Biblioteca de Santiago nº2. Luego de El Palacio de la Risa, luego de Ídola, como ven, viene Cartago, aunque no exactamente: las tres novelas fueron reunidas en este libro titulado Un animal mudo levanta la vista, y he de avisar un par de cosas. Primero, al ser una libro editado el 2002 o 2003, las novelas tienen ciertas diferencias con ediciones individuales posteriores. Por ejemplo, la edición de El Palacio de la Risa que yo tengo incluye, al final, un poema que Marín publicó en una revista literaria española a finales de los '70, poema que sirve como antecedente a dicha novela y que en este libro no viene incluido. Sobre Ídola, naturalmente, no se puede hacer una comparación palabra por palabra, sin embargo el final de ésta edición tiene unas cuantas líneas más que la edición de Hueders que yo tengo y que comentamos ayer; dichas líneas, me parece, fueron acertadamente sustraídas si es que fue una decisión del autor, dejando un final más abierto, más ambiguo y, por lo mismo, dado el carácter y tono general de dicha escalofriante novela, más tenebroso y macabro. Ignoro si la Cartago que tenemos acá tiene diferencias con alguna edición individual publicada antes o después, así que asumiremos que leímos una versión definitiva. Yo, por supuesto, me siento bastante contento y complacido de haberme dado este mini-atracón de Germán Marín.
![Cartago, de Germán Marín Cartago, de Germán Marín](https://m1.paperblog.com/i/922/9226432/cartago-german-marin-L-91wLyR.jpeg)
![Cartago, de Germán Marín Cartago, de Germán Marín](https://m1.paperblog.com/i/922/9226432/cartago-german-marin-L-O5xgTk.jpeg)
Aunque no le faltan elementos de rareza y extrañeza, Cartago es una novela decididamente más modesta que las anteriores, en comparación con Ídola casi parece un cuento infantil, pero nada de esto está dicho en modo de crítica negativa, es sólo para ilustrarles un poco. Cartago es como un largo epílogo en el que asistimos al declive final y definitivo del malogrado protagonista, el alter ego o trasunto de Germán Marín, que luego de todas las desgracias ocurridas en Ídola, nuevamente se queda solo y aislado, sin ídolas, sin nada que adorar (no future) ni nada que añorar (no past), en este caso junto a su bebé deforme del que deberá hacerse cargo, al borde del abismo, de la miseria, de la marginalidad social o humana, una marginalidad no tanto material o socioeconómica (aunque también, a fin de cuentas nuestro pobre hombre nunca pudo echar vuelo hacia una situación más afortunada y estable) como moral, personal, existencial, espiritual si cabe: el proceso que veremos es el de un hombre que, no en términos de muerte, va progresivamente dejando de existir. No morir, simplemente dejar de existir. Dejar de ser hombre, dejar de ser humano, dejar de ser persona.
De modo que esta novela se configura como un viaje introspectivo, un postrero ejercicio de memoria olvidada proveniente de dos encierros: el "actual" desde el cual el protagonista nos narra cómo llegó hasta ahí, una suerte de recinto o para locos o para criminales (como le va al desafortunado, es válido pensar que pudo acabar encerrado por loco o por haber cometido algún delito, empujado justamente por la desesperación que respiraba cada día, a cada momento) en donde sólo le queda recordar y lanzar una que otra reflexión cargada de pesimismo y mordacidad; y el encierro anterior, ubicado en un chalet de una tranquila y acomodada comuna de Santiago el cual se encuentra a la venta aunque no aparece comprador, al que llega luego de que un amigo interceda por él para que pueda alojarse en dicha casona a modo de cuidador. Sobreviviendo con un aburrido empleo en una editorial, el protagonista nos cuenta cómo es su nueva cotidianidad, precaria y oscura como cabe esperar, tétrica y extrañísima, aderezada con anómalos elementos que aportan a la densa atmósfera malsana y enfermiza pero que no asoman como primordiales, quiero decir, el protagonista vive toda clase de cosas como salidas de revistas de terror: los poco metafóricos fantasmas de la casa (más los fantasmas de su vida anterior, del país), la deformidad de su monstruoso hijo, su creciente voyerismo, su perturbadora sexualidad agonizante, su romance con un brazo cercenado y consciente, un manuscrito que predice su futuro, la presencia de un antiguo camarada de la Escuela Militar luego convertido en valiente soldado enemigo durante aquel negro período de la Historia chilena y ahora reconvertido en aburrido y rencoroso abuelito retirado que quiere divertirse a costa de un viejo aún en peor forma que él, un artistucho izquierdista arruinado de quien se burlará cruelmente en patéticas noches de juergas alcohólicamente nostálgicas o nostálgicamente alcohólicas... Bueno, bueno, ¿qué decía?
Todo este cóctel devastador e inclasificable, para mí, significa esto y lo otro como a la vez nada: o es un críptico y polisémico ejercicio de parte del autor o simplemente es el triste epílogo de un viejo tan mentalmente despedazado y dinamitado que simplemente vive en una mezcla de la cruda realidad y de sus pesadillas personales, conviviendo con gente común y corriente a la vez que con sus demonios internos personificados y materializados, encantados de atormentarlo. Cartago podría ser sobre aprender a vivir en tu propio infierno, escrito con la prosa bífida y rocambolesca marca de la casa, con ese estilo agresivo, seco, poseedor de una siniestra elegancia al momento de elegir las palabras que, como balas de metralla, dibujan el suplicio del protagonista, marcando el contorno de su cadáver viviente. Marín habla sobre el individuo pero también habla del país, del estado de cosas, de la decadencia y la putrefacción. Por eso digo que centrar toda la atención en uno o dos elementos "raros" no es apropiado: el todo es la nada misma, el vacío totalizador. Quizás me entiendan si lo leen. Es que... al protagonista ya no le queda nada, entonces es como si El Palacio de la Risa e Ídola se mezclaran para asestarle la estocada final, superficial y subterráneamente. Es un destino terrible, sin duda.
En fin, me gustaría expresarme mejor sobre esta novela pero su mismo carácter hermético y oscuro me lo dificulta. En cualquier caso, ha sido todo un alocado viaje, un mórbido descenso infernal, al que nos ha lanzado el gran Germán Marín, desde que su alter ego retorna del exilio y decide investigar las lagunas históricas y personales alrededor de la Villa Grimaldi, pasando por su bestial incursión en la negrura más desolada y visceral (literal) de Ídola en donde el autor nos empuja a un Santiago como apocalíptico a kilómetros de distancia de la alegría que venía, finalizando con los postreros manotazos de ahogado que vemos en Cartago, en donde la desesperación y el fatalismo se hacen carne, se solidifican, se respiran, tapiando sus venas y vías respiratorias con el espeso líquido de la Muerte, resignándose a ese abrazo final y definitivo, de ultratumba, contra el cual, si no se lucha, capaz que no te haga sufrir tanto, ¿cierto? Si no puedo encontrar Cartago como tal, tendré que comprar Un animal mudo levanta la vista, sin duda es un libro que quiero tener en mi biblioteca personal. Espero que ustedes hayan quedado sedientos de Germán Marín, uno de los autores más salvajes y rabiosos, incendiarios y brutales, de las letras chilenas.
![Cartago, de Germán Marín Cartago, de Germán Marín](https://m1.paperblog.com/i/922/9226432/cartago-german-marin-L-R9snwj.jpeg)