Aunque su origen es confuso, se cree que fue construido a finales del S. XI, y aparece mencionado ya en 1175, cuando Doña Sancha de Abiego lo dona a la Orden del Temple.
No debía de tener gran importancia defensiva o estratégica por aquel entonces, pues no aparece mencionado en la Guerra de los Dos Pedros y, si realmente la hubiese tenido, hubiese sido destruido por Pedro IV, pues así ordenaba proceder con todas las fortalezas situadas a más de quince leguas de la capital de la Corona de Aragón, Zaragoza.
El que ha llegado a nuestros días lo mandó construir D. Lope Fernández De Luna, arzobispo de Zaragoza, cuando fue nombrado Capitán General, para defender las fronteras del Reino de Aragón de los ataques castellanos, dada su situación estratégica en un alto sobre una de las principales vías naturales de comunicación con el Reino de Castilla. Tras cesar las hostilidades y a la muerte de D. Lope el castillo prácticamente es abandonado hasta nuestros días.
Por increíble que parezca, el castillo, de piedra sillar, de unos 3.000 metros cuadrados de superficie, alcanzó el aspecto y dimensiones que se aprecian en la vista lateral de la foto en apenas 12 ó 13 años (según nos explicó el guía turístico del castillo), pero nunca llegó a entrar en servicio, dado el cese de las hostilidades castellano-aragonesas. Se aprecia también la única de las 6 torres que posee (4 laterales y dos centrales) que llegó a terminarse.
Ya en el interior, en uno de los torreones, posee una capilla con un rico y hermosísimo techo artesonado mudéjar fechado en 1379 en el que se representan motivos religiosos.