Por: Néstor Rubén Taype
- Papito cuéntame pues, ¿Cómo
llegaste a Lima?
Mi hijo
tendría unos seis años y era como los demás nietos, un engreído de mi padre,
quien soltaba libremente sus sentimientos abiertos como salen las palomas a
volar.
Esa
carcajada y sonrisa negadas a sus hijos, quizás por una actitud de padre severo
y disciplinado, ahora se quebraba en risas y deslizaba sus mejores ademanes
para satisfacer la curiosidad del pequeño.
Sentado en
la orilla de su cama, mi padre miraba a su nieto que jugaba con sus viejos lentes
mirando a través de ellos.
- Yo vine a
Lima montado en mi burrito llamado Cipriano, con mi poncho, mi chullo de
colores y llevaba en mi alforja mucha tuna y melocotones secos de mi tierra
llamados “huesillos”
El niño
saltaba de alegría con esas frases de su abuelo relatando su arribo a la
capital.
- Papito ¿Y dónde
está tu chullo y tu poncho, lo guardaste?
- Si hijito,
tu mamita lo tiene como recuerdo.
- ¿Y
Cipriano papito?
- A Cipriano
se lo regalé a mi primo Simeón porque era muy flojo no quería trabajar y solo
quería comer y dormir.
- Papito
vamos un día a visitarlo, yo quiero conocerlo.
- Ya pasaron
muchos años hijito, él regresó a Casire porque estaba enamorado de una burrita
llamada Jacinta y allá se quedó con mi hermano Abraham, ya no supe más de él.
Mi padre
inventaba historias que seguramente nunca había imaginado contarlas, de no ser
por la insistencia de un travieso nieto que lo bombardeaba a preguntas.
- Papito
¿Que es Casire?
- Ah Casire
es el nombre de mi pueblo hijo y queda muy lejos, pero muy lejos.
- ¿Como por
la China papito?
- Así es
hijo tan lejos como la China.
- Y viniste
solo en tu burrito o tomaste un avión también.
- No hijito
solo en mi burro Cipriano y tuve que cruzar grandísimos cerros llenos de nieve,
ríos, lagunas heladas y peligrosas. El cerro más grande se llama Sara Sara, es
inmenso hijito.
- ¿Sara
Sara? Papito y cuanto te demoraste en venir ¿Cómo un año?
- Así es
hijito lindo, me demoré como un año.
- De todas
maneras yo quiero ir a tu tierra a conocer a Cipriano, de repente esta todavía
vivo papito, cuando se cure tu pie me llevas ¿Ya? - Le decía mi hijo mientras
se colgaba de su cuello.
Papá no
contaba las cosas de su tierra casi no sabíamos mucho, salvo algunas cosas que
mi madre nos decía.
Sin embargo
pudimos conocer algo más por medio de una tía llamada Emilia, quien lo había
atendido de bebe y sabia todo sobre la familia de mi padre.
Mariano, era
el nombre de mi abuelo y Daniela de la abuela, natural de Lampa, nos había
dicho la tía que llegaba con mucha frecuencia a visitar a papá. Siempre lo
trató como a un niño y recuerdo que lo acariciaba y besaba en su frente,
nosotros nos reíamos.
La tía
Emilia contaba que el abuelo Mariano era arriero y comercializaba pisco y
cañazo por las punas de Ayacucho y Huancavelica.
Mi padre
ciertamente nunca simpatizó con el abuelo, decía que era un bebedor que aparte
de comercializar pisco, dejaba un amor en cada pueblo.
Cuando
insistíamos en saber más del abuelo papá solo mencionaba episodios poco
agradables. Contaba que una vez de niño lo acompañó a repartir su producto por
las punas de Casire y él iba montado en una de las mulas detrás de su padre.
Para su mala suerte en determinado momento se alejó del grupo y cayó del lomo
del animal, al parecer se quedó dormido, pasado un buen rato su primo Cosme,
quien también iba en la caravana se percató de la ausencia de mi padre.
Apurando el
paso de los animales la caravana regresó y encontraron a papá casi helado
tirado en el suelo después de casi media hora, según le contaron
posteriormente. Papá culpaba al abuelo y decía que por su persistente y terca
embriaguez no tuvo el cuidado necesario con él, al parecer nunca le perdonó el
incidente.
Nunca
regresó a su tierra y jamás supimos la razón, era por naturaleza muy callado y
serio, mamá contaba que solo una vez lo vio bailar en una de las pocas fiestas
que asistieron.
Nosotros
conocíamos a los hermanos de papá, al tío Juan, a la tía Bersa, al tío Abraham
y luego al tío Vicente y Felipe.
Salvo Juan y
Bersa que siempre llegaban a casa, mi padre no se frecuentaba con los demás
hermanos
Un buen día,
ya adulto, vi una invitación para mi padre de parte del tío Cosme, quien lo
invitaba por sus bodas de oro matrimoniales.
El tío Cosme
fue uno de los primeros caserinos exitosos llegados a Lima más o menos en los
años cincuenta, quien llegó a ser un reputado y fino sastre que confeccionaba
los mejores ternos para una clientela selecta en Miraflores. Obviamente que mi
padre no iba ir por lo que le pedí asistir en su lugar, él aceptó gustosamente.
Estaba yo entusiasmado porque esa fiesta me permitiría conocer a toda la
familia emparentada con mi rama paterna e iba a ser una experiencia
inolvidable.
- Papito ¿Y qué
hiciste cuando llegaste a Lima?
- Bueno me
fui a la casa de un paisano y me puse a trabajar como heladero.
- Y gritabas
¡Helados, helados!!
-
Exactamente hijito de mi alma y cuando no me escuchaban me ponía a bailar un
huaynito para llamar la atención.
- A ver
papito, a ver, párate papito, párate y enséñame como bailabas.
Mi padre
haciendo esfuerzos y por darle gusto al nieto se ponía de pie con mucha
dificultad, su Parkinson lo tenía muy limitado en sus movimientos pero hacia
esfuerzos por mostrarle a mi hijo como bailaba.
Entonces
colocándose la palma de la mano en el pecho levantaba el pie derecho una y otra
vez y luego haciendo una venia cambiaba el paso con el otro pie.
- ¡Mamita,
mamita Tula, mi papito está bailando huaynito ven, ven!!
El viejo
caserino introvertido, solitario y reacio a manifestar sus emociones con sus
hijos, estaba allí riendo como otro niño.
Mi hijo
corrió al lado de su abuelo y abrazó su cintura mientras ambos reían, mi padre
echaba su cabeza hacia atrás soltando una carcajada mientras unas lágrimas
disimuladamente se recostaban en las orillas de sus ojos, esperando caer en
cualquier momento, cargados de felicidad.