Membrillos (foto: Mercedes Gallardo)
Voy a retomar la escritura de este blog, porque sobran motivos para escribir, y porque hay gente que lo echa de menos. Me recordaba una amiga ayer, a través de un precioso bodegón que colgó en Facebook, que estamos en tiempo de membrillo, y yo, que aunque sea un ser de ciudad cuento el paso de las estaciones según las frutas van cambiando en los estantes, me he animado a que esta bitácora no decaiga (muchas gracias, Mercedes). Es tiempo de membrillo: creo que esta misma tarde compraré un kilo en el mercado, para hacer una buena fuente, al modo como lo hacía mi madre. Membrillo que me endulce en estos tiempos amargos, más amargos si cabe por quienes desencadenan fenómenos huracanados más destructivos que el ciclón Sandy, y que no pisan la realidad y solo la contemplan agazapados desde las frías estadísticas. Me refiero a algunos de los desalmados que nos gobiernan, a quienes parecen darles lo mismo las consecuencias de sus decisiones y de sus no decisiones: el incremento de parados, de desposeídos, de ciudadanos desahuciados, arrojados a los márgenes de la sociedad. Sí, estos seres gobernantes no se merecen membrillo, porque son unos desalmados, insisto, porque no tienen alma: que le pregunten a la célebre Mariló Montero qué fue de ella, en qué extraño trasplante perdieron el alma y la empatía, si es que alguna vez las tuvieron. El membrillo, para quien se lo merezca.