Ayer pasó algo muy importante de la peor manera posible, y me sentí mierda.
El día se complicó, se me hizo tarde para darle de cenar a B, y me sentía agobiada por diferentes cuestiones del mundo adulto, ajenas a ella. Cuando finalmente la tenía en su silla con comida en su charola, tomé la mala decisión de responder unos mensajes, lo que ocasionó una insistente búsqueda de atención de su parte, como podía preverse, dado que había esperado por esa atención durante horas. Así que empezó a tirar comida fuera de la charola, y yo dije "no-no-no-no-no" de la manera más neurótica imaginable. No grité, pero ni falta hizo para que sonara de lo más desagradable. Entonces ella repitió, con su voz dulce: "no".
Decir "no" es muy importante. Es un hito en la definición de la identidad. En ese momento, B solo estaba repitiendo la palabra, no estaba usándola en realidad para significar "no", pero la dijo, y me dio mucha pena que fuera de ese modo.
Me disculpé con ella. Me disculpé a mí misma. Y hoy me hizo bien que me recordaran que así va a ser: que a pesar de todo el esfuerzo que ponga por tratarle gentilmente, el trabajo de mamá es de tal manera, que a veces me saldrán del alma expresiones de neurótica desagradable, y ni modo.
Silvia Parque