Uno, que de vez en cuando regresa a sus fuentes, está releyendo por enésima vez “Las Hermanas Coloradas” de García Pavón.
A Plinio lo llaman de Madrid para resolver la extraña desaparición de unas hermanas jaras, hijas de un notario que anduvieron por el pueblo. El jefe González y don Lotario andan por los Madriles en pos de las hermanas encarnadas. Les acompaña el Faraón que ha ido a la capital a su negocio vinatero. Tras varios días en el “rompeolas de las España” sin resolver nada, una noche estando los tres comiendo en el “Mesón del Mosto” aparecen Luis Torres, Jacinto Espinosa y Manolo Velasco que se unen al convite.
Informan al jefe y la compaña de que en el Casino de San Fernando, la nueva directiva apuntó la idea de que los socios estuvieran en el local descubiertos. Los “caballeros cubiertos” se cerraron en banda a quitarse la boina y han repartido un manifiesto que todos suponen que ha redactado Braulio el filósofo. Luis Torres lo lee:
«Casineros de Tomelloso: el señoritismo local, aconsejado por el cine, la televisión y los viajantes, quieren que nos descubramos… Los levitas del pueblo, la parroquia del fútbol, los que van a Entrelagos y los niños mindongos que estudian en Madrid, Salamanca y Cádiz, quieren que nos quitemos el abrigo del pelo… Los de las motos y autos, los tractoristas a la americana, los curas republicanos y los alcoholeros de Jerez, quieren que dejemos las boinas para que las destruyan los abonos químicos.
»Nosotros, los tomelloseros legítimos, los descendientes directos de Aparicio Quilarte y de los mejores Laras, Burillos, Torres, Rodrigos y Cepedas que en el pueblo ha habido, toda la vida de Dios fuimos viñeros cubiertos. Con la boina puesta ensanchamos nuestro término hasta Villarrobledo y Criptana, hasta Socuéllamos y Perdro Muñoz, hasta Manzanares y La Solana.
»Con las boinas caladas amañanamos con el sol durante siglos, sufrimos recias trasnocheras y transformamos nuestro pueblo en el imperio del alcohol vínico que hoy envidian Argamasilla y Herencia.
»La boina es el símbolo del trabajo y la honradez de los más genuinos de la ciudad; de los que hicieron viñedo el erial, cuevas de la tosca; de las pedrizas bombos y de los caldos mistela; la boina es la enseña de los que a mucha honra olemos a madres y a vinazas; de los que hicieron en fin nuestro escudo, con la liebre saltando un tomillo a la torera.
»Desde que el pueblo es pueblo, desde los tiempos de la hermana Casiana y don Ramón Ugena, del Estopillero, el Varal y la Yesquera; desde los años del Maestro Torres y el alcalde Chaqueta; desde antes de nacer doña Crisanta, cuando el cementerio estaba en la Glorieta; desde que el Rollo de San Antón estaba tieso y hacían la feria en la calle de la Feria… La misma Revolución de los Consumos ya la hicieron nuestros antevivientes que la seta puesta.
»El camposanto nuevo y el antiguo está cuajado de boinas abrigando calaveras. Tomelloseros legítimos: hombría, aguante y corazón; la historia es nuestra… Levitas y chaquetas, señoritingos de cigarro rubio y calzoncillos sin bragueta, vosotros al Círculo Liberal, o al Entrelagos a presumir de whisky y coctelera, de langostas carísimas que están dejando a tanta gente en la miseria, que nosotros, los verdaderos hijos del terruño, seguiremos aquí en el San Fernando como la vieja guardia de la cepa… Con las blusas negras y las boinas puestas, bebiendo agua sola y hablando de pámpanos, comiendo pipas y teniendo lo que hay que tener en la entrepierna…
»¿Qué nos llaman virulos o candorros? ¡A hacer puñetas! Que por nosotros coméis y tenéis uvas, por nosotros podéis llevar chaquetas mariconas con las faldas sueltas y mientras vivíamos, a joderse, veréis el Pretil y el San Fernando llenos de hombres con las boinas puestas… ¡Candorros de Tomelloso, uniros, que al final la victoria será nuestra!» (Francisco García Pavón, Las Hermanas Coloradas)