Cascotes

No se debe detener el inminente derrumbe. Es decir esto no es la torre de Pisa. No soy una obra de arte que se mantiene en suspenso de caída durante años y años. Los arquitectos lejos de admirarme pasan de largo.
Yo me caigo, me estrello, me aniquilo, deshecho todo lo arruinado y lo que sirve también, barro el piso de tierra y empiezo de nuevo. Soy una traicionera de las tradiciones, armo álbumes de fotos nuevos, tiro viejos cuadernos y arranco a escribir en la primera hoja con un llanto de bebé recién nacido. Soy una miserable que no arrastra con nada a cuestas. Soy de las que salen al patio un domingo a la mañana y quema los calzones, le mete combustible a lo usado y lo prende fuego mientras aúlla como loca dándole una patada en los huevos al pasado. 

No se debe detener este derrumbe. Se estrellan los ladrillos de barro contra el suelo y forman esa maravilla de la construcción llamada cascotes. Dicho sea de paso, no estarían sirviendo para nada, o sí, para relleno de algunas plateas como le llaman en el oficio.
Y así es que estoy por estos días tratando de armar pequeñas historias con mi pasado mientras estoy sentada en un pilar que quedó en la vereda.
El recuerdo es un engaña pichanga, un mareo existencial, una construcción aleatoria de cómo queremos ver hoy a nuestro pasado: una fatalidad, un camino convexo, un hecho inevitable y fortuito, la desesperación matutina de creer que no nos está llevando a ningún lado.
Acá estoy con mi página en blanco y este terreno desolado.
Tendré que construirlo todo de nuevo a ver si nos encontramos.
Patricia Lohin
Foto: Nini Kubaneishvili
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