiere que le queramos! Y que otros le odien...
Esto tampoco le va a extrañar demasiado, los políticos nos han prohibido trabajar en Catalunya. A mí me da igual, yo no sé hablar en catalán, pero por si las moscas esta carta se la enseñara a algún político catalán con el que comparta el edén, le dice de mi parte, de Capitana, que em cago en tota la casta política, del primer mans a l'últim cabestre. Cabrons. Y no se lo digo por aquello de la prohibición, que me da igual, porque prohibir algo que no existe es cosa de gilipollas o de alumbrados, y los toros bien sabe usted que allí no se daban. Lo que me espolea de verdad es que los mismos que votaron en contra estuvieron por aquí de paseo, montados en sus todoterrenos, charlando de ecología, civismo y progresismo. Del daño que se nos infiere, de la terrible crueldad en la que vivimos, de la tortura que sufrimos. Si no es por ellos, me muero de vieja y no me llego ni a enterar de que soy una víctima del terrorismo. Después de la visita, como políticos que son, se jalaron un par de vacas que antes hubo matado para ellos el amo, esas no sufrieron. Eso sí que es tortura y barbarie, acabar en el estómago de un político para que luego tu bravura vaya a desembocar en los retretes del Parlament o de algun palacete señorial. Si por nosotros hubiera sido, les hubieramos agasajado y llenado las tripas con orines y bellotas, que es a lo que su casta les pertenece. Cuanto hubiera usted disfrutado poniendo a caldo a semejante panda de beatas chupapollas.
Le tengo que dejar, que viene el amo, parece que otra vez con veedores, a darles cien mil vueltas a mis niños, a decir que no están bien arregladitos, que miran como locos, y que los rizos de la frente señal buena no son. ¿Entonces que vienen a ver?
Cuando me despierto todos los días con el rocío mañanero, antes de atusarme en el río, marco con mis pitones una señal, otra, en la corteza del árbol más grande que hay en la finca: otro día menos para volver a verle, Don Alfonso Navalón.